De suyo, la expresión empleada por los escrutadores de nuestras Cámaras legislativas es una aberración condenable: “Procedo –dicen engolando la voz– a recoger la votación de la mesa…” Y entre carcajadas mentales uno se imagina al mueble alzando una de sus patas, ya por la afirmativa, ya por la negativa, cual lo hacen nuestros bien pagados “levanta-dedos”. Como caricatura de Disney o de Hanna-Barbera, pues.
Pero de ahí a figurarse que una oficina escribe comunicados, tras discernir un buen bonche de excusas, la verdad, la verdad, hay mucho trecho.
Porque hace unos cuantos días, apenas, conocimos los mexicanos que La Oficina de Carlos Salinas de Gortari es, en serio, algo así como uno de esos casos ¡para Ripley!
La Oficina de Salinas –él no, pues me lo imagino ahora escondido debajo de un escritorio— tiene papel membretado. Me imagino que también sueldo, de los emolumentos que los contribuyentes seguimos entregando mensualmente a quien –Luis Téllez dixit—“se robó la mitad de la (multimillonaria) partida secreta”, más unos cuantos negocios adicionales al amparo del poder que ejerció –sin haber ganado las elecciones de 1988– como ocupante de Los Pinos.
Doña Oficina debe ser confidente de Salinas. O la que le toma dictado. Quizá con quien comparte almohadas. Porque, ¡vaya que lo interpreta requetebién!
No. Que no. Que no. Que no. No. No. No. Que Salinas, dice Doña Oficina, no retó a un debate a Andrés Manuel López Obrador. Que, para no variar, fueron los medios de comunicación los que malinterpretaron su chillona voz y por supuesto sus palabras.
¡Ah que Doña Oficina tan poco original!
Y es que siempre son los medios, Doña Ofi –¿puedo llamarla así o prefiere Miss Office?– los que cargan con las culpas de quienes, más que mediocres, no se hacen cargo de sus dichos ni mucho menos de sus hechos.
Sabe usted doña Ofi’, Salinas ya usó esa muletilla no pocas veces. Una de las últimas de cuando fue ocupante de Los Pinos y resultó pillado, tras su sexto informe ¿de gobierno?, diciendo que a los perredistas ni los veía ni los oía… y luego salió con una zarandaja que, por supuesto, iba adosada con la malinterpretación de los representantes de la prensa: que estaba tan atento a lo que leía, que no se daba cuenta de lo que sucedía a su alrededor. Como enajenado, pues.
Así me imagino siempre a su Salinas, doña Ofi’: bien enajenadote. Primero, con aquello de la obesidad del Estado, estando al frente de la ya desaparecidita SSP. Luego, ya en Los Pinos, vendiendo (a sus cuates) lo que consideraba adiposidades –paraestatales, empresas que eran de todos los mexicanos, bancos– que hacían perder al mentado Don Estado su esbeltez.
Enajenadote, después, haciendo la faramalla de su huelga de hambre, pero sólo entre comidas. Más enajenadote, hasta la fecha, en su pleito en contra de Ernesto Zedillo quien, de plano, ni lo pela. Y eso, en serio, ¡está pelón!
Cualquiera lo enajena. Ante cualquier situación –remember el affaire reciente con Miguel de la Madrid—lo coloca fuera de sí.
López Obrador entre los primeros. Le dolió que el tabasqueño lo motejara cual “Innombrable” y ahora, infantilmente, le regresa el mismo apodo. ¿Botellita de jerez?
Le duele a Salinas, Doña Ofi’, ser tema en todas las plazas en las que el ex candidato presidencial perredista lo invoca, so riesgo de que se aparezca en su caracterización de “Chupacabras”.
Por ello Salinas lo reta. Y luego, siempre debajo de su escritorio Doña Ofi’, la manda a usted a decir que no, que no, que no, no, no, no –como a María Cristina, la de la canción– que nunca lo retó.
¡Qué oportunidad tan magníficamente desperdiciada!, no cree usted Doña Ofi’. Salinas se perdió la irrepetible ocasión de colgarse de la popularidad de AMLO. Popularidad, dije. No empresarialidad, ámbito en el que sí acogen a Carlitos con efusividad.
“¡…leeeeeeeeeero!”, le grita hoy El Respetable.
Y a todo esto, doña Ofi’ ¿cómo acude ataviada a trabajar? ¿De pantalones? ¿Enfundada en minifalda? No. Esto último no es recomendable. Porque como a Salinas le da por meterse con la nómina…
¿O a poco ya?
Índice Flamígero: Según Confucio, “gobernar es rectificar”. Y eso es lo que ha empezado a hacer el gobernador Javier Duarte, en el caso de los twitteros veracruzanos a quienes inicialmente se ha acusado de émulos de Bin Laden. Pero, ¿la nueva ley será retroactiva? ¿Por qué, mejor, no se investiga más sobre el real origen de este lamentable episodio?
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