lunes, 4 de abril de 2011

Intelectuales, S.A.

Bucareli

Jacobo Zabludovsky




La semana pasada, las dos partes fundamentales del pensamiento mexicano, la que tiene por centro la Universidad Nacional Autónoma de México y la de quienes se autocalifican de intelectuales, aumentaron la distancia que las separa.

El jueves, el rector José Narro presentó una propuesta de reformas a la UNAM que fortalece su carácter de nacional, popular, autónoma, laica, gratuita y plural, “valores esenciales” para responder a “los desafíos de la sociedad del conocimiento, a su necesidad de actualización y renovación continuas y mantenerla como una institución de educación superior y de vanguardia en plena evolución”.

Mientras la máxima casa de estudios del país se fortalece, un grupo de intelectuales (no todos, Dios nos libre, aunque se llevan al baile a algunos de buena fe) redacta por encargo y avala por conveniencia una especie de instructivo para imponer modalidades y límites a la información que más preocupa a los mexicanos y más incomoda al gobierno: la de la inseguridad que ha producido 35 mil muertos. Y avisan: se nombrará un consejo ciudadano de observación, pero no aclaran quién nombrará dicho consejo, cómo se escogerá a los ciudadanos, ni qué alcances tendrá la observación que puede ir de la paternal tutela a la oscura frialdad de los calabozos, pasando por la muerte mediática de los pecadores.

Viéndolo por el lado positivo, si de algo podemos enorgullecernos los mexicanos es de nuestros (esos) intelectuales: han logrado convertir su intelectualidad en una manera de corretear los frijoles, sacar para la papa, ganarse el taco, conseguir la chuleta, completar el chivo. Sus métodos tienen los límites de su imaginación. El abanico de sus posibilidades sopla desde recurrir ante la Suprema Corte hasta inventar una coalición de partidos en una elección estatal.

Comparados con México, todos los demás países son del Tercer Mundo si se considera el estatus de sus intelectuales: allá fuera, relegados a las bibliotecas y a tratar de sobrevivir, apenas comen. Acá dentro, transformado el vocablo en razón social de su modus vivendi y operandi, se sientan a las mesas de ricos y famosos, extreman su autobombo en los medios que los favorecen y se favorecen de ellos, registran en la opinión pública su denominación de origen y comprueban que en su mercado, como en el de las monedas, la falsa desplaza a la genuina.

Los intelectuales al servicio de los poderes traicionan su vocación de contrapesos, de ubicarse en la crítica como posición irrenunciable, de ser voces de protesta y no de justificación de las injusticias. El valor de lo que antes se llamaba la inteligencia estriba en aportar el peso de su privilegio cultural a la corrección de las conductas antipopulares, como en su tiempo lo hicieron Justo Sierra, al fundar nuestra Universidad; el visionario José Vasconcelos, al llevar la educación al pueblo con la mística transformadora de la Revolución; desde la derecha, Manuel Gómez Morín; en la izquierda, Jesús Silva Herzog, Narciso Bassols, Vicente Lombardo Toledano. Son ejemplos. Sus sitios no han sido ocupados.

Frente a la deserción de un sector de la intelectualidad adueñado del concepto, el vacío lo llena la Universidad Nacional Autónoma de México. La Secretaría de Educación Pública, que hoy lunes celebra 90 años de su fundación, hace un intento con una jornada de reflexión y análisis del sistema educativo mexicano. El secretario Alonso Lujambio convocó a expertos de todo el mundo a que deben reorientar, espero, los valores de la vida, el desarrollo, la democracia y la convivencia. Veremos si la burocracia no los frustra.

Queda siempre la UNAM, reducto de la discusión de las ideas, en constante crecimiento y evolución. La semana pasada se crearon tres nuevas carreras y en el nuevo campus en León, Guanajuato, la Escuela Nacional de Estudios Superiores. En la celebración de su centenario, la UNAM está activa en la búsqueda de solución a los problemas nacionales, como el de los 8 millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan. El rector Narro propone, frente a la iniciativa de hacerlos soldados o esperar 60 años para aprovecharlos, duplicar la cobertura en educación superior y ampliar la capacidad completa en el bachillerato. Busquemos en estos esfuerzos la recuperación de un respeto a la verdadera inteligencia que está siendo marginada de la función que tradicionalmente le ha correspondido.

Alguien dijo que la política es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos. Las funciones del intelecto tampoco pueden dejarse en manos de los intelectuales, no de ésos.

Sería tanto como resignarse a aceptar que los pueblos tienen los intelectuales que se merecen.

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