AGENDA CIUDADANA
Lorenzo Meyer
Peculiaridad
La razón de la llamada guerra contra los narcotraficantes, que hoy tiene en México su teatro más sangriento, no se formuló en nuestro país ni se inició aquí como una decisión propia. Esta peculiar guerra la declaró el gobierno norteamericano hace ya buen tiempo, pero resulta que ahora ya es nuestra. ¿Nos la endosaron? ¿Qué hacer para salir de ella? ¿Se puede?
Estados Unidos, como nación guerrera -¿en cuántos conflictos se ha metido esa sociedad a partir de la Guerra de los Siete Años, en el siglo XVIII, cuando aún era colonia?-, tiene una peculiaridad: raras veces ha librado sus batallas en su propio territorio. El último gran conflicto -terrible- que tuvo lugar en territorio norteamericano fue su propia guerra civil (1861-1865). A partir de ahí, todos los teatros de operaciones del Ejército de Estados Unidos han sido fuera de su geografía: la guerra contra España de 1898 en Cuba y Filipinas, la Primera Guerra Mundial en Francia, la Segunda Guerra Mundial en Europa, África, Asia y el ancho mar internacional, la Guerra de Corea y luego la de Vietnam, en Asia. Hoy los combates son en Irak, Afganistán y algo en Pakistán. Y están las "pequeñas guerras" como esas contra los piratas en África del norte a inicios del siglo XIX, contra los Boxers en China de 1900 a 1901, contra los independentistas de Filipinas entre 1899 y 1902, la invasión de Nicaragua de 1912 a 1933, la fuerza expedicionaria en Siberia en 1918 y varias más; entre las más recientes, Kosovo y Libia.
Hasta hace poco, México había logrado mantenerse casi al margen de las acciones bélicas norteamericanas. Durante la guerra civil, lo único que hizo Juárez fue permitir el paso de tropas del norte. Durante la guerra de 1898, el gobierno de Porfirio Díaz permitió a los enemigos de los norteamericanos, los españoles, adquirir algunos avituallamientos en México. En la Primera Guerra Mundial, Venustiano Carranza se mantuvo neutral y durante la invasión de Nicaragua en los 1920 el gobierno de Plutarco Elías Calles mostró simpatías por quienes resistían a los marines. Fue hasta la Segunda Guerra Mundial cuando México formalmente se alió a Estados Unidos, pero ya no lo hizo durante la guerra en Corea ni en las subsecuentes, y en este siglo XXI no apoyó la invasión de Irak. Sin embargo, en la llamada "guerra contra las drogas" México encontró su límite, pues, a querer que no, poco a poco fue presionado a incorporarse a ella para luego encontrarse convertido en uno de los teatros principales del conflicto y, posiblemente, en el principal.
El principio
Como se sabe, a inicios del siglo pasado, Estados Unidos, después de haber participado activamente en el comercio del opio en China (un abuelo del presidente Franklin D. Roosevelt fue uno de esos comerciantes), encabezó el esfuerzo por prohibir internacionalmente la producción, comercio y consumo de opio y más tarde de otras drogas.
Desde la perspectiva de Washington, la adicción al alcohol y al tabaco no nece- sariamente implicaba una degradación moral, pero al opio, la heroína y la marihuana sí. Por eso, la lucha contra las drogas se convirtió, a fin de cuentas, en una cruzada que sigue vigente. En contraste, la prohibición del consumo de alcohol, que también fue emprendida con el mismo espíritu en 1920, tuvo que cambiar de enfoque muy pronto (1933), por lo masivo de su consumo.
En un artículo tan sucinto como sustantivo, William O. Walker III muestra cómo, desde los años treinta del siglo pasado, los encargados de la política antinarcóticos en Estados Unidos ligaron la lucha contra las drogas a la protección no sólo de la moral sino de la seguridad misma de su país (el opio podía volverlos un país degradado, como suponían que era China entonces), liga que, con diferentes énfasis, se mantiene ("Narcotics Policy", Encyclopedia of the New American Nation, www.americanforeignrelations.com/E-N/Narcotics-Policy.html).
Justamente por considerar la lucha contra las drogas un asunto no sólo ético sino de seguridad, Estados Unidos desde el inicio se decidió a emplear su poder para librar el combate fuera: en los países productores y en las rutas externas del tráfico.
