lunes, 8 de agosto de 2011

Una ciudad veleidosa

Martha Anaya

August 8, 2011

Los políticos priistas, aquellos que se han movido por las entrañas del Distrito Federal desde hace dos o más décadas, no dudan en describir a la ciudad de México como “una ciudad veleidosa políticamente”.

Cuentan que ya desde los años ochentas miraban con preocupación elecciones “competidas” en el corazón del país. En los comicios de 1988, el Frente Democrático Nacional, encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas, prácticamente arrasó en la capital.

Iztapalapa, la demarcación más poblada del país entero –casi un millón 900 mil habitantes–, la perdió el PRI completita en ese entonces; pero como a la sazón no había elección de delegados (ni de jefe de Gobierno del Distrito Federal) y el FDN no llevó candidatos comunes con otras fuerzas de oposición, el PRI siguió gobernando la ciudad y sus distintas delegaciones.

Tres años después, la ciudad se dispuso a votar de nuevo. El presidente de la República era Carlos Salinas de Gortari; el regente de la ciudad era Manuel Camacho Solís y la mano derecha de éste, era Marcelo Ebrard.

Durante aquellos primeros tres años, los priistas se afanaron por recuperar el terreno perdido en las urnas. Desde la regencia capitalina se negoció con cuantos grupos vecinales surgieron por la ciudad y muy particularmente en Iztapalapa, delegación que recibió una importante ola migratoria provocada por los sismos del 85.

Sin embargo, para esa elección intermedia los posibles candidatos que podrían abanderar la causa priista tenían miedo de participar. El antecedente (1988) era bastante malo y por añadidura pensaban que si las cosas se ponían duras Camacho los iba a “negociar”. Era el tiempo de las llamadas concertacesiones.

Camacho, Marcelo y Enrique Jackson (presidente del PRI en el DF) sufrieron para conformar la lista de candidatos, tanto para las delegaciones como para la Asamblea Legislativa del DF.

Pero inesperadamente, en tan sólo tres años, las preferencias citadinas dieron un vuelco y el PRI arrasó en el Distrito Federal.

Fue a tal grado el triunfo tricolor que Marcelo Ebrard, quien estaba inscrito como número uno en la lista plurinominal para la ALDF, no pudo ingresar.

Según cuenta Roberto Campa Cifrián –quien trabajó en Iztapalapa los dos primeros años del sexenio y luego hizo campaña para una diputación desde otro distrito capitalino que comprendía Polanco, Anzures, Anáhuac, Pencil—la razón que le expresaron los votantes de por qué votarían por el PRI era siempre la misma: “Por Carlos Salinas…”

Desde su punto de vista, y a la fecha lo reitera, esa elección intermedia del 91, la ganó el Presidente.

La elección del 94, como sabemos fue anómala. Cundió el llamado “voto del miedo” tras el asesinato del candidato presidencial del PRI, Luis Donaldo Colosio, sepultando a la vez el entusiasmo que se había vuelto a levantar a favor de la izquierda tras el alzamiento zapatista.

Pero en 1997, la ciudad capital cambió de nuevo su ánimo y por vez primera, en lo que fue la primera elección de un Jefe de Gobierno del Distrito Federal, fue gobernada por un opositor: el perredista Cuauhtémoc Cárdenas.

El PRD refrendó sus triunfos en la capital del país en el 2000, con Andrés Manuel López Obrador y en 2006 con Marcelo Ebrard.

La volubilidad de la ciudad parecía haber quedado atrás.

En 2009, Iztapalapa –granero principal de los votos perredistas—sufrió embates políticos auspiciados desde Los Pinos –contando con el apoyo de los “Chuchos”–y la defensa obradorista de sus huestes terminó en la burlesca historia de “Juanito” y su reemplazo por Clara Brugada.

A la par, uno de los principales apoyos del PRD, el sindicato de Luz y Fuerza del centro, fue borrado del mapa por decreto presidencial. El apoyo del PRI a tal medida tenía muy claro su razón de ser: debilitar al PRD en la capital.

El desmonte de la fuerza perredista en la capital contó a su vez con el juego de ambiciones e intereses propios dentro del sol azteca. La defección de René Arce es muestra de una de tantas.

Y hoy, el destino político de la capital del país –joya de la corona del PRD—está en duda.

Empero, si en el 2012 la izquierda pierde la capital, esta vez no podrá atribuírsele a la mera “veleidad” de sus habitantes. Un buen gobierno desde el zócalo no es suficiente para contrarrestar los enfrentamientos, mezquindades y divisiones de quienes se cobijan bajo las siglas del partido que gobierna.

No, no será mera veleidad.

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