viernes, 21 de octubre de 2011

Veinte años - Miguel Ángel Granados Chapa


PLAZA PÚBLICA

Miguel Ángel Granados Chapa

Veinte años


En memoria de Miguel Ángel Granados Chapa, a lo largo de esta semana reproducimos algunas de sus columnas. El 13 de julio de 1997 el autor hace un paseo por los 20 años de la Plaza Pública.}


Hace dos décadas, el 13 de julio de 1977, apareció la primera entrega de esta columna, que desde entonces ha sido escrita todos los días sin interrupción, salvo durante breves periodos vacacionales. Registro la fecha no por autorregodeo que resultaría pueril, sino para celebrar que haya habido lectores y editores capaces de atenderla durante tanto tiempo.


A todos extiendo mi agradecimiento cordial, profundo.

Aquel texto inaugural fue titulado "El PARM retorna al origen con los militares veteranos". Como ocurriría en los siguientes 26 meses, la Plaza apareció en la primera plana de Cine Mundial, un diario especializado como su nombre lo indica, en un experimento auspiciado por la generosidad de Luis Javier Solana, que de ese modo me ofrecía un espacio que yo requería premiosamente.

Tras estudiar periodismo en la Universidad Nacional, había ya tenido oportunidad de practicarlo, a partir de 1964, al lado de don Manuel Buendía, don Fernando Solana y don Julio Scherer. En 1976, el golpe de Echeverría, que armó la mano de un traidor, nos arrojó fuera de Excélsior y entonces fundamos el semanario Proceso. Como era propio, don Julio fue como hasta noviembre pasado no sólo el alma de esa publicación sino su director general, mientras que a mí correspondió el honor de ser designado director-gerente. Me retiré de allí en mayo de 1977.


Durante el mes siguiente sufrí los efectos de mi actitud profesional. Sólo confortado por la cálida solidaridad de Marta Isabel Salinas, la madre de mis hijos Luis Fernando, Tomás Gerardo y Rosario Inés, viví la desoladora sensación del aislamiento. Ninguno de los diarios capitalinos me interesaba, ni mi trabajo importaba a ninguno de ellos, al menos los dedicados a la información general. Entonces, Luis Javier Solana quiso introducir un nuevo ingrediente en Cine Mundial, propiedad suya y de su tío Guillermo Morales Blumenkron y dirigido por Octavio Alba. Junto a las notas y fotos de su especialidad, ese diario tabloide publicaba una sección de información general que, a juicio de Solana, se enriquecería con una columna política. Ya se publicaba una, a cargo de Norberto de Aquino, titulada, como signo de la época, PRImicias, con notas breves sobre la actividad de los partidos. Convinimos en una de distinto carácter, al estilo, toda proporción guardada, de la que en ese mismo año había iniciado don Manuel Buendía en la Organización Editorial Mexicana.

El momento era adecuado para ese ejercicio (que se inició simultáneamente con mi ingreso a las páginas del semanario Siempre, invitado por don José Pagés Llergo a través de don Francisco Martínez de la Vega), porque 1977 era el año de la reforma política. La visión de futuro y el talento político de don Jesús Reyes Heroles, favorecidos por la decisión del presidente López Portillo, estaban generando una modificación sustantiva del sistema de partidos y de la representación parlamentaria. Como uno de los aprestos previos a la legislación correspondiente, que estaba siendo preparada entonces, a principios de julio se produjo un cambio de mandos en el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana. A ese hecho se refirió la inaugural Plaza Pública.


"La elección del general Antonio Gómez Velasco como presidente del PARM devuelve ese partido a su proyecto original. Se trata de que lo manejen viejos militares revolucionarios, y ya no los jóvenes que en el sexenio pasado, con tan malos resultados, fueron comisionados allí presumiblemente para revitalizarlo.


"Gómez Velasco, que ya era general brigadier en 1925, que fue personaje distinguido en el alemanismo y que luego fue director de tránsito en la época del regente Uruchurtu, no era, hasta donde se sabe, miembro del Auténtico. Tampoco lo eran los almirantes, ex secretarios de Marina, Manuel Zermeño Araico y Antonio Vázquez del Mercado, elegidos vicepresidentes el mismo día que Gómez Velasco asumió la dirección parmista, el 3 de julio anterior.

