Comenzaba la sesión en el nuevo “edificio inteligente” del Senado. Apenas empezábamos a habituarnos a reconocer las molleras de los dignos legisladores –es lo que alcanza a distinguirse de ellos desde los lugares adscritos a la prensa— y la secretaría daba cuenta de los distintos informes recibidos.
Uno de tales oficios, según alcanzaba a escucharse desde lo alto, procedente de la Secretaría de Gobernación, informaba –no solicitaba permiso, sino que informaba—que el Presidente de la República “se ausentará del territorio nacional, del 30 de abril al 1° de mayo del año en curso, con el objeto de participar en la ceremonia de Beatificación del papa Juan pablo II en la Santa Sede”.
Imposible registrar algunos gestos, expresiones o reacciones de los distintos senadores ante tal anuncio, desde la gallera. Mucho menos acercarnos a alguno de ellos para comentar el tema (el ingreso al pleno está prohibido a todo aquel que no sea senador). Pero he aquí que de pronto pidió la palabra Ricardo Monreal. O al menos parecía su voz.
Y sí, efectivamente era él, según confirmó luego la voz del presidente de la Mesa, Manlio Fabio Beltrones –¿era él, verdad?, aunque desde nuestro observatorio se veía chiquito, chiquito, pero un fotógrafo con enorme lente de aumento nos sacó de la duda–y el petista subió a la tribuna.
Monreal comenzó por explicar que el laicismo mexicano, consagrado en la Constitución, no es fundamentalista, ni es anticlerical; esto es, que no prohíbe a los Jefes de Estado profesar en lo personal creencia religiosa alguna.
Pero lo que sí mandata de manera expresa a los servidores públicos de todos los niveles –apuntaría–, es a “separar sus profesiones de fe personales, de su función pública como autoridades y representantes de la República”.
Ello significa –alegaría—que en la esfera privada, el titular del Ejecutivo puede practicar el culto religioso que más le convenza; el protestante, el católico, el musulmán o el agnosticismo. En contraparte, en la esfera pública, tiene que ser laico; es decir, “independiente y autónomo, al margen de cualquier religión”.
Las molleras de los señores senadores no expresaban mayor reacción a las palabras de su compañero en tribuna. Y como no les veíamos ojos en la espalda –aunque algunos aseguran que sí los tienen–, el contacto visual para intercambiar mensajes quedó mudo, al menos por ahora, en lo que les encontramos los ojos en la parte posterior de la cabeza, como a las moscas.
Ricardo Monreal siguió: Desde la perspectiva de la protección y tutela de los derechos de las minorías religiosas, “el señor Calderón tiene derecho de asistir a la Beatificación del Papa Juan Pablo II, en calidad de ciudadano mexicano, sufragando sus propios gastos y mediante un permiso laboral de por medio.
“Lo que no puede hacer, dada la laicidad del Estado mexicano, mandatada por la Constitución, es asistir como Jefe de Estado, con recursos y transportes del Estado, y con comitivas oficiales, que paga el Erario del Estado.
“Si asiste como Jefe de Estado a esta ceremonia en el Vaticano –agregó–, tendrá que honrar también el resto de las invitaciones que lleguen a extenderle las más de 20 religiones que actualmente se profesan de manera activa en el mundo; incluida la cienciología que practican Madonna y John Travolta o el neopaganismo sudafricano o el rastafaraonismo caribeño”.
Las molleras de los senadores permanecían inmóviles. Sólo relucía fulgentemente, toda rapada, la del senador de Convergencia, Dante Delgado. Era la única mollera inconfundible.
No así la confusión enorme entre lo público y lo privado de que hablaba el zacatecano desde la, disminuida y en picada, tribuna del fondo.
Lamentablemente –fustigaba Monreal–, “hoy el Senado renunció a su facultad de autorizar estos viajes y salidas del Presidente de la República. Hoy el Senado, simplemente, toma nota”.
Y relataría una conversación: Me decía un senador de la República, hace un rato: “ parecieran ser no giras de trabajo, sino fugas de trabajo… Velo por el lado positivo, Ricardo, me comentaba, quizá después de la canonización, el señor Calderón vaya a pedir el primer milagro…”
Las sonrisas no asomaron en las molleras. Tampoco los gestos de disgusto.
Sólo se alzó hasta los palcos la pregunta del orador: ¿Cómo se atreve a ir en este momento en que el país se está incendiando? ¿Cómo se atreve a pasear, en momentos en donde la República se encuentra en grave riesgo por su seguridad y su estabilidad?
Las molleras de los senadores permanecieron mudas.
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