lunes, 4 de julio de 2011

El obsceno espectáculo de la santísima trinidad

El rigor de los tiranos no tiene otro principio que su propio rigor…

Todos los reyes podrían holgazanear o morir impunes en sus tronos ensangrentados

Robespierre

Al no existir las normas legales que impongan como límite el dogal de las sanciones a sus desmesuras ni las instituciones adecuadas con la entereza necesaria para imponer el imperio de las leyes, el espectáculo del uso mafioso del poder en México por parte de la santísima trinidad (la elite política y sus sables: los dueños del capital y la iglesia) se ha vuelto cada vez más desvergonzado, intolerante, bestial, mesiánico, inmensurable. Por encima de toda regla, en su ríspida disputa por el poder, por mantenerlo o arrebatárselo, por resguardar su espacio o ampliarlo a costa de los otros, para evidenciar los límites de su precaria connivencia, cada facción se afana por demostrar quién tiene más habilidad para envilecerse y corromper la vida política del país; para desestabilizar a la nación en aras de salvaguardar sus intereses tribales; para exhibir impúdicamente, con obsceno placer necrofílico, quién saca más veces de las cloacas los fetos abortados de la democracia y del estado de derecho, para mancillarlos y regodearse públicamente entre sus despojos.

Democracia y estado de derecho: caros anhelos de las mayorías que ni siquiera alcanzaron la estatura de las descafeinadas –por “civilizadas”– “revoluciones” floreadas y coloreadas de otros países, abonadas y teñidas con los dólares de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, la Fundación Nacional para la Democracia y otras empresas anexas de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por su sigla en inglés), el Grupo de Estrategia Global y el Instituto de la Sociedad Abierta, de George Soros, y otros organismos de la derecha, que generosa y desinteresadamente financian todo tipo de organizaciones de la “sociedad civil” que se oponen a los gobiernos considerados non gratos o incómodos para los intereses estadunidenses y de sus aliados. Porque se quedaron en calidad de nonatos. Primero porque fueron tierna y nada higiénicamente arrancados de madre por las falanges del golpe estadístico del 0.57 por ciento.

Luego, porque sus pútridos restos, pésimamente maquillados –como la prostituta más triste–, han sido presentados comolozanos engendros democráticos naturalmente paridos en la noria de la alternancia, donde los autócratas sólo se cambiaron histriónicamente el ropaje tricolor por las decimonónicas y beatas camisas azules de rústicas manos negras (por la corrupción), que regresan una y otra vez sus pasos a las enseñanzas del longevo despotismo de tres colores, de pulidas –no siempre– manos azabaches. El cambio más notorio fue en el puesto del mozo de cuadra. Pero los dueños del Estado, la oligarquía, no se quejan de la limpieza de las caballerizas. Sólo les inquieta la inseguridad y aunque respaldan la guerra en contra de la delincuencia, por si las dudas, en lo que va del sexenio calderonista se han llevado de la casa 93 mil millones de dólares para invertirlos en mercados más seguros (La Jornada, 20 de junio de 2011).

Después, porque los últimos desechos de la democracia y del estado de derecho han sido completamente masacrados y despedazados por la brutal dictadura de mercado que sólo beneficia a la oligarquía, y el terrorismo de Estado decretado ilegalmente –en connivencia con la mayoría priista-panista del Congreso de la Unión y la Suprema Corte de Justicia de la Nación­– por el líder de las hordas cristeras, Felipe Calderón, quien, para tratar de lavar su descrédito e ilegitimidad por medio del baño de sangre que ahoga al país, en su marcha de la locura, les declaró extremaunción, junto con los derechos humanos.

