miércoles, 3 de noviembre de 2010

Narcorrupción




Héctor Tajonar



La expansión del mercado ilegal de estupefacientes ha propiciado la creación de neologismos tales como narcotráfico, narcotraficante, narco, narcoviolencia, narcocrimen, narcoterror, narcoterrorismo, narcopolítica y hasta narcosacerdotes. Propongo agregar a esa lista de nuevos vocablos de ingrato significado el de narcorrupción, eliminando una sílaba co, para evitar la cacofonía, al tiempo de enfatizar la existencia de un vínculo indisoluble entre el narco —el agente corruptor— y el acto de corromper a quienes supuestamente debieran acometer al enemigo.

La narcorrupción, principal motor del crimen organizado, es una hidra de mil cabezas que ha logrado narcotizar una buena parte de la actividad política y económica del país, además de haber implantado el terror en amplias zonas del territorio nacional. La mayoría de los esfuerzos por enfrentar a ese binomio depredador resultan infructuosos debido a que su veneno ha infectado a muchos de los encargados de combatirlo, creándose un círculo vicioso (en el sentido más exacto del término), acaso imposible de romper.

La delincuencia organizada ha logrado infiltrarse en los tres ámbitos de la acción gubernamental. En primer lugar el de la investigación policiaca y de inteligencia, uno de cuyos propósitos es descubrir los nexos ilícitos entre delincuentes y autoridades, así como de sus cómplices privados. También ha logrado penetrar las instituciones de seguridad, de procuración e impartición de justicia del Estado. A ello se agrega la dificultad de probar jurídicamente la existencia de dichos lazos delictivos, lo cual requiere de evidencias a veces indetectables debido a la habilidad de los confabulados para suprimir todo rastro de su trasgresión.

La tercera dificultad para enfrentar a la narcorrupción es de índole política, por lo cual adquiere una escala de complejidad y perversidad aún mayores a las antes mencionadas. En este ámbito la toma de decisiones de la autoridad se ve condicionada por las relaciones de poder entre los tres niveles de gobierno, entre gobierno y partidos, entre los tres poderes del Estado, además, claro, de entre altos niveles de la clase política y los capos del crimen organizado. El compromiso y la responsabilidad gubernamental de combatir a los cárteles se ven limitados por consideraciones políticas y, por supuesto, financieras. En los niveles más altos de la narcorrupción, a escala federal, estatal y municipal, lo que cuenta no es el derecho y la justicia, sino determinar a quién conviene aplicarle la ley y a quién dejar impune.

Al tratarse de un fenómeno que se desarrolla y depende de la opacidad en la cual opera, las evidencias concretas son escasas, por lo cual los intentos por entenderlo deben alimentarse de testimonios, anécdotas, así como de experiencias nacionales e internacionales, sin excluir una dosis de interpretación y especulación. Este es el sentido del texto de Alma Guillermoprieto, publicado la semana pasada en The New York Review of Books, en el que alude a las biografías paralelas de El Chapo Guzmán y Arturo Beltrán Leyva publicadas por Héctor de Mauleón en Nexos, donde se muestra la influencia de los capos en los más altos niveles gubernamentales. “A lo largo de esas narraciones, generales del Ejército proveen de información al Chapo, la policía le brinda seguridad, los aeropuertos están dirigidos por sus aliados, y crece la oscura sospecha de que miembros del gabinete de diversos gobiernos, incluido el actual, mantienen una relación amistosa con él”. Aunque exagerada, la conclusión de la autora no deja de ser perturbadora: “No es que la guerra del presidente Calderón contra el narco se esté perdiendo sino que tal vez ni siquiera se esté peleando” (The murderers of Mexico).

En ese contexto, la entrevista concedida por Felipe Calderón al programa Hardtalk de la BBC, transmitida la semana pasada, también resulta inquietante. Ni la convicción presidencial de que “vamos a derrotar a los criminales”, ni su afirmación de que “estamos viviendo en un país que nunca puso un freno a la corrupción en las instituciones públicas, pero ahora estamos haciendo justo eso”, se acredita en los hechos. Ello no necesariamente implica un pacto implícito de sumisión frente a las organizaciones, como lo sugiere Guillermoprieto. Sin embargo, es claro que a estas alturas del sexenio el único vencedor en esa lucha es la narcorrupción. Además, todo indica que esa hidra de mil cabezas no será derrotada por las armas, ni a través del prometido combate al lavado de dinero y acaso tampoco mediante la legalización de las drogas.
hectortajonar@yahoo.com.mx

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