domingo, 24 de abril de 2011

El Hoover mexicano



Las prácticas y métodos de espionaje, intimidación, manejo sesgado y manipulado que hace Genaro García Luna, obligan a recordar el ejemplo de John Edgar Hoover, el famoso y controvertido director del FBI.

Por Ramón Alberto Garza
19/04/2011

Una declaración de la Drug Enforcement Administration (DEA) de Estados Unidos emitida en Cancún sacudió recientemente a la opinión pública mexicana.

Y en palabras de su titular, Michele Leonhart, la creciente violencia en México, que este año alcanza 15 mil muertos, es una clara señal del éxito que está teniendo la lucha contra el narcotráfico bajo el gobierno del presidente Felipe Calderón.

Lo dijo en el Congreso Internacional Contra las Drogas que se realizó en Cancún en coordinación con la Secretaría de Seguridad Pública y que contó con la asistencia de delegados de 120 países.

Nada más absurdo y falaz. Si el razonamiento de la funcionaria estadounidense es válido y si en Estados Unidos no existen muertos, ¿significa que la lucha de los norteamericanos contra las drogas es un rotundo fracaso?

Porque si en Estados Unidos no hay muertos como en México y es allá donde se consume la mayor parte de la droga que se envía desde nuestro país, ¿debemos aceptar entonces que la red de complicidades domina la escena policiaca y judicial en la Unión Americana?

El conflicto se vuelve más grave cuando la directora de la DEA pondera a Genaro García Luna como el mejor policía del mundo.

Michele Leonhart ignora las estadísticas que cuestionan el desempeño de García Luna, así como las investigaciones que ponen en duda su integridad como funcionario por su enriquecimiento inexplicable.

Ello sin contar con la manipulación de los hechos que lo llevaron a convertirse en un policía que por lo menos sometió por la vía del chantaje a los dos últimos presidentes mexicanos, a los que se les impuso como el comandante supremo de la guerra contra las drogas.

Sus prácticas y métodos de espionaje, intimidación, manejo sesgado y manipulado de los informes a los presidentes, obligan a recordar el ejemplo de John Edgar Hoover.

El famoso y controvertido director que hizo del FBI su fortaleza inescrutable para perseguir a seudocomunistas y puso de rodillas a periodistas, legisladores, artistas, gobernadores y a todos los presidentes norteamericanos desde 1924 hasta el dia en que murió en 1972.

DE ORÍGENES COMUNES

Estados Unidos nunca tuvo un policía investigador más poderoso que John Edgar Hoover.

Designado el 10 de mayo de 1924 –a los 29 años– director del Buró de Investigaciones, Hoover fue un elemento clave para fundar en 1935 el FBI, del que fue director hasta su muerte en 1972. Treinta y siete años de ser el gran espía de Estados Unidos.

Para compararlo con Genaro García Luna, basta decir que el mexicano se incorpora al servicio público en los días en que Jorge Carrillo Olea era gobernador de Morelos. Ahí hace causa común con Jorge Tello Peón y Wilfrido Robledo.

Pero no es sino hasta 1989, en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, cuando bajo el mando de Fernando Gutiérrez Barrios, se incorpora al servicio federal. Su primer cargo es como investigador del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN).

Son los días en que García Luna intima con Julián Slim, el hermano de Carlos Slim, quien opera en la Federal de Seguridad. Una relación que a García Luna le traería más tarde una amistad muy cercana y productiva con su hijo Héctor Slim.

El ahora director general de Teléfonos de México es compañero de cacerías de García Luna, y juntos construyen el mayor sistema de seguridad nacional conocido como Plataforma México, desde donde, como un “big brother” mexicano, se tendrá un control riguroso de los quehaceres de cada ciudadano.

En los 21 años dedicados al servicio federal, García Luna ya sirvió a cuatro presidentes: Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón. Cada vez con más poder, cada vez con más influencia, cada vez más intocable.

Al igual que John Edgar Hoover, quien sirvió a seis presidentes, desde Franklin Delano Roosevelt, Harry S. Truman, Dwight D. Eisenhower, John F. Kennedy, Lyndon B. Johnson hasta Richard Nixon. Esto basta para medir el impacto de su paso por el poderoso centro de inteligencia norteamericano que él mismo creó.

Y aquí hay un punto de extrema coincidencia. Que tanto John Edgar Hoover como Genaro García Luna fueron los fundadores y creadores de los centros de inteligencia en los que terminaron por instalarse eternamente y adquirir desde ahí un poder incuestionable de influencia sobre los mandatarios.

Hoover fundó en 1935 el FBI, mientras que García Luna diseñó en el arranque del sexenio foxista la Policía Judicial Federal, de la que se hizo cargo y después transformó en la Agencia Federal de Investigaciones (AFI), el FBI mexicano.

EL ESPIONAJE, SU ARMA

John Edgar Hoover fue acumulando una creciente influencia sobre los presidentes a los que sirvió.

Pero esa influencia estuvo fincada en los centros de espionaje que desarrolló con el pretexto de la caza de comunistas que mantuvo durante las décadas de los 50, 60 y 70.

La persecución de los comunistas se convirtió en la excusa perfecta para intervenir llamadas telefónicas, adquirir sofisticados equipos de espionaje y contratar a miles de agentes del FBI para vigilar el quehacer, lo mismo de políticos, que de intelectuales, activistas, periodistas y empresarios.

En el caso de García Luna, no son los comunistas, sino la lucha que se libra contra el narcotráfico y el crimen organizado lo que otorga la patente de corso para espiar, grabar conversaciones y convertir las grabaciones en herramientas de uso político.

