jueves, 24 de noviembre de 2011

La izquierda de aquí - Lorenzo Meyer

AGENDA CIUDADANA,

Lorenzo Meyer

La izquierda de aquí

Por razones que no tiene caso ahondar en este espacio y ocasión, resulta que hace tiempo que en México y en muchos otros lugares, la izquierda dejó de ser la de las masas organizadas, en torno a la gran utopía marxista y bajo el liderazgo de profesionales duros que deberían guiarla por la sangrienta vía de la revolución. Hoy la izquierda es más modesta. No olvida a Marx pero ya no ve el triunfo mundial del socialismo como un dictado de la historia (Eric Hobsbawm, Cómo cambiar el mundo [Crítica, 2011]). Se trata de una fuerza más heterogénea, desconfiada de los partidos y dispuesta a la desobediencia civil pero ya no a volver a asaltar el Palacio de Invierno, pues los resultados de eso fueron horrendos.

Hoy, una parte de la izquierda ya ni se reconoce como tal sino como “indignados”, “ocupas” o estudiantes que reclaman en la calle una educación pública, gratuita y de calidad. En México, la izquierda son también “Morena”, lo que se mantiene de “El Barzón”, Atenco, la APPO o el neozapatismo. Izquierda son los sindicalistas que se han quedado sin fuente de trabajo y no se resignan (SME, Mexicana de Aviación), algunas de las ONG, los ecologistas, los que reaccionan contra la política federal de insistir, pese al costo en vidas y presupuesto, en la solución militar al problema del narcotráfico, los “ninis” que no se conforman con su situación y un etcétera que puede llegar a ser largo si hay un liderazgo capaz de agruparla y encauzar tanto la suma de reclamos como el deseo de imaginar algo mejor que la grisura y mediocridad del presente, que la mera prolongación de las inercias en el futuro.

· El liderazgo

Un problema central de la izquierda mexicana a lo largo del siglo XX fue la ausencia de un liderazgo y de un proyecto que le permitiera enfrentar con éxito los obstáculos enormes que presentó un régimen autoritario que, por provenir de una revolución social, se apoderó del discurso progresista y lo mantuvo pese a desmentirlo en la práctica después del cardenismo. Otro gran problema ha sido una cultura cívica que, por razones históricas y por la influencia de los medios de comunicación dominados por una visión de derecha -una televisión directamente asociada al poder político desde su origen-, ha tendido hacia el conservadurismo (véanse las encuestas en Ronald Inglehart, et al (eds.), Human beliefs and values [México: 2004], sección E).

El primer tema, el del liderazgo y organización en la izquierda, es uno de los que hoy se debaten y definen de cara al próximo encuentro de México con las urnas. La semana pasada, y teniendo como trasfondo una larga cadena de conflictos internos, la izquierda partidista mexicana le ganó a los malos augurios. Con un giro de 180 grados en relación con los procesos que le antecedieron, pudo elegir candidato presidencial sin recurrir a la carnicería fratricida. Las dos cabezas visibles de la contienda interna, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y Marcelo Ebrard, acordaron acudir a una encuesta para determinar quién contaba con más apoyo y plegarse al resultado. Convinieron en cinco preguntas pertinentes -al hacerlo prefiguraron el resultado al dar mayor peso a las posibilidades presentes sobre las de crecimiento futuro (José Antonio Crespo, El Universal, 22 de noviembre). En tiempo y forma previstos, Ebrard reconoció públicamente un resultado de 3 a 2 a favor de AMLO y con elegancia declinó seguir en la contienda pero preservando (y aumentando) su capital político de cara al futuro.

Así, de entrada y en principio, pareciera que la energía de esa izquierda se concentrará en una lucha contra el verdadero adversario: el retorno del PRI de Enrique Peña Nieto a “Los Pinos”, lucha que se perfila como extraordinariamente difícil de librar. Por ahora, las últimas encuestas disponibles (El Universal, 22 de noviembre) dan por descontada la restauración priista y la tarea de AMLO va a ser realmente cuesta arriba.

