Añeja injusticia
En muchas ocasiones, al correr el tiempo de mi ya larga existencia, he recordado con cariño los años, los pueriles años que pasé en Chihuahua. Fue allá donde antes de ir a la escuela aprendí a leer y en donde por primera vez recuerdo haber visto sufrir a mis padres, cuando la difteria por poco me lleva a la tumba y en donde también supe lo que era sentir conmiseración, lástima, dolor ante el mal ajeno...
Llegaron a mi mente los recuerdos de aquel tiempo lejano cuando leí en la prensa los hechos terribles que se han dado en la zona tarahumara, la hambruna que acosa a esos mexicanos que por años y más años han sufrido el olvido de los gobiernos.
Cuando llegamos a Chihuahua a finales de 1932, el terrible frío invernal me lastimaba, pero era necesario vivir allá por el trabajo de mi padre y recuerdo cómo lloraba yo en silencio cuando se acercaba a mi cama muy temprano a despedirse para ir a su trabajo, que tenía que ver con asuntos agrarios, con el campo, con la sierra que se me antojaba lejana y llena de peligros.
Vivíamos en un lugar céntrico, en la calle Morelos, frente a la casa de los señores padres del cantante Paco Sierra, barítono que gozó de mucha fama durante mucho tiempo y cuyos padres fueron amigos de los míos... pero lo que más me gustaba y me hacía feliz era la cercanía de la escuela en la que me inscribieron y cuya directora y maestra de todos los grupos era la señorita Guadalupe Velasco, que vivía sola y que fue la mejor amiga de mi madre todo el tiempo que pasamos allá... y en donde un día sí y otro también, llegaban grupos familiares de los rarámuris a la puerta de nuestra casa a vender frijol, sencillas artesanías o cobijas de lana muy gruesas que ellos hacían, de las que aún conservo una.
Decía casi al inicio de esta líneas, que allá aprendí a conocer la conmiseración, a saber lo que se siente cuando duelen la injusticia y las penas ajenas. Pues sí, fue allá y entonces, cuando parada junto a mi madre en la puerta de la casa, llegó una familia de tarahumaras a vender frijol y otras cosas que no recuerdo porque dejé de ver todo para observar sus pies descalzos sobre el hielo que cubría la acera. Empecé a llorar porque sentía una enorme lástima por los niños, por aquellos piececitos y pedía a mi padre que les comprara zapatos a todos. Un hombre que parecía dirigirlos, sonrió a mi padre como solicitando permiso y tocó mi cabeza. Aún hoy, a tantos años de distancia, al recordarlo me da tristeza, pero la tristeza deja el sitio a la rabia, al enojo que siento cuando leo en la prensa los abusos, la injusticia que no acaba para esos mexicanos a los que despectivamente algunos califican con descarado desparpajo como indios... “son indios”, suelen decir al referirse a ellos con desprecio y con la mente llena de ideas de rechazo para esos mexicanos a los que consideran distintos, bajos, sin cualidades, sin el valor de clase que ellos sienten que los hace superiores y dueños de todo lo que se les antoje.
Pero lo que más me molesta, lo que me despierta la gana de gritar a los cuatro vientos un reclamo de justicia, es la desfachatez de los malos gobiernos, el engaño, la despreocupación que manifiestan por las carencias de los pobres que habitan esas zonas que fueron de los suyos desde tiempo inmemorial y que hoy y desde hace mucho son segregados y sus carencias y sus sufrimientos no les importan.
Pero somos muchos los que pensamos que esto tiene que acabar; que la injusticia y el abuso de poder, el autoritarismo y con ello el hurto, el desprecio a los derechos de todos tendrán que ser cosas del pasado, asuntos prohibidos, hechos dolorosos olvidados... Ojalá que estas palabras no sean sueños, que no sean quimeras de quienes queremos una patria sana, limpia, llena de hechos gloriosos, de días y tiempos largos en los que se hagan realidad las palabras de un hombre como Benito Juárez y de todos los que nos dieron patria y que el pueblo sepa y pueda desechar el deshonor, la sevicia, la irresponsabilidad de quienes ocupan los lugares de mando y de poder y los utilizan con fines personales para su particular, descarado e inmoral provecho... y el de algunos vendepatrias, sus cómplices y socios.
Somos muchos en este suelo los que anhelamos que una vida plena de justicia sea para todos los mexicanos y no sólo para los que se encaraman en el poder para torcer leyes, hacer del hurto su particular religión y del maltrato a los pobres su pan de cada día, pero es preciso luchar para acabar con esa añeja injusticia.
Dirigente del Comité Eureka
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