"Todos ellos fueron enviados allí con un evidente doble propósito. Por una parte, se trata de fortalecer con gente de edad y de respeto a ese partido, muy claramente dependiente del gobierno, evitando los pleitos internos, barateros, que allí ocurrieron desde que murió el general Jacinto B. Treviño, que lo fundó. Por otro lado, y en consecuencia de lo anterior, hacer que el PARM no quede anulado por los partidos que probablemente obtengan su registro como parte de la reforma política.


"El Auténtico es, desde sus orígenes, un partido ficticio. Aunque en los últimos años su votación creció, eso se debe a causas circunstanciales, no a su propio empuje, ni a que se haya convertido en una opción política clara para los ciudadanos".


Lo fue, para sorpresa de todos, 10 años después de escritas estas líneas, cuando acogió a Cuauhtémoc Cárdenas como su candidato presidencial. Claro que al salir del PRI y resuelto a oponerse a la candidatura de Carlos Salinas, quedaban a Cárdenas alternativas reducidas, como el PARM. Dados los antecedentes de ese grupo, costó trabajo creer en la sinceridad de su mutación, al convertirse de apéndice gubernamental en partido que albergó la disidencia. Y la metamorfosis no tuvo efectos duraderos: luego de la campaña de 1988 y de que al año siguiente Cárdenas resolvió crear su propio partido, el de la Revolución Democrática, el PARM volvió a ser lo que era, lo que su pecado original le ordenaba ser, hasta que se diluyó en los comicios federales de hace tres años.


Por lo que hace a la Plaza Pública, disfrutó de la hospitalidad de Cine Mundial hasta septiembre de 1979. En ese momento, Luis Javier Solana, que manejaba el periódico, fue nombrado por López Portillo director de Comunicación Social de la Presidencia. Al autor de esta columna le pareció inconveniente escribir para el diario de quien en ese momento se convertía en vocero del gobierno federal (aunque Solana mantuvo netamente la distinción de esas funciones) y atendió la invitación de Manuel Becerra Acosta, su antiguo compañero de tareas en Excélsior, para incorporar la columna a las páginas de Unomásuno, nacido en noviembre de 1977.


Aquella vinculación con Solana provocó suspicacia cuando se produjo el episodio del rancho de Tenancingo. En agosto de 1981, hablé del regalo que políticos mexiquenses, encabezados por el gobernador Jorge Jiménez Cantú, ofrecieron al presidente López Portillo. Era un obsequio espléndido, una propiedad extensa y hermosa cuya entrega al Ejecutivo federal era ofensiva a la sociedad, por lo que significaba como tributo al monarca y por su costo, oneroso en todo caso y mayormente ante la situación que se deterioraba entonces por la caída de los precios petroleros. López Portillo se mostró sensible a lo dicho por la Plaza, escrito como siempre sin vinculación alguna con funcionarios, y que Solana leyó como el Presidente mismo a la hora de ser publicada. No sólo decidió rechazar aquel regalo, a través de una carta dirigida al autor, y que Unomásuno publicó en su espacio principal, sino que en su quinto informe, pronunciado pocos días después, aludió al hecho para anunciar una regulación de los obsequios a gobernantes, que se concretó en el sexenio siguiente.


En Unomásuno figuró la Plaza hasta el final de noviembre de 1983. Durante el año anterior, se había gestado una diferencia entre el director Becerra Acosta y sus subdirectores Carlos Payán, Carmen Lira, Héctor Aguilar Camín, Humberto Musacchio y yo mismo, que había asumido esa función en 1980 y la desempeñaba simultáneamente con la escritura de la columna, que entonces aparecía de lunes a viernes y se completaba con un artículo dominical desprovisto del cabezal que identificaba a la Plaza Pública. La ruptura fue inevitable y nos fuimos de Unomásuno armados con el propósito de reconstruir una obra que, para nosotros, allí se frustraba.


Inicié una nueva travesía del desierto, que esta vez se prolongó 10 meses, hasta el 19 de septiembre de 1984. En ese lapso, la Plaza Pública no apareció en diario alguno de la Ciudad de México, pero sí en muchos de los estados. La distribuía, desde antes y hasta enero de este año, la Agencia Mexicana de Información, dirigida por José Luis Becerra. Siempre valiosa y agradecible, la acogida que esos diarios de la mal llamada provincia dieron a esta columna, se hizo entonces inapreciable. Muchos de ellos -hasta sumar hoy cerca de 40- continúan publicándola, en respuesta al creciente interés de los lectores por los asuntos que se abordan en ella, que son precisamente los que conciernen a los ciudadanos que transitan por la plaza pública.