En 1969 Estados Unidos se salía de Vietnam, pero el consumo de drogas entre los soldados que regresaban era notablemente alto. El presidente Nixon eligió a México para iniciar su guerra contra las drogas mediante la "Operación Intercepción", que por unos días paralizó el cruce de México hacia Estados Unidos. A los países productores se les sometió a un trato de adversarios y se les exigió que dieran prueba clara de aceptar las exigencias norteamericanas para erradicar la producción de drogas. Salvo en el caso de Turquía (aliada indispensable en la Guerra Fría), la presión más que la negociación fue el instrumento usado por Estados Unidos en este campo.
Las exigencias al mundo externo hechas por la Presidencia norteamericana fueron apoyadas y a veces encabezadas por el Congreso, que en 1976 creó un comité especializado sobre el control de narcóticos. Ahí dominaron los duros, se favoreció la militarización del esfuerzo y se decidió someter a examen anual (certificación) la conducta de los gobiernos extranjeros en materia de erradicación de plantíos y acciones contra los traficantes. La "asistencia militar" para el combate al narcotráfico a países latinoamericanos, en particular a Colombia, se expandió al punto que se aceptó la presencia de bases militares norteamericanas y el proceso se aceleró hasta culminar en 1999 en el "Plan Colombia". Originalmente, los colombianos pensaron en un tipo de "Plan Marshall" que modificara socialmente al país, pero ese proyecto terminó por ser básicamente una relación militar con Estados Unidos. Hasta 2010, y pese al "Plan Colombia", la producción de cocaína seguía sin disminuir (alrededor de 535 toneladas al año) pese a que Washington había desembolsado 7 mil millones de dólares (Inter-American Dialogue, de Washington, citado por CNN, 17 de enero, 2011).
En México, por razones ligadas a la debilidad con que inició su gobierno, Felipe Calderón decidió enfrentar su déficit de legitimidad asumiendo, desde el arranque, el papel de Presidente guerrero. Apenas instalado en "Los Pinos" movilizó de manera espectacular a las Fuerzas Armadas contra los cárteles de la droga. Ya embarcado por voluntad propia en esa empresa, Calderón propuso la edición mexicana del Plan Colombia: la "Iniciativa Mérida" (IM). Este proyecto de cooperación con Estados Unidos vino como anillo al dedo al tipo de guerra contra las drogas favorecida por Washington.
Formalmente la IM anunciada en 2007 y puesta en práctica al año siguiente es de origen mexicano, pero en realidad es una variante de bajo perfil de la estrategia norteamericana ya ensayada en el sur del continente. En nuestro caso no hay fuerzas militares norteamericanas estacionadas en el territorio pero sí un heterogéneo conjunto de asesores-observadores-operadores norteamericanos -DEA, servicio de aduanas, Ejército y de otra media docena de agencias- encargados de vigilar muy de cerca a sus contrapartes mexicanas.
Hasta ahora, el costo para Washington de la IM ha sido relativamente bajo -alrededor de mil 500 millones de dólares- pues México pone, además de la gran cuota de sangre, más del 80% de los recursos materiales. Finalmente, de los cuatro "pilares" que dan forma y contenido a la IM, el combate al crimen organizado es el prioritario y "la construcción y recuperación de la fuerza de las comunidades" el último, con el fortalecimiento del Estado de derecho y "una frontera del siglo 21" como pilares intermedios.
Nudo gordiano
Walker concluye que la oferta externa no crea la demanda de drogas de Estados Unidos, sólo la satisface. Pero al final, hay un nudo gordiano: "Entre más acepten la estrategia norteamericana las naciones que producen o que son rutas del tránsito de drogas, y declaren que las drogas son una amenaza a su seguridad, más difícil se vuelve para ellas el proceso de gobernarse. [Sin embargo] Enfocarse sólo en la demanda, como han sugerido los estados productores, no soluciona el problema multifacético que significan las drogas".
La conclusión a la que se puede llegar desde México es que podemos saber cómo se inició y desarrolló el problema de las drogas, pero por ahora no podemos aspirar a resolver el problema sino sólo a administrarlo de mejor forma. Y esa forma consiste en no seguir la guerra que nos endosaron, sino redirigir las fuerzas a dar seguridad al ciudadano común en vez de seguir la ofensiva contra un tráfico que persistirá en tanto haya consumidores de sustancias prohibidas en Estados Unidos y aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario