lunes, 9 de mayo de 2011

Pido la renuncia del Secretario de Seguridad Pública

Martha Anaya

May 9, 2011

Se salió del guión. Antes de iniciar el discurso que llevaba preparado, Javier Sicilia miró el horizonte de todos aquellos que le acompañaban, de mantas y banderas que demandaban justicia, y exigió a voz en cuello:

-¡Pido la renuncia del secretario de Seguridad Pública (Genaro García Luna)!

Los aplausos se alzaron en la dolorida Plaza de la Constitución. Ondearon banderas, miles y miles de personas y cuerpos pintados de víctimas ensangrentadas se hicieron eco: ¡Que renuncie! ¡Que renuncie!

El poeta demandó:

-Queremos oír un mensaje del Presidente de la República con ese mensaje, diciendo que sí nos oyó.

La multitud que permanecía en el corazón del país respondía a gritos en distintos tonos: ¡Fuera inútil!¡Que se vaya! ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Que lo maten!

Sicilia escuchó esa última voz que se convirtió en clamor y atajó desde el templete:

-No, que no muera. ¡Que lo despida! No más muerte, no más odio; la violencia trae más violencia. Estamos pidiendo esta renuncia para evitar más violencia también.

Las campanas de catedral acompañaron sus palabras. Como acompasaron también, minutos antes, el vuelo de cuarenta mil globos blancos con el águila partida en dos, simbolizando las cuarenta mil almas muertas en esta guerra.

Eran las cinco de la tarde y cuarenta minutos. El sol aún quemaba. Decenas de miles escucharon el llamado por la paz y llegaron hasta este zócalo. Centenares de historias, mantas, leyendas, juicios y peticiones cargaban a su paso.

Otros tantos les escuchaban. David Huerta, Vicente Leñero, Elena Poniatowska, Julio Scherer García, Rosario Ibarra, Diego López, Héctor de Mauleon, Julián LeBaron, Patricia Duarte, Olga Reyes, Silvia Escalera, Gabino Gómez, Lourdes Hernández, Ignacio del Valle, y muchos, muchísimos más con sus propias historias a cuestas.

“Ni uno más”, demandaban los pegotes que portaban. “No + sangre”, exigían las camisetas que vestían. “Yo marcho por la paz”, rezaban otras leyendas.

Los cartelones mostraban mayor enojo: “Tú fuiste el peligro para México”, “No más daños colaterales”, “No más balas. Educación”, “Bola de ineptos. Renuncien.” “La guerra no es La Paz”, “Yo no me acostumbro a la violencia ¿y tu?”, “¿Cuánta sangre más hace falta para justificarse?, “¡Justicia!

La poeta Maribel Álvarez recogía en su pancarta versos de Miguel Hernández: “… donde unas cuencas vacías amanezcan, yo pondría dos piedras de futura mirada…”

A unos pasos, siluetas de cadáveres habían sido dibujados sobre el cemento con gis.

“¡El Presidente de la muerte nos condenó a morir!”, acusaban los de Chihuahua.

“¡Aullemos!, como decía Saramago, porque si nos dejamos llevar por los gobiernos que tenemos, podríamos merecer lo que tenemos”, pedía la veracruzana Esther Hernández.

“Me mataron a mi único hijo ¡y no se las voy a perdonar!”, advertía otra voz.

La voz de Javier Sicilia se sumaba a todo ello. Arrancó un nuevo aplauso cuando afirmó que “no aceptaremos más una elección si antes los partidos políticos no limpian sus filas de esos que, enmascarados en la legalidad, están coludidos con el crimen…”

Apuntó a todos los gobernantes y las fuerzas políticas, darse cuenta que están perdiendo la representatividad de la nación. “Si no lo hacen –advirtió—y se empeñan en su ceguera, no sólo las instituciones quedarán vacías de sentido y de dignidad, sino que las elecciones de 2012 serán de la ignominia, una ignominia que hará más profundas las fosas en donde, como en Tamaulipas y Durango, están enterrando la vida del país.”

Ironizó Sicilia en torno a los debates políticos: “La lección de violencia verbal que nos dan, se parece a los criminales…¡Queremos las candidaturas ciudadanas!”

Y reconoció una falta: “Debimos haber salido a las calles desde que ocurrió lo de la guardería ABC. Desde entonces estamos en un estado de emergencia nacional.”

Después, el silencio. Cinco minutos de silencio.

Así, la voz del voto del poeta, comenzó con un grito de repudio –la exigencia de la renuncia del secretario de Péublica– y culminó su propio silencio, la cabeza inclinada, los brazos sobre la estampa de su hijo muerto.

Frente a él, miles de rostros cabizbajos, cabezas hundidas en recuerdos y dolores, y luego, la voz de David Huerta retumbando: “México sigue soñando pesadillas contra los muros”.

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