Siempre me ha inquietado poder determinar qué hace a un buen juez. ¿Qué necesita un ser humano para elevarse, adquirir el poder de impartir justicia? ¿Cómo se obtienen la imparcialidad y la objetividad? La sentencia o resolución ¿debe sustentarse en la estricta aplicación de la ley, o en el humano equilibrio de la ética y la moral, para dar a cada quien lo suyo por sobre las presiones económicas y/o políticas? ¿Pueden los ministros de la SCJN sustraerse a sus filias políticas, a las exigencias de las supuestas o verdaderas razones de Estado expuestas por el gobierno para demandar colaboración de los togados por sobre el mandato constitucional, ultima ratio de su vida profesional?
Imposible encontrar respuesta satisfactoria y lógica, porque los ministros de la SCJN son seres humanos sujetos a pasiones, movidos por filias y fobias que alientan sus fortalezas y debilidades, con aspiraciones políticas, porque de eso se trata la administración de justicia: es un instrumento de poder para servir al Estado. Por ello los integrantes del Poder Judicial de la Federación, los jueces, magistrados, consejeros y ministros debieran ajustar su conducta al mandato constitucional, pero ¿cómo sustraerse a lo que son?
No debe extrañarnos entonces que el nueve de junio último, la Segunda Sala de la Corte aprobara por unanimidad de sus integrantes la tesis de Sergio Valls Hernández -ex director jurídico del IMSS, aspirante a suceder a Guillermo I. Ortiz Mayagoitia como factotum del Poder Judicial de la Federación, para ver colmadas sus aspiraciones políticas-, que ajusta a la baja las pensiones por invalidez, vejez y cesantía en edad avanzada de los trabajadores, para que no rebasen los diez salarios mínimos vigentes en el Distrito Federal. Los contratos de esperanza de los futuros jubilados descienden 15 niveles, nada más.
Valls, quien sabe muy bien lo que hace para ascender en el escalafón, usa de un argumento absurdo, pues sostiene que esos 10 salarios mínimos rigen para los seguros de enfermedad general y maternidad, pero olvidó considerar lo más importante: las madres y los enfermos regresan al trabajo, mientras que los jubilados, por la razón que sea, han de descender en la dignidad para aprender a morir en la miseria.
Las protestas por esta diligente resolución capitaneada, cabildeada y promovida por Sergio Valls para asegurarse la benevolencia del poder, no se hicieron esperar; lo mismo líderes sindicales que estudiosos, legisladores y representantes de asociaciones de abogados la consideran una aberración, pero sus argumentos pudiesen estar errados, porque creen y así lo hacen saber a los entrevistadores, que esa decisión obedece a la necesidad de bajar el costo de las pensiones al IMSS, para que la Secretaría de Hacienda no padezca por la exigencia de disponer de recursos económicos irrecuperables.
Pensar en el ahorro es absurdo, porque seres humanos de la tercera edad bien comidos y conservando su dignidad de vida, se enferman menos que los muertos de hambre; sus derechos a la cobertura de salud no los pierden, por disminuida que esté su jubilación. Cuesta más un viejo enfermo que uno sano, de seguro eso no lo ponderaron.
¿Por qué han sido rebasadas las expectativas del seguro popular? Por idéntica razón. El gobierno lo reconoce al informar que debido a la crisis crece el número de mexicanos en condiciones de pobreza alimentaria, por no calificarlos de muertos de hambre. Lo grave es que no comer, además de producir deficiencias físicas, favorece las deficiencias mentales, por lo que muchos mexicanos que no crecieron bien alimentados serán tontos funcionales.
Lo más grave es que se invierte la pirámide poblacional, y pronto, más pronto de lo que cree Sergio Valls Hernández, México será un país de viejos rebasados por la pobreza, miserables, andrajosos y, también peligrosos, porque si bien no se sumarán a los sicarios, no se convertirán en delincuentes, no robarán porque serán incapaces de correr para que no los detengan, debido a su pobreza y mala alimentación se convertirán en portadores de enfermedades consideradas erradicadas. Esos viejos muertos de hambre se pasearán por las ciudades como potenciales armas químicas, y la tuberculosis, la sarna, los piojos, la malaria, la hepatitis, todos esos padecimientos hijos de la falta de higiene costarán más al Estado que el haberse ahorrado unos cuantos millones en las pensiones.
Apunta mi gurú político: “La época actual es de aquellas en las que todo lo que normalmente parece constituir una razón para vivir se desvanece, en las que se debe cuestionar todo de nuevo, so pena de hundirse en el desconcierto o en la inconsciencia. Que el triunfo de movimientos autoritarios y nacionalistas arruine por todas partes la esperanza que las buenas personas habían puesto en la democracia… es sólo un aspecto del mal que sufrimos; éste es mucho más profundo y está más extendido”.
Con toda seguridad Sergio Valls Hernández no comprende el razonamiento expuesto. Él permanece satisfecho, seguro de que por haber cumplido con las tareas a él asignadas, el próximo dos de enero empezará a presidir la SCJN.
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