Wikileaks, cable confidencial de John Feeley, encargado de negocios de la embajada estadunidense: “Hay indicios de que Calderón y, especialmente la Sedena [Secretaría de la Defensa Nacional, a cargo del general Guillermo Galván], consideran que las violaciones a los derechos humanos son un ‘precio a pagar’”, La Jornada, 8 de junio de 2011). Tal dictadura y el baño de sangre han sido glorificados por avispados y disolutos ensotanados como Onésimo Cepeda, quien comparte la vinosasangre de Cristo y reparte el pan nada ázimo con la oligarquía y la elite política, además de la regalada y chabacana vida burguesa de los campos de golf, la matanza de toros, las intrigas y las fortunas explicables, entre otras exquisiteces que nada tienen que ver con la abnegada austeridad franciscana o de las carmelas descalzas. Como nada es gratis en esta vida, para quien quiere ganarse la fantasmal otra, mientras vive disolutamente en ésta, el señor Onésimo, mercader posmoderno de las feudales indulgencias que le reventaban el hígado al cismático Tomás Moro, cobra caro sus bacanales amores.

Reyezuelos, principitos y clero político. Esa orgiástica alianza donde todos, sin desdoro, se revuelcan en el mismo lecho hediondo, que, jalándolo de la obispal mitra, salvó de la cárcel al coleccionador de obras de arte ajenos, entre otras lindezas, ese “hombre de ley`”, según otro “hombre de ley”, Jorge Hank, a quien los ensotanados después le devolvieron el presente manifestándole su “solidaridad” cuando enfrentaba el difícil trance calderonista. ¡Vaya credenciales de uno y otros! ¡Cómo no iba a salir bien librado el curita si también disfruta las viandas con Carlos Salinas, Diego Fernández, Enrique Peña o Mario Vázquez Raña, entre otros ilustres personajes! Desde luego, entre sus amigos se incluye a Sergio Valls –que le debe su puesto en la sorda, muda y ciega Corte a Salinas y a Fernández, y sobre quien gravita la sombra del nepotismo por el encumbramiento de sus hijos Sergio, Jaime, Maricarmen, Guillermo (“Mis hijos progresan por sus méritos: Valls”, El Sol de México, 12 de julio de 2010, www.oem.com.mx/oem/notas/n1704829.htm)–, amistad reforzada cuando Onésimo ofició el casorio de uno de sus retoños. Así se desvanecieron súbitamente las denuncias por despojo, corrupción o riquezas explicables en contra del defensor de sacerdotes pederastas (otra pestilencia más que se confunde entre el hedor a detritos que impregna los muros de la Corte).

Por desgracia, la población se niega a aceptar resignadamente los funerales republicanos de la democracia y del estado de derecho, junto con el de sus familiares muertos, detenidos arbitrariamente, secuestrados, desaparecidos o atropellados en la guerra insensata. A su paso, la larga Marcha por la Paz con Justicia y Dignidad, encabezada por Javier Sicilia, sólo encontró tierra arrasada, muerte, desolación, impotencia, odio; una guerra en contra del narco que rápidamente se transformó en una forma de limpieza social en contra de las personas superfluas, de los excluidos por el neoliberalismo y las políticas priistas-panistas –la añeja “solución final” inventada por Hitler, después retomada por Estados Unidos en Vietnam, en América Latina en las décadas de 1970 y 1980 y en otras regiones del planeta–, y en una guerra sucia, de control y amedrentamiento en contra del resto de la población, también damnificada por el mismo modelo y las mismas políticas; una población dolida y resentida que ha sido víctima del salvajismo y la impunidad con que actúan los narcos, las Fuerzas Armadas y la Policía Federal.

Ante el peregrinaje de la Caravana por la Paz, encabezada por Javier Sicilia, hacia Ciudad Juárez, Felipe Calderón levantó la voz, desafiante e insolente. Previo a la reunión con los representantes del movimiento (23 de junio), que exigió justicia, fin a la impunidad y cambio en la estrategia en contra del narco, entre otras medidas, Francisco Blake, secretario de Gobernación, antepuso la misma muralla de siempre: “Vamos a estar atentos a cualquier planteamiento que consolide la estrategia en materia de seguridad” (La Jornada, 22 de junio 2011). Es decir, no hay nada nuevo.

La supuesta “razón de Estado” con, sobre y en contra de las mayorías.

Con nitidez, Noam Chomsky ha develado el fondo: “La guerra contra las drogas, como otras políticas, promovidas tanto por liberales como por conservadores, es un intento por controlar la democratización de fuerzas sociales”. Es el terrorismo de Estado contra las libertades.

