miércoles, 3 de noviembre de 2010

Una pinche coca y unas papitas



Javier Ibarrola



La conclusión de la plática relatada en la primera entrega de la semana pasada, titulada “Dos horas en compañía de un soldado”, se presenta ahora, tras los múltiples comentarios surgidos entre nuestros lectores.

Se trata, como quedó dicho, del encuentro entre un joven civil y un oficial del Ejército en el aeropuerto de Reynosa, Tamaulipas, en tanto la violencia y los encuentros entre soldados y sicarios se daban en diversas partes el país, tras las matanzas registradas en Ciudad Juárez y Nayarit, principalmente.

“—¿30 pesos?” —le pregunté asombrado—, refiriéndose a la compensación que recibían los soldados que participaban en esas tareas.

“—Es una pinche coca y unas papitas. ‘Es una mamada’.

“El oficial se ríe y se levanta hacia el congelador.

“—Mira la carne que nos mandan —me dice.

“—¿Carne? —me pregunté en mis pensamientos. Yo sólo veía una enorme bola roja de hielo. ‘Ve esto’, me dice de nuevo. ‘Nosotros nos lo compramos. Es una caja que venden en Sams de variedad de Sabritas y botes de agua’.

“Tuvo la gentileza de regalarme una botella de agua aunque, después de todo lo que me dijo, me sentí mal de haberla aceptado. Después de ver y escuchar lo anterior no pude evitar hacer el comentario:

“—Con razón muchas veces algunos se ven tentados por el narco —le dije.

“Al oficial le cambió el gesto y con un tono de voz más tenso me respondió:

“—Lo sé. A mí se me han acercado cabrones a ofrecerme dinero y yo los mando a la chingada. Tengo 20 años partiéndome la madre en el Ejército. Aquí nos enseñan valores y lealtad, además de la disciplina. Entonces, ¿cómo puede venir un pendejo como esos a mandarme y a reírse de mí sólo por el pinche dinero? Están pero si bien pendejos. Por eso siempre les damos tronco a esos cabrones.

“Al ver cómo se estaba encendiendo más, preferí cambiar el tema. ‘Oficial: mis respetos para ustedes. ¿Y cómo hacen para identificar a los narcos?’, le pregunto. ‘No sé si te diste cuenta’, explica el militar, ‘pero con la plática que tuvimos en la sala te estaba interrogando. Me di cuenta que sí sabías de lo que estabas hablando y en ningún momento me evadiste. Imagínate, llegó un pelado apestoso y sucio. Sin discriminar, pero si llevas una estadística de las personas que vienen al aeropuerto, rápido te das cuenta de la anormalidad. Lo empiezo a interrogar y me dice que es dueño de una empresa de paquetería en Estados Unidos. Le pregunto el nombre y solamente dice empresa de paquetería, pero traía como 5 mil dólares, no sé cuantos miles de pesos y aparte quetzales guatemaltecos. Otro que me tocó fue uno que tiene ciertas peculiaridades que nos hacen sospechar que son mañosos. Me le acerco a la persona para pedirle una identificación y lo primero que hace es gritarme asesino. Que éramos unos asesinos y que no lo tocáramos porque podríamos matarlo. Yo le pido que se calme, que sólo estoy pidiéndole una información. No deja de gritarme y se acerca uno de mis subordinados dispuesto a calmarlo y lo detengo, porque no podemos darnos el lujo de eso. Así que solamente dejé caer su identificación tragándome el coraje’. ‘Le hubiera puesto un chingadazo’, se me salió decirle.

“—No, ganas no me faltaron, admite. ‘Pero no podemos darnos esos lujos’. ‘Sí, pues aparte con lo que había pasado en Laredo’, le digo en referencia al fallecimiento de los niños Martín y Bryan Almanza en abril de 2010 en un incidente en que militares presuntamente dispararon contra la camioneta en que viajaba una familia.

“—Está cabrón —se sincera. Ese fue un error operativo y mal manejado. Tengo mis dudas sobre lo que pasó, porque el señor del auto no hizo caso a las señas, pero bueno, eso se está investigando’, me contesta.

“—Sí, lo sé. Oiga ¿y los federales? —le pregunté sobre la Policía Federal.

“—Esos hijos de su pinche madre todavía que les pagan les dan viáticos, duermen en hoteles, aún así se corrompen. No confiamos en ellos, son un desmadre. Preferimos trabajar solos y por eso yo no los dejo entrar armados al aeropuerto. Conmigo se chingan, y ya se quejaron. Pero a la chingada, que no se anden con joterías. Pero bueno, ya nos van a rotar a hacer los rondines o a ver adónde. Oye, bueno, ya llegó tu avión. Me dio mucho gusto conocerte, espero tengas un muy buen viaje’, se despidió.

“—Oficial: haré algo, y espero no se ofenda. Quisiera darle este poco de dinero” —le dije.

“—No, ¿cómo crees? —me contesta. ‘Esto lo hice para que veas que no es fácil, pero aquí estamos’, contestó.

“—Por favor acéptelo” —le insistí. ‘Bueno’, finalmente aceptó. ‘Será para la raza. Compraremos una pizza con esto. Muchas gracias’.

“Y me fui a abordar el avión pensando que al menos ellos están en un lugar donde hay baños, agua y demás.

“Pero, ¿qué pasará con los que están en el kilómetro 30 o en el monte? En realidad sí tenemos nuestros héroes anónimos, pero lástima que no los honramos como merecen.”

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