“Para eso vine al mundo, para dar testimonio de la verdad, y el que es de la verdad, escucha mi voz”, responde Jesús a Pilato, quien cierra el interrogatorio: “¿Y qué es la verdad?”
Pilato conoce la respuesta, pero no la espera. Él lo sabe, como hombre de poder. No hay político que diga la verdad, y no hay gobernante que no se aferre a su verdad, porque la cordura la va en ello. La afirmación no es insensata, se desprende de la lectura del texto de Rosa Montero, de El País. Nos refiere al libro de David Owen titulado En el poder y en la enfermedad. Por ello no me asombra la entereza con la que el presidente constitucional de los mexicanos, Felipe Calderón Hinojosa, defiende su postura, tan obstinada como la de los primeros comunistas: No hay más ruta que la nuestra.
Pero aclaremos. Rosa Montero escribe: “Además Owen desarrolla una teoría propia sobre la borrachera de poder que padecen algunos dirigentes y bautiza esa dolencia como hybris, siguiendo la voz griega. Según Esquilo, los dioses envidiaban el éxito de los humanos y mandaban la maldición de la hybris a quien estaba en la cumbre, volviéndolo loco. La hybris es desmesura, soberbia absoluta, pérdida del sentido de la realidad. Unida a un fenómeno bien estudiado por los psicólogos y denominado <
Desacreditada y descartada de antemano cualquier opción diferente para combatir al narcotráfico, la sociedad no puede aspirar a que se le informe con la verdad, que exige, reclama saber cuántos cómplices que les facilitan operar a los diversos cárteles y que permanecen incrustados en la administración pública en sus distintos niveles, han sido detectados y detenidos, o por qué no se ha solicitado su orden de aprehensión; cuántas instituciones bancarias, financieras o de cualquier tipo en las que se blanquea dinero, han sido clausuradas y sus directores sujetos a proceso… La lista de los resultados que pueden obtenerse con otras estrategias, directrices para perseguir al narco, puede alargarse.
No hace mucho, Claudio R. Negrete sostuvo en La Nación, que “hay un valor que está por encima de todo: el de la credibilidad o, en otras palabras, la confianza que la sociedad se tiene a sí misma. Se trata de un activo intangible que se construye pacientemente en el tiempo, se transmite de generación en generación, se fragua en la diversidad de opiniones. La construcción de esa credibilidad tiene un único y excluyente insumo: la información que se genera y utiliza. Cuanto más veraz sea la que circule, mayor fortaleza tendrá una comunidad”.
Puntualiza el señor Negrete, y coincido con él: “La sociedad intuye, percibe, sabe y comprueba todos los días que le llega información sucia, deliberadamente deformada, presentada como verdad. Lo peligroso de las noticias que se ocultan, parcializan o niegan a otras es que terminan afectando relaciones personales, colectivas, sectoriales e institucionales. Hace tiempo que se nota una sensación de sospecha sobre todo lo que se transmite y se recibe públicamente. La responsabilidad de las fuentes informativas es central en esto; pueden contribuir, decididamente, a la contaminación del circuito y a sembrar dudas sobre la veracidad de lo que se comunica. Muchas veces suelen convertirse, finalmente, en agentes de desinformación.
“Las evidencias de mensajes manipulados, cuando no contradictorios, llegan a la sociedad por variadas vías. Los gobiernos manipulan la información oficial según sus necesidades. El político la usa como un instrumento más de su construcción de poder. Encuestadores instalan en la agenda pública resultados hechos a la medida de quienes les pagan. Empresas confunden la propia promoción con el derecho de la sociedad a ser informada y están siempre bien dispuestas a utilizar dinero para condicionar a su favor las noticias que las involucran”.
Los resultados de lo que hoy sucede en México con esa intoxicación informativa están a la vista, como lo señalé en mi texto del último viernes. Quienes gobiernan se conducen como si todo les estuvieses permitido, porque están confiados en la indolencia de la sociedad. Creen, están seguros de tener tiempo de corregir para evitar la catástrofe, pero nadie detendrá a personas como Anabel Hernández, para denunciar, ni a su contraparte Ángel Heladio Aguirre, hoy candidato triunfante a la gubernatura de Guerrero, a cuyos “sponsors” yo les preguntaría si saben cómo va a gobernar, con quién se va a alinear, cuál es la garantía de que cumplirá lo pactado al poner el poder en sus manos.
El heredero del “Tigre de Huitzuco” se comportará como aprendió a hacerlo con su mentor, porque se empeñaron en no darle una oportunidad a la otra cara del PRI, sólo diferente en matices, pero distinta a fin de cuentas.
Por lo pronto las alianzas suben al poder toda la impunidad y corrupción que dicen combatir. Son los rostros del viejo PRI los que están en Sinaloa, Guerrero y Puebla; con ellos un hibrido ideológico que sólo puede causar descalabros, igual que con la estrategia presidencial para combatir al narco.
Para fortalecer la tesis de la necesidad de transparentar la información, y no aferrarse a la verdad oficial como si de informar del 2 de octubre de 68 se tratara, transcribo una reflexión de Roberto Saviano: “Si no hablas de un problema, no existe. Es una especie de teoría de lo inmaterial, pero en realidad permite comprender lo fundamental que es la necesidad de contar. En 2010, en todo el mundo, fueron asesinados 110 periodistas. Solo en México, en los últimos 14 meses, han sido ejecutados jóvenes que habían abierto blogs, que habían fundado radios, reporteros de los periódicos más importantes. Caídos a manos del narcotráfico, que es hoy el más poderoso del mundo y que ha decidido impedir la comunicación de lo que está pasando en México con una elección totalitaria, en la eliminación sistemática de cualquiera que intente solo contar. La censura, terrible cuando las que la practican son las organizaciones criminales, se vuelve insostenible cuando llega a la sociedad civil”.
Como sugiere Saviano. Es necesario contar, pero sobre todo subrayar que no todos somos iguales, porque el deslinde, la diferencia, es lo que nos permitirá construir un México distinto y mejor que el que se empeñan en recetarnos, en imponernos, del que no quieren que hablemos, y mucho menos que narremos. ¿Estaremos en el umbral de una época en la que será necesario cuidar las palabras, porque no sea que se nos reviertan con enorme violencia?
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