Ya lo hizo en el año 2000 con el presidente electo Vicente Fox. Y es que siendo director del CISEN en el sexenio de Ernesto Zedillo, García Luna terminó espiando las campañas de Fox, de López Obrador y de Roberto Madrazo.

Al final de la elección, García Luna se presentó en el penthouse del Hotel Fiesta Americana de la Ciudad de México para llevar como ofrenda a Vicente Fox y Marta Sahagún las comprometedoras grabaciones que habrían puesto su triunfal campaña en un predicamento.

La “lealtad” de García Luna fue ampliamente recompensada por el primer presidente panista de México, quien otorgó al principal espía del régimen priista la patente para que transformara la Policía Judicial Federal en la Agencia Federal de Investigaciones, un FBI mexicano.

Y García Luna aplicó la misma receta de las grabaciones secuestradas en los días de la apretada victoria de Felipe Calderón.

Con el agravante de que el intermediario en las negociaciones con García Luna era Juan Camilo Mouriño, a quien se le sorprendió operando su propio centro de espionaje para monitorear las campañas de los rivales.

El silencio cómplice de García Luna para evitar el escándalo y la descalificación en pleno proceso electoral de 2006 fue recompensado con seis años más al frente de la policía nacional.

Ahora la AFI, que el propio García Luna había dirigido en el sexenio foxista, estaba siendo cuestionada por su creador, quien inventó una tercera policía, la Policía Federal.

Pero a pesar de las reingenierías aplicadas para proteger la ineficiencia de sus policías –la Federal Preventiva, la AFI y ahora la Policía Federal–, los resultados son precarios. Tanto, que el trabajo eficiente lo están haciendo el Ejército y la Marina.

Aunque eso poco le importa al intocable policía de los sexenios de Fox y Calderón. Los métodos aplicados por García Luna para combatir a sus detractores y enemigos, a los que exhiben su enriquecimiento inexplicable y sus presuntos vínculos con cárteles favoritos, son los mismos que patentó John Edgar Hoover. Y le resultan muy efectivos.

Primero con la disuasión, al mostrar las pruebas que se tienen y obligar con ello a apoyar la causa. Cooptando a sus fiscales, como María Elena Morera, de México Unido Contra la Delincuencia, cuyo hijo labora como asesor del secretario de Seguridad Pública.

Luego persuadiendo a periodistas con trato, seducción, publicidad e incluso gratificaciones, para que lo defiendan de cuanta información comprometedora exhiban sus detractores.

Residencias, restaurantes y ranchos cuya compra es inexplicable considerando su sueldo como funcionario público. A los que se resistan, la intimidación, y hasta su detención. A los que cooperen, todos los recursos y toda la protección personal con cargo al erario federal.

Como lo hacía John Edgar Hoover con los periodistas de su tiempo. A los que desobedecían, los confrontaba, les exhibía grabaciones de su vida profesional y hasta privada.

Y terminaba por convertirlos a su causa para luchar contra el comunismo, la gran amenaza bajo cuyo pecado todo exceso estaba perdonado.

El poder del director del FBI fue tan osado, que ya son leyenda sus desencuentros con presidentes como John F. Kennedy o con su hermano Robert Kennedy, el procurador.

A esos poderosos de la Casa Blanca, Hoover los amenazaba con exhibir las cintas de sus conversaciones con líderes mundiales con quienes pactaban acuerdos en ese momento inconfesables o de sus affaires de alcoba con artistas de la talla de Marilyn Monroe.

EL PRETEXTO DE LA LUCHA

Los excesos de John Edgar Hoover siempre se escondieron detrás de su lucha despiadada contra los comunistas. El peligro número uno para la seguridad estadounidense.

Los excesos de Genaro García Luna se esconden hoy detrás de la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado. El peligro número uno para la seguridad de México.

Por eso los presidentes de allá y los de acá siempre terminan secuestrados por sus infidencias, por sus secretos, por las informaciones de Estado que manejan.

John Edgar Hoover vivió relaciones ríspidas con tres presidentes estadounidenses que en su momento intentaron relevarlo como director del FBI. No pudieron. Era más el daño que se haría por todo lo que sabía, que el que se hacía con tenerlo al frente de la policía nacional.

Genaro García Luna vivió relaciones ríspidas con dos secretarios de Gobernación calderonistas. Confrontó a dos procuradores generales de la República que cuestionaban sus métodos y procedimientos. Los altos mandos del Ejército y la Marina desconfían de sus logros. Y el presidente Felipe Calderón insiste en sostenerlo en el cargo.

Se le otorgaron todos los recursos y se le cumplieron todas sus exigencias para hacer frente a la piedra angular de la estrategia política para acabar con el crimen organizado. Hoy el gobierno gasta tres veces más recursos y tiene cinco veces más elementos para combatir el narcotráfico, pero el problema no cede.

Y a pesar de que WikiLeaks filtró reportes del embajador Carlos Pascual en los que expresaba sus dudas sobre la efectividad de Genaro García Luna, lo cierto es que ahora el propio embajador y la directora de la DEA son quienes lo ponen en un pedestal.

Y es que quizás, como en el caso de John Edgar Hoover, todos quieren tenerlo fuera, pero lo que él conoce desde adentro es su mejor blindaje.

No en vano, John Edgar Hoover dejó el FBI el día en que murió. Treinta y siete años después de asumir el mando y con un cuestionado legado que se escondía detrás de una muy oscura vida personal. No aprendemos de la historia.

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