Indispensable –en verdad se las recomiendo—leer la conferencia magistral de Diego Valadés ayer en el Senado, sobre Formas de Gobierno y Coaliciones Políticas. No tiene desperdicio.
Con un análisis incisivo y elegante prosa, no sólo desdibujó los golpeteos del senador Gustavo Madero durante la inauguración del Seminario Internacional de Regímenes Políticos, sino diagnosticó con estremecedora lucidez el camino político por el que hemos transitado y dibujó los posibles escenarios que se nos presentan.
Partió Valadés de un hecho irrefutable: Hay un déficit de gobernabilidad en nuestro país.
Podría discutirse qué tan profundo es el déficit de gobernabilidad en México –indicó el investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM–, “pero sea cual fuere el nivel que tenga, es indispensable tomar medidas de rescate institucional. Los costes de estas medidas, serán tanto mayores cuanto más avanzado sea el deterioro de las instituciones”.
¿Cómo recuperar la gobernabilidad? Suele darse, indicó, mediante dos remedios institucionales: el autoritario, que consiste en restringir las libertades públicas e imponer nuevas modalidades de dominio concentrado para arbitrar con firmeza la lucha en el poder; o el democrático, que se traduce en reformar el régimen para que el ejercicio de poder deje de concentrarse de un núcleo compacto y pase a un ámbito más abierto.
“En México, por ahora –precisó–, las tesis dominantes se orientan a favor de la solución democrática. El desafío consiste en que no en todos los niveles se entiende la dimensión del problema a remediar, e incluso se hacen propuestas que agravarían el déficit de gobernabilidad”.
Admitió el jurista que el tiempo para la reforma ideal “tal vez ya pasó y que solo queda espacio para la reforma posible”. Sostuvo que el sistema presidencial concentrado caducó hace tiempo, pero la alternancia de partidos en 2000 le dio un respiro.
Sin embargo, expuso Valadés, “al asumir el poder un grupo de refresco operó la cultura personalista y se pensó que en lugar de una reforma del Estado, bastaba con un cambio de estilo en el poder.
“La experiencia demostró que eso no era cierto y ahora tenemos un país cada vez más cercano al colapso institucional”.
Según el jurista, el problema está en la configuración del sistema presidencial mexicano en nuestra Constitución: “No depende de la persona, ni del partido que ocupe la Presidencia, sino de la forma misma en que la Presidencia está constitucionalmente estructurada”.
Mencionó incluso que si el resultado electoral llevara a otro partido a Los Pinos en 2012, “sería probable que se produjera un nuevo episodio, como el de hace diez años, y que considera que un grupo distinto bastaría para recuperar los niveles perdidos de gobernabilidad… Es un espejismo. Ningún partido, ningún grupo, ningún individuo, podrá corregir con su presencia lo que solo es superable por medios institucionales”.
Suponer que la solución está en una persona o en incluso en un partido, “es una simplificación que obedece a los estándares de un presidencialismo caduco”, aseveró.
Así comenzó su intervención Diego Valadés su intervención en el patio de Xicoténcatl frente a senadores, diputados, investigadores e invitados de la talla de Francisco Pina Cuenca, presidente de la Mesa Directiva de las Cortes de Aragón, España, en ese seminario que tenía como objetivo contrastar los sistemas presidenciales con los parlamentarios.
Por esos derroteros siguió la intervención del ponente. Habló de las patologías de ambos regímenes, de los costos que tienen y, en el caso de México –debido a la “petrificación del régimen político”, traducidas hoy inequidad social, en violencia delictiva, en ralentización económica, en rezago cultural, en desorganización administrativa y en la acrimonia política.
Y lo peor del caso es que, según dijo, muchas de las carencias habrían podido superarse si se hubiesen hecho los cambios institucionales en el momento adecuado.
En cuanto a lo que expuso Diego Valadés sobre las coaliciones y la inducción de mayorías artificiales, va por lo pronto el dibujo que trazó sobre la situación que hoy impera y que bien se reduce a esta expresión”: impera “ un lenguaje doble”.
Lo planteó así:
-En el Congreso se habla en plural y en el gobierno en singular.
-En el Congreso hay una relación horizontal; en el gobierno subsiste la disciplina vertical donde los secretarios son sólo voceros presidenciales y carecen de un foro institucional, el gabinete para discutir entre sí.
-Las leyes se debaten y se aprueban por mayoría, mientras que el programa de gobierno es dictado por una sola voluntad.
-Los ciudadanos podemos definir cómo se integra el Congreso, pero somos ajenos a la composición del gobierno.
-Por mucho tiempo nos gobernó una hegemonía mayoritaria, hoy nos gobierna una hegemonía minoritaria.
-En 2009, con el 28 por ciento del apoyo electoral, un partido conservó el cien por ciento del poder gubernamental.
-El 72 por ciento de la ciudadanía no participa en las decisiones del gobierno y los representantes de la nación tienen que conformarse con emitir puntos de acuerdo de alcance estrictamente testimonial.
Todo ello muestra la caduques de la norma. Aún así –concluyó con un dejo de ironía– entre nosotros todavía hay resistencia para hablar de gobierno de coalición.
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