· La naturaleza de la dicotomía izquierda-derecha

Desde su origen en la Asamblea Nacional francesa de 1789, el laxo agrupamiento de diputados que se sentaba a la izquierda de la presidencia se identificaba con el cambio no sólo de políticas sino de régimen: la derecha apoyaba la monarquía existente y la izquierda proponía crear la república. Las circunstancias posteriores sufrieron muchos cambios pero la orientación se ha mantenido: la derecha se ha esforzado en la preservación del status quo, de la estructura social y cultural vigentes y de los derechos adquiridos. La derecha más inteligente sabe que el cambio es natural e inevitable, pero busca frenarlo hasta donde le sea posible, adaptándose a las nuevas formas pero manteniendo el corazón de lo viejo según el lema del personaje literario, don Fabrizio Corbera, príncipe de Salina: cambiar para que todo siga igual.

En contraste, la izquierda no sólo demanda el cambio superficial, sino uno real y con sentido moral. Transformación en favor de aquellos a los que el orden existente les ha jugado históricamente con dados cargados -básica pero no únicamente, los económicos- y que siempre les ha exigido lo más y les ha dado lo menos. En el siglo XX, la derecha buscó disminuir hasta negar la validez de la división entre derecha e izquierda. Pero esa negativa es irrelevante en tanto la izquierda se mantenga señalando la existencia y las consecuencias de una contradicción de intereses entre grupos sociales.

El reciente estudio comparativo entre los países de la OCDE en relación con la justicia social que acaba de publicar la fundación alemana Bertelsmann -y que ya cité en una columna anterior- coloca a México en el penúltimo lugar de los 31 países de esa organización y en el último en materia de prevención de la pobreza. Estos indicadores hacen patente la urgencia de encauzar a México hacia un camino que lleve a una menor inequidad, es decir, por el de la izquierda.

Es interesante notar que el estudio citado considera que una mejor justicia social -definida como la capacidad de garantizar a todos y cada uno de los miembros de la sociedad, mediante inversiones públicas adecuadas, una oportunidad genuina de desarrollar sus capacidades- es un imperativo no sólo moral sino también práctico, pues de él depende transformar en “socialmente responsables” a las economías de mercado lo que, a su vez, será la garantía de su viabilidad en el largo plazo, algo que finalmente también es un interés de la derecha, de la derecha inteligente, claro está.

· Líder hay ¿y partido?

Por su biografía política, AMLO es hoy el líder natural de la izquierda mexicana. Esa biografía se inició hace 34 años cuando, tras salir de la UNAM, el joven tabasqueño decidió irse a vivir con los chontales como director del INI en Tabasco, siguió cuando perdió la dirección el PRI estatal por intentar cambiarlo, se mantuvo como oficial mayor de su estado en “época de vacas gordas” por un día y renunció. Tras participar en la formación del PRD y encabezar la oposición en Tabasco, AMLO ganó el gobierno del DF y luego fue candidato presidencial de oposición para ser derrotado de mala manera, pero persistió en organizar a la oposición al margen de un PRD que ya se había vuelto en su contra, crear a pulso el movimiento social “Morena” y recorrer de punta a rabo todo el país para, finalmente, volver a ser el candidato presidencial de las izquierdas.

AMLO tiene ahora un discurso notablemente diferente del que tenía hasta hace poco. El de ahora es más suave aunque su “Proyecto de Nación” sigue siendo el mismo: enfrentar la vieja y enorme corrupción de la estructura institucional del Estado y usar lo que queda de ese Estado para encauzar, dentro del marco inevitable de economía de mercado, los recursos públicos e indirectamente los privados hacia la creación de empleo vía la construcción de infraestructura, la eliminación de privilegios socialmente inaceptables y enfrentar a los monopolios para crear una competencia económica interna que le permita a México enfrentar la muy dura competencia externa.

La historia de éxito de cierta izquierda latinoamericana, en particular la brasileña, está montada en un partido que hoy no tiene contraparte en México. El PRD actual ha mostrado que no está a la altura del enorme reto que significa enfrentar al PRI -Michoacán es el ejemplo más reciente- y, por ahora, ese es el punto más débil de la estrategia encaminada a dar una oportunidad al proceso político mexicano de intentar navegar pegado a la orilla izquierda. ¿Será Morena capaz de dar al proyecto lo que el PRD no le ofrece? Es pregunta.

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