En ese mismo lapso de 1984, la columna apareció en el semanario capitalino Punto, fundado y dirigido por Benjamín Wong, el notable reportero que, cuando dirigió la Organización Editorial Mexicana la hizo vivir una breve primavera de modernidad y profesionalismo. Sin que por supuesto el semanario lo requiriera, Wong asoció a las tareas de dirección a José Carreño Carlón y a mí. Conocidos desde los tiempos universitarios, amigos entrañables después, Carreño y yo prolongamos en La Jornada una tarea profesional conjunta que concluyó cuando el presidente Salinas lo atrajo a su lado, primero como director de El Nacional y luego como su vocero. El distanciamiento que eso provocó en nuestra relación es una de las dolencias más graves que he resentido en el trayecto vital cuyo recuento estoy asestando a los lectores.


La Plaza Pública apareció, ya seis veces a la semana, incluyendo una entrega dominical como ésta, de mayor longitud que las restantes, en La Jornada, desde su fundación en 1984 hasta noviembre de 1992. Había correspondido a Payán, Lira, Aguilar Camín, Musacchio y el autor de esta columna organizar un esfuerzo de muchos reporteros y articulistas que se marcharon también de Unomásuno y recibieron el apoyo de miles de personas que financiaron la creación del diario del que Payán fue director general durante 12 años y yo primero subdirector y luego director.


Me retiré de ese cargo en 1990 para fundar la revista semanal Mira, a cuya dirección renuncié en mayo de 1994 con motivo de la honrosísima distinción que recibí al ser nombrado, junto con Santiago Creel, José Agustín Ortiz Pinchetti, Ricardo Pozas, José Woldenberg y Fernando Zertuche, consejero ciudadano en el Instituto Federal Electoral. Esa tarea, que por decisión propia concluyó en octubre del año pasado, no sólo fue una excepcional ocasión de servicio, sino para un profesional de la prensa un mirador espléndido de la realidad nacional y una oportunidad privilegiada de contribuir a poner en práctica algunos de los valores en torno de los que gira la escritura de esta columna, como la libertad y la democracia. Junto con la justicia, aquellos fines a los que nos encaminamos con paso firme el domingo pasado, han faltado a la vida republicana y son por eso metas de muchos mexicanos en unión de los cuales me complace militar.


Fue breve la permanencia de la Plaza Pública en El Financiero, entre agosto de 1992 y noviembre del año siguiente. Fui allí acogido por la generosidad de Rogelio Cárdenas. Consideré que se había cumplido un ciclo en La Jornada, después de que se transformó su estructura de dirección y pensé que ésa ya no era la casa que contribuí a construir. He depuesto ahora, primero en mi fuero interno, la querella pública que por aquel motivo sostuve con Payán, cuya satisfacción democrática por haber sido elegido senador de la República -como número tres en la lista del PRD- ha sido nublada por la grave enfermedad de su querida esposa Cristina. Ya que, contra mis convicciones profesionales, esta vez he abusado del tono personal y de la primera persona, apenas me ruboriza enviar a ambos, en su dolor, un abrazo impregnado de la solidaridad fraterna que nos unió en el pasado.


En noviembre de 1993, apareció Reforma, que en cortísimo plazo se convirtió en un diario imprescindible, por el trabajo de sus reporteros y editores, y por el conjunto de los notables articulistas de sus secciones de opinión. Su presidente y director general, Alejandro Junco, expresó el credo de ese diario y de su hermano mayor El Norte ante algunos de ellos, y frente a líderes empresariales interesados en saber por qué se ofrecía tan amplio espacio a colaboradores con militancia democrática. Junco dijo que, a su juicio, las libertades económicas -libre mercado, libre competencia- por las que esos líderes y él mismo han luchado, son una cara de la democracia, y que la otra está representada por las libertades políticas, incluida la libertad de expresión. Ambos géneros de libertad son inescindibles, y si se quiere lo uno se quiere inevitablemente lo otro.


Me satisface y honra que, 20 años después de su nacimiento, la Plaza Pública sea parte de un diario que, como Reforma, sostiene ese credo, propio también de los periódicos que en los estados acogen esta columna. La tarea que esa prensa ha realizado a lo largo de estas dos décadas, y aun durante un lapso mucho más dilatado, comienza a evidenciarse en el acendramiento de la conciencia ciudadana. Tras varios valiosos precedentes en la misma dirección, la elección del 6 de julio pasado confirmó la fe ciudadana en el cambio pacífico. Y en ese logro, la prensa responsable ha sido un motor eficaz.

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