Las primeras encuestas los sitúan así: PRI, 64%; PRD, 23%; PAN, 13% (Cifras de Mendoza Blanco y asociados, difundida por Tv Azteca).
Quién iba a ganar en el Estado de México, no era la nota. Se sabía desde que inició el proceso electoral, lo reiteraron todas-todas las encuestas desde principio a fin.
Lo importante era por cuánto iba a ganar el candidato del PRI, Eruviel Ávila, para ver si su margen de triunfo ante el segundo lugar era lo suficientemente amplio para evitar que la elección, de ser impugnada, sea anulada en el Tribunal Electoral si éste considera que hubo inequidad en el proceso y/o algunas otras irregularidades de peso.
Las cifras, pues, eran la nota. Y por lo que toca a los priistas, según las encuestas de salida, lograron holgadamente el margen necesario para evitar el peor escenario.
Para el PRD y para el PAN ocurría otro tanto. Tanto por la razón antes expuesta –saber si tenían o no posibilidad de ganar la impugnación de la elección en el Tribunal—y por el significado de sus propias posiciones en segundo y tercer lugar.
Por añadidura, la suma de ambas cifras ofrece una idea –sólo una idea—de lo que pudo haber significado una alianza PAN-PRD en el Estado de México para enfrentar al tricolor. Y por lo que sabemos hasta ahora, ¡ni juntos!
Otro tipo de consideraciones a partir de los números tiene que ver con las posiciones que lograran el perredista Alejandro Encinas y el panista Luis Felipe Bravo Mena, así como la distancia entre uno y otro candidato.
Un segundo lugar para Encinas, según los propios perredistas, le significa en cierto modo un “triunfo”, dado que se enfrentaba –en palabras de Manuel Camacho Solís—a una “elección de Estado”.
Quedar encima, o muy encima del panista, abonaría a la postura asumida por Andrés Manuel López Obrador de rechazar la alianza con el blanquiazul. Su candidato, diríase, no ganó pero tampoco le abrió paso al PAN. Digamos que queda tablas.
El PAN buscaba arrebatarle al PRD el segundo lugar. Necesitaba entrar en la jugada para evitar que en el imaginario colectivo se afiance la idea de que la elección presidencial del 2012 se jugará solamente entre dos contendientes: PRI y PRD.
Pero por más que hizo Bravo Mena, su partido simplemente no le respondió. Recuérdese que lo dejaron solo desde el inicio de su campaña y por más que trataron de taparle el ojo al macho en las semanas siguientes, el palo estaba dado.
Estamos ante el derrumbe del PAN a sólo un año de la elección presidencial. El ánimo blanquiazul sufre un fuerte descalabro.
No sería de extrañar que viniesen reclamos al interior del blanquiazul y que desde Los Pinos se aprovechara la coyuntura para defenestrar a Gustavo Madero, personaje no bien visto por Calderón.
Ahora, ¿se puede proyectar lo ocurrido en el Estado de México para el 2012?
No del todo.
Hay, sí, un precandidato puntero con amplísima ventaja a la fecha sobre sus posibles competidores: Enrique Peña Nieto, del PRI.
Pero si se da el fenómeno de la “elección de Estado” –y es probable que Felipe Calderón lo haga–, éste correrá a favor del PAN.
Y quien se encontrará en desventaja será el candidato de las izquierdas.
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