jueves, 22 de marzo de 2012

Prejuicio e intolerancia - Sergio Muñoz Bata



FRONTERA INVISIBLE


Sergio Muñoz Bata

Una agresión verbal contra el Alcalde de Los Ángeles demuestra por qué los ataques a los indocumentados se vuelven afrentas contra la comunidad latina entera.

"¿Ya oyó lo que le dijeron al Alcalde Villaraigosa en Sacramento?" me pregunta el reportero de Univisión, Jaime García. "Léalo en el Sacramento Bee de hoy porque queremos oír su opinión sobre el incidente para el noticiero nacional". De inmediato, prendo la computadora para acceder al periódico y ahí encuentro la página del Bee donde está la columna de Dan Morain, el columnista político del respetado diario de la capital del estado, en la que relata el incidente en el que involuntariamente se vio involucrado el Alcalde de la ciudad de Los Ángeles.


Acompañado por un grupo de reporteros, Villaraigosa salía de una comparecencia ante el comité de ingresos e impuestos de la Asamblea Estatal (a la que asistió para defender los intereses financieros de la ciudad que gobierna) cuando de forma intempestiva un desconocido le encaró con un grito: "¡Regrésate a México!"

Villaraigosa, quien nació en Los Ángeles y cuya familia se estableció en esta ciudad hace más de 100 años, no respondió a la agresión verbal. Haciendo gala de su carácter y mostrando que sabe cómo reaccionar con ecuanimidad ante el ataque de un individuo agresivo, Villaraigosa siguió su camino. Como buen reportero, Morain se despidió del Alcalde y salió en busca del agresor. No podía creer, escribe Morain en su columna, que en California hubiese alguien que no supiera que Villaraigosa lleva siete años presidiendo la Alcaldía de Los Ángeles; que fue el líder de la mayoría en la Asamblea Estatal; que fue Concejal de la Ciudad de Los Ángeles, que será el Presidente de la Convención Nacional Demócrata este año y que tiene un prometedor futuro en el escenario político nacional.

De su breve entrevista con el bravucón, Morain sacó en claro que el hombre sabía quién era Villaraigosa y que su intención era desafiarle. "Es un 'pissant'", le dijo el hombre utilizando un insulto en "slang" que implica que el aludido es alguien insignificante. Luego dijo que un "ilegal" había matado al hijo de un amigo suyo en Los Ángeles. "Pero, ¿qué culpa tiene Villaraigosa de eso?" preguntó Morain. "Él es mexicano. Es lo que él dice. Siempre está defendiendo a los mexicanos ilegales y a México. No tengo ningún remordimiento por haberle dicho lo que le dije", y dio por concluida la entrevista.

Mi primera reacción a las palabras del sujeto desconocido fue también de asombro por la lógica torcida de su lenguaje. Pero reflexionando un poco más sobre el tema, pensé que el resentido discurso de este hombre arrastra una buena parte de la enorme carga de intolerancia que se ha venido creando con las ordenanzas municipales y leyes estatales contra los inmigrantes indocumentados en estados del viejo Sur como Alabama, Mississippi, Carolina del Sur, Georgia y, por supuesto, en Arizona.

También pensé en el efecto perverso de la retórica contra los indocumentados de los aspirantes a la candidatura presidencial del Partido Republicano, sobre todo cuando hacen campaña proselitista en estos estados. Recordé que cuando Mitt Romney habla de la "deportación voluntaria" de 11 millones de personas que han hecho su vida en este país, lo que en realidad está proponiendo es hacerles la vida imposible a los indocumentados mediante ordenanzas tipo Arizona. Pensé en su oposición al "Dream Act" y visualicé las dobles y triples bardas que Romney, Ron Paul, Rick Santorum y Newt Gingrich quieren construir en la frontera sur al tiempo que deliberadamente ignoran a los indocumentados, en su mayoría de tez blanca, que llegan al país en avión con una visa temporal y se quedan aquí a vivir.

Lo más grave, sin embargo, es que el desagradable incidente que Villaraigosa vivió en Sacramento demuestra a la perfección por qué los ataques a los indocumentados se vuelven afrentas en contra de la comunidad latina entera. Cuando las ordenanzas municipales autorizan la detención policial de cualquier persona que "parezca" indocumentada, lo que realmente plantean es legalizar la discriminación y el prejuicio racial.
En los estados donde se han promulgado estas ordenanzas todos los que tenemos la piel morena somos sospechosos de ser indocumentados. Y en este clima de intolerancia, todos los que defendemos la condición humana de los trabajadores indocumentados: de las niñeras de nuestros hijos, de quienes trabajan el campo, de quienes construyen nuestras casas, de quienes manufacturan nuestros muebles, de quienes preparan nuestras comidas y arreglan nuestros jardines, quedamos expuestos a que un fanático incoherente nos grite que nos regresemos al país de nuestros antepasados, como le acaba de suceder a Villaraigosa.

Cuando al final del escrito de Morain leí que el intolerante sujeto de Sacramento dijo llamarse Davi Rodríguez, pensé ¿Será verdad eso de que "para que la cuña apriete debe ser del mismo palo?". No. No lo creo porque sé que el porcentaje de gente que piensa como Rodríguez dentro de la comunidad latina es, afortunadamente, mínimo.

Lo que a mí me hubiera gustado ver es ¿cómo habría reaccionado este hombre si al escuchar su apellido otro individuo igual de prejuiciado le hubiera salido al paso y en un arrebato le gritara, "Rodríguez: ¡Go Home!?".

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