México SA
exportaciónde recursos, aunque se supone que cuando alguien exporta algo es para obtener un beneficio concreto (dinero, por ejemplo), y en el caso documentado ayer por La Jornada de plano no se ve por dónde el país pueda concretar cualquier ganancia, por mínima que sea.
Es la institucionalizada política del avestruz, pero por mucho que le den vueltas a uno u otro tema los hechos siempre son mucho más drásticos que la jerigonza tecnocrática. Resulta que la exportación
de capitales mexicanos crece a paso veloz, y en este sentido los mexicanos con mayor capacidad económica enviaron más de 93 mil millones de dólares al exterior durante el gobierno en curso para ser depositados en bancos, como inversión directa o para su colocación en otros activos en diversos países, indican informes del Banco de México. El envío de recursos al exterior bajo estas tres formas significó que 94 de cada 100 dólares que ingresaron a México por las remesas de mexicanos que trabajan en el exterior volvieron a salir del país en el mismo periodo. El monto de las remesas fue de 98 mil 801.6 millones de dólares en los 17 trimestres transcurridos entre 2007 y 2011
(La Jornada, Juan Antonio Zúñiga).
Por si fuera poco, la misma información detalla que en el transcurso del calderonato “la salida de divisas es 436.5 por ciento superior a la registrada en un periodo similar del primer gobierno surgido del Partido Acción Nacional, es decir, entre el primer trimestre de 2001 y el primero de 2006. En ambos gobiernos la salida de divisas por los tres conceptos considerados sumó 110 mil 431.2 millones de dólares, 16 por ciento de la cual correspondió a la administración que encabezó Vicente Fox, y el 84 por ciento restante se presentó durante este gobierno. En términos comparativos, el dinero que salió de México en la década que va del primer trimestre de 2001 al primero de 2011 para su depósito en bancos extranjeros, para abrir o comprar empresas o para su colocación en activos
no definidos representa 76 por ciento de los 144 mil 600 millones de dólares que ingresaron al país como inversión extranjera directa y en cartera, durante los mismos diez años”.
Semanas atrás la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, la Cepal, advirtió que los grandes empresarios mexicanos (marca Forbes, la mayoría de ellos) invierten como nunca y en proporciones crecientes, a grado tal que en 2010 ocuparon la primera posición latinoamericana en este renglón. ¡Qué bueno!, diría la maltrecha cuan famélica economía mexicana, pero el problema que ese récord regional, esa inversión al alza la concretan fuera de las fronteras nacionales, es decir, fortalecen economías y generan empleo en terceros países, no donde se comprometieron (recuérdese el Pacto de Chapultepec), por mucho que es en su propio país donde las condiciones siempre favorable a ellos le permitan acumular los capitales que ahora exportan
(Banco de México dixit) con envidiable alegría.
En cualquier país civilizado, con un gobierno atento y cuidadoso de los intereses nacionales, tan voluminosa fuga de capitales sería tipificada tal cual y se actuaría en consecuencia. Lamentablemente no es el caso del nuestro. En febrero del presente año, ante un reporte similar, el director de Comunicación del Banco de México, Ricardo Medina Macías, dio su versión de los hechos: “no existió ni existe tal fuga de capitales El significado de fuga de capitales comúnmente aceptado en todo el mundo se refiere a la salida cuantiosa y repentina de dinero o activos de un país ante eventos perturbadores en la economía y/o en los mercados locales, que son causa de una súbita depreciación de tales activos. Es evidente que desde hace muchos años, décadas incluso, no se han verificado en México eventos de tal naturaleza, ni tampoco se han registrado en la balanza de pagos… Resulta incorrecto equiparar las inversiones de empresas mexicanas en el exterior, la compra de activos en el exterior por parte de mexicanos o los depósitos de mexicanos en instituciones financieras del exterior con una fuga de capitales”.
En aquella ocasión se comentó en este espacio que también es comúnmente aceptado
que desde el tercer trimestre de 2008 la economía mexicana registró su peor crisis en 80 años, lo que daría cuenta de eventos perturbadores
más que suficientes para motivar la exportación
de capitales; también es comúnmente aceptado
que el tipo de cambio peso-dólar se devaluó brutalmente a partir de octubre de ese año (llegó a ser de 60 por ciento, y comenzó a recular), mientras en otras economías latinoamericanas, como la brasileña, tal crisis lejos de provocar desplome –como la mexicana entenderá– ofrecieron estabilidad e incluso crecimiento, y no depreciación de activos
; también es comúnmente aceptado
que la economía mexicana no ha logrado siquiera recuperar el nivel previo a tal crisis y que lleva años estancada, de tal suerte que parecen reunirse algunas de las condiciones que el Banco de México supone inexistentes para el armado de una fuga de capitales.
Con la información actualizada se puede realizar la operación: la exportación
de capitales durante el calderonato promedia 22 mil millones de dólares por año (5 mil 500 millones por trimestre), lo que no es precisamente un caramelo, ni signo de confianza y ecuanimidad por parte de los grandes empresarios. Como aquí se ha mencionado, para ofrecer un comparativo y dar una idea del alcance de la citada exportación
, sólo en 1994 (año previo al estallido de otra feroz crisis, ésta por los errores de diciembre
), la fuga de capitales (entonces reconocida como tal) sumó 23 mil 80 millones de dólares (72.5 por ciento de ese monto correspondió a los últimos 11 meses del gobierno salinista, y 27.5 por ciento al primero del zedillista). Con el actual inquilino de Los Pinos la exportación
promedio anual es de 22 mil millones de billetes verdes.
Las rebanadas del pastel
Entonces, ¿cuál sería el beneficio que obtiene el país por esa voluminosa cuan creciente exportación
de capitales que, según la política del avestruz, no es fuga?
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