SERGIO AGUAYO
El presidente Felipe Calderón no supo qué hacer con su día en Washington. Se perdió en venganzas personales y generalidades en lugar de cuestionar las rutas de suministro de armas a los cárteles.
Washington está habituada al poder y quien quiera influirla deberá llegar con un relato claro y bien fundado. Calderón fue disperso en su mensaje y, en lugar de aprovechar el momento para recordarles la laxitud con la cual dejan pasar los suministros bélicos al crimen organizado, se quedó en el reproche al embajador Carlos Pascual y en generalizaciones irrelevantes.
El Presidente anda encorajinado por la forma como el embajador estadounidense categorizó su guerra. El 22 de febrero lanzó los primeros obuses porque el diplomático había descrito, en un cable difundido por WikiLeaks, la falta de coordinación en el gabinete mexicano y la falta de compromiso del Ejército (entrevista a Roberto Rock en El Universal). En Estados Unidos repitió el ataque en su primera actividad del día: el encuentro con el Washington Post.
Entre las 11:55 y las 13:00 horas tuvo conversaciones con Barack Obama (en grupo y a solas). Cuando comparecieron ante la prensa Calderón modificó el fondo y la forma y se deshizo en elogios y alabanzas al gobierno de Estados Unidos: "cooperación sin precedentes", "confianza mutua", "claro respaldo estadounidense"; "claridad" del presidente Obama. Ningún reproche, ninguna exigencia. Pura buena vibra. Su anfitrión en la Casa Blanca correspondió alabándolo pero sin excederse demasiado.
Las tensiones existen y afloraron de manera sutil. En su discurso, Calderón presumió de que su gobierno ya había "capturado... a los presuntos responsables" del asesinato del agente estadounidense Jaime Zapata. Sólo le faltó decir que fue tanta la rapidez y tan poco común que se detenga a los asesinos en México que se duda de la autenticidad. Tal vez por ello Obama sólo agradeció a los "socios mexicanos" su "cooperación estrecha" después de la ejecución poniendo distancia sobre la posibilidad de que los detenidos sean los culpables.
A las cuatro de la tarde, Calderón se presentó en el Centro Woodrow Wilson donde impartió una conferencia repleta de estadísticas color de rosa. México tiene una "economía mucho más vibrante" porque su gobierno ha invertido "grandes sumas en educación y salud", y para demostrarlo dio el número de hospitales construidos y secundarias edificadas. Ninguna crítica salió esa tarde contra el embajador incómodo y sólo dedicó cuatro discretas líneas a la urgencia de que Estados Unidos detenga la "venta descontrolada de armas de asalto a delincuentes". La audiencia replicó con preguntas educadas hechas de viva voz -en lugar de las impersonales tarjetas- porque así lo quiso Felipe Calderón (detalle que fue bien visto).
La jornada en Washington impactó muy poco sobre el tema más caliente de la relación: la guerra del narco. El embajador sigue en el cargo como prueba viviente de una paradoja señalada por Dolia Estévez: "en la llamada era de la "responsabilidad compartida" [...] el emisario de Obama en México" tiene "clausuradas las puertas de Los Pinos" (El Semanario, 2 de marzo). Tampoco aprovechó el viaje para recordarles que en mayo de 2010 había advertido ante el Congreso de Estados Unidos que "si ustedes no regulan adecuadamente la venta de armas", éstas podrían ser usadas contra "autoridades y ciudadanos estadounidenses".
Omisión incomprensible porque el 1o. de marzo se había difundido la noticia de que una de las armas utilizadas en la ejecución del agente estadounidense Jaime Zapata había sido comprada en Texas. El colmo fue que el mismo jueves 3 de marzo la organización Public Integrity dio a conocer que el gobierno de Estados Unidos autorizó que se contrabandearan a México casi 2 mil armas como parte de un operativo del cual ¡no informaron al gobierno mexicano!
La Secretaría de Relaciones Exteriores respondió a la afrenta hasta el 5 de marzo con un boletín pusilánime e indigno: Tlatelolco informa que ya procedió a "solicitar información" y que seguirá con "especial interés" las investigaciones que se hagan en aquel país. ¿Eso es todo?, ¿por qué no llaman al embajador de Estados Unidos para que dé explicaciones como lo plantea la ex canciller Rosario Green?, ¿por qué no preparan las demandas para que Washington indemnice a los asesinados con esas armas?, ¿por qué no defienden a los mexicanos?
LA MISCELÁNEA
Entretanto, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos insiste en demandar al organismo regiomontano Ciudadanos en Apoyo a los Derechos Humanos (Cadhac), porque uno de sus abogados se identificó en una cárcel ¡como visitador de Cadhac! La CNDH sigue sin entender la función de quienes defienden los derechos humanos desde la sociedad. Eso es vergonzoso.
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