Editorial EL UNIVERSAL
18 de marzo de 2011
A 73 años de la expropiación petrolera, los mexicanos no tenemos muy claro el rumbo que habrá de seguir la política energética nacional en los siguientes años. Durante más de siete décadas los trabajadores de Pemex han generado una renta fabulosa para la nación, pero cada vez cuesta más trabajo mantener un ritmo constante de producción petrolera. Peor todavía, es una de las empresas petroleras más grandes del mundo, pero opera con pérdidas.
Los factores de este mal momento son varios: ya comenzaron a declinar nuestros yacimientