La democracia tiene sus bemoles. Luminosa, sí; pero también oscura. El pueblo elige a veces seres tan despreciables que uno mismo se cuestiona si la salud mental de los electores será la adecuada o si los partidos políticos están ya tan podridos y enfermos que ni siquiera analizan las trayectorias de los auténticos delincuentes que registran y postulan a los cargos de elección popular.
Nuestra clase política está muy enferma y el país está pagando las consecuencias. Delincuentes, saqueadores, ladrones, deshonestos, y por supuesto los mentirosos. Todos ellos detentan el poder en todos los niveles. Lo peor es que hasta allí han llegado con el voto popular obtenido por vías legales, las más de las veces, y espuriamente, en otras.
Así cualquiera se pregunta, cómo es posible que millones de electores se equivoquen de manera rotunda al permitir a individuos cuya autoridad moral es nula sean quienes presuntamente administren el país.
Dirán lo de siempre: son los riesgos de la democracia. Que el mismo pueblo se encargará de rectificar el rumbo con un nuevo voto, una vez que haya reconocido su error. Pero, mientras, las instituciones se devalúan por la estupidez, la corrupción, el amiguismo y el compadrazgo de quienes han accedido a los cargos públicos para saciar su ambición de poder y engordar sus cuentas bancarias sin la menor pizca de vergüenza. El pueblo observa todo con impotencia y desidia.
La democracia tiene un alto costo político, económico y social. La voz del pueblo no es la voz de Dios. Este no es un asunto divino. Este es un asunto de “marketing” bien utilizado por un montón de “mercenarios” de la publicidad que venden toda su creatividad y talento a políticos que tratan de crearse una imagen de consumo popular que la gente se “traga” como si fuera un producto comercial más. Es decir, nos venden imágenes de políticos como si fueran galletas, refrescos o dulces que debemos consumir para obtener bienestar y felicidad.
Un delincuente, mentiroso, vividor y mantenido, súbitamente es el gran líder, propulsor de la economía, honrado administrador, promotor de obras y alma caritativa incapaz de echarse un peso al bolsillo. Funciona para un alcalde. Igual para un diputado, senador y gobernador. Incluso para quien se dice presidente.
Todo ello no obstante que muchos conozcamos la clase de sanguijuela que es cada uno. Con la ayuda de los medios y muchos millones de pesos transformaran a aquel infeliz, en el “jefe” político, en el líder. Y lo peor es que pocos o ninguno de los líderes de opinión tendrán la valentía de señalarlo como lo que es realmente: un ladrón estafador, un mentiroso que se aprovecha del encargo para satisfacer sus ambiciones personales y las de su grupo o partido político. Y no tendrán el valor, no porque les valga, sino porque entre otras cosas obtendrán privilegios a cambio de su silencio.
Por tal es que, aunque resulte monótonamente aburrido y hasta predecible, hay que señalar cual mentiroso al señor Felipe Calderón. Ya no hay nada en él que nos sorprenda. Es como el personaje de aquella canción, pues “siempre miente, miente, miente”.
Una de sus mayores falsedades: aquella en la que nos aseguró que nunca dijo guerra. Una que perdurará por siempre: la de que se convertiría en presidente del empleo y de la seguridad. Una reciente, que no citó a los dirigentes del PAN para empujarlos a forzar una alianza con el PRD en el Estado de México. Una tras otra.
¿Para qué invita, si no, a los dirigentes formales panistas semana a semana en Los Pinos? Este miércoles, acaso, ¿para comentar el partido de futbol de la también fallida Selección Nacional? ¿Acaso para platicarles que la medianoche previa le ofreció una cena a Plácido Domingo en las instalaciones del hotel Presidente Intercontinental?
Mentira, pues, que el ocupante de Los Pinos no haya hablado ante los panistas de lo que, por el momento, le obsesiona: la elección del Estado de México, que su partido, el albiceleste, no quede en tercer y último lugar –cual sucederá– de no inflarse ese salvavidas que, para él, es la alianza con los perredistas.
Miente en todo, pues. A grado tal que ya hay quienes han revivido, parafraseándolo, aquella frase tan popular hace poco menos de seis años: ¿Tú le crees a Calderón? ¡Yo tampoco!
Índice Flamígero: Ociosa resultará la ratificación por parte del Senado de la República al nombramiento de Marisela Morales como titular de la PGR. El visto bueno fue otorgado hace unas semanas por la señoras Obama y Clinton, en el mismísimo Washington, ¿o no?
No hay comentarios:
Publicar un comentario