martes, 7 de septiembre de 2010

La divina providencia es una jalada




Roberto Blancarte


07 septiembre 2010
blancart@colmex.mx

Si uno se pusiera al mismo nivel que el obispo católico de Ecatepec, se podría hacer un listado —prácticamente interminable— de las jaladas de su Iglesia. Podría uno decir por ejemplo, que la infalibilidad papal es una jalada, que la pretensión de autoridad moral de los obispos es una jalada, que la Santísima Trinidad es una jala-
da, que la transustanciación (es decir pensar que el cuerpo de Cristo está en la ostia) es una jalada, que la maternidad divina de la Virgen María o las supuestas apariciones de la Virgen de Guadalupe son una jalada o que la Divina Providencia también lo es. La lista de los absurdos religiosos, insisto, sería muy larga. Pero, afortunadamente, ni a quien escribe esto ni a nadie con mínima prudencia se le ha ocurrido hacer ese tipo de afirmaciones. No porque no se puedan demostrar, sino porque denotaría un alto nivel de desprecio a las creencias y convicciones de los otros, así como un innecesario afán de agraviar.

En el caso del obispo de Ecatepec, de 73 años y ya cercano a su retiro, que más de uno dentro y fuera del Episcopado esperan con ansia, la provocación y la majadería van unidas a la ignorancia. No sólo su definición del Estado es antigua y superada, sino que su idea de la laicidad es muy limitada y desinformada. A la pregunta: ¿Considera que los sacerdotes respetan el Estado laico?, el obispo respondió: “Yo creo que no existe el Estado laico. Soy abogado. El Estado está formado por pueblo, territorio y poder. ¿El pueblo es laico?, no. Los maizales, o sea, el territorio, ¿es laico?, no. ¿El gobierno es laico?, sí. Entonces, somos un Estado gobernado por un gobierno laico. Es la definición legal. El Estado laico, Dios me perdone, es una jalada”.

Más allá de la evidente confusión mental y verbal del prelado, lo que se nota son simplemente las ganas de molestar y de paso cuestionar el actual Estado de derecho en México. Porque si uno niega el carácter laico del Estado en nuestro país, en realidad lo que está haciendo es negar los últimos 150 años de nuestra historia, la Constitución de 1857, las Leyes de Reforma, la Constitución de 1917 y por supuesto el orden jurídico y social que éstas suponen. Decir que el Estado es pueblo, territorio y poder es ceñirse a una visión añeja del Estado-nación. En realidad, cuando en los tiempos contemporáneos se habla de Estado se hace referencia al conjunto de instituciones políticas por las cuales una población dada se gobierna en un territorio determinado. El Estado, por lo tanto, no es solamente el gobierno, sino también los partidos políticos, las organizaciones sindicales y otros organismos de gestión pública, como por ejemplo el IFE o el IFAI. Pero aún si coincidiéramos en la definición del obispo, sus conclusiones son limitadas y desinformadas.

En México, gracias a Fox sabemos que puede haber gobiernos que no son laicos pero que, a pesar de ello el Estado lo sigue siendo. Y lo será mientras la Constitución no cambie. En México, en consecuencia muchas cosas son laicas, particularmente todo lo que concierne a los asuntos públicos: la educación es laica, la gestión hacendaria es laica, la salud pública es laica, la justicia es laica, etcétera. En México, el Estado laico se materializa en instituciones muy concretas, que expresa la necesidad de que la cosa pública sea manejada más allá de las convicciones religiosas o creencias íntimas o manifiestas de las personas. El pueblo mexicano, por lo demás, no sólo es laico, sino que es profundamente laico, rayando en lo anticlerical. Todas las encuestas realizadas en las últimas décadas muestran que alrededor de 90 por ciento de la población está a favor del Estado laico y celebra la separación entre el Estado y las iglesias. Por lo demás, si empujamos la argumentación, podríamos decir que en México, a pesar de lo dicho por el obispo, en efecto hasta los maizales son laicos, por lo menos desde que don Valentín Gómez Farías decretó en 1833 la abolición del diezmo sobre los productos del campo. El maíz, producido por los campesinos mexicanos, dejó de ser eclesiástico y se secularizó, es decir se volvió laico.

Así que, francamente, ese discurso deshilado y cantinflesco del obispo Onésimo Cepeda no es más que producto del boquiflojismo al que más de un prelado nos tiene acostumbrados. No merecería mayor atención si no fuera porque, en el fondo, es un atentado a las instituciones políticas de todos los mexicanos. Negar la existencia del Estado laico, o decir que éste es una jalada, aunque no parece hacerle mella a las instituciones públicas basadas en dicho principio, en la práctica tiene una intención aviesa: la de horadar, desgastar y si es posible destruir el régimen liberal, en un momento en que parece estar debilitado.

El artículo 130 de la Constitución dice en su apartado “e” que “los ministros de culto no podrán… en reunión pública, en actos del culto o de propaganda religiosa, ni en publicaciones de carácter religioso, oponerse a las leyes del país o a sus instituciones...”. En términos estrictos, esta declaración del obispo es una oposición a las leyes del país y a sus instituciones. Pero como este gobierno ni siquiera le va a llamar la atención, a mucha gente no le quedará más remedio que empezar a decir lo que piensa sobre una larga lista de jaladas católicas.
blancart@colmex.mx

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