Se trata de esa “razón” transexenal que los priistas Enrique Peña y Manlio Fabio Beltrones han hecho suya ante los estadunidenses. Al finalizar la reciente tertulia interparlamentaria en Washington, Manlio dijo: “nuestros colegas (en el Congreso de Estados Unidos) entendieron que esta lucha no es de un año, ni de un sexenio. Sino que es ahora y para siempre, hasta que se gane ese combate. Gane quien gane en 2012 no habrá la posibilidad de dar un solo paso atrás”. (El Universal, 16 de junio de 2011). Ambos quieren la bendición del emperador a cambio de su capitulación anticipada, si es que alguno de los dos llega a administrar el patio trasero. Peña y Fabio: los nuevos cipayos.

En esa tesitura permanece incólume la santa alianza de la derecha entre los partidos Acción Nacional (PAN) y Revolucionario Institucional (PRI) en la noria de la alternancia. Son corresponsables y comparten las mismas glorias de la impune guerra de exterminio. Cuidan las espaldas de los militares y sus abusos porque necesitan de su lealtad presente y futura. Nada les importa que se hundan más en el descrédito de los “Estados fallidos”, por “los asesinatos relacionados con la droga y el crimen organizado [que] han aumentado significativamente, en detrimento de las instituciones del país” (El economista, 22 de junio de 2011). Es imposible pensar que ellos abrirán investigaciones por crímenes de lesa humanidad en contra de Calderón, Blake, el general Galván, el almirante Mariano Francisco Saynez o Genaro García Luna y sus buenos muchachos. A éste último Edgardo Buscaglia, asesor de la Organización de las Naciones Unidas, lo califica como “un incompetente y un inepto”, lo responsabiliza como el “arquitecto del fracaso y de la tragedia mexicana” en la política de seguridad pública, y señala que “en cualquier otro país, con un sistema de derecho medianamente refinado, ya hubiese renunciado hace mucho tiempo y hubiese sido investigado por el Congreso y por el Poder Judicial por negligencia y algún tipo de comportamiento antisocial” (La Jornada, 17 de junio de 2011). En otras palabras, en México salvaje priva la complicidad y la protección entre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Se encargarán de que las exigencias de la Marcha por la Paz se desgasten, se pudran y se disuelvan en el olvido como han hecho con los mineros, los electricistas los infantes asesinados en la guardería ABC. Comparten la misma agenda neoliberal como la entrega de las riquezas de la nación a la depredación por los otros aliados de la santa alianza, la oligarquía, y le aprobarán la contrarreforma laboral, entre otros próximos retrocesos despóticos, porque ambos partidos requieren que los pontifiquen como mozos de los establos de Los Pinos.

La guerra a muerte entre las falanges de la derecha está acotada al terreno electoral. Ambos tienen un enemigo en común: la izquierda, en especial la electoral encabezada por Andrés Manuel López Obrador, contra la que dirigen sus baterías decampañas negras, de linchamiento.

Ambas quieren el gobierno. Y si bien el PRI preferiría una campaña menos agresiva entre ellos, Calderón no ha dudado en desbocar en contra de ese partido sus pasiones despóticas y mesiánicas, en un rabioso intento por tratar de evitar el inevitable colapso de la ultra clerical: su discurso de Stanford, donde calificó a los priistas de autócratas y asesinos, entre otras verdades indiscutibles pero retorcidas a modo, o el asalto y la detención del indefendible Jorge Hank Rhon –que por otras tropelías y posibles asesinatos desde hace tiempo debería estar encarcelado.

Aunque el vergonzoso resultado fue el mismo que el del michoacanazo de mayo de 2009, cuando la PGR detuvo a 10 alcaldes y a 17 funcionarios de la administración del perredista Leonel Godoy, quienes finalmente quedaron libres por falta de pruebas, nada importa. Lo importante fue el mensaje para Peña Nieto y los priistas, que se revolvieron incómodos porque saben hasta dónde puede llegar quien controla los aparatos del Estado. Ni más ni menos como los usaron los priistas en su momento cuando disponían de ellos.

Marcos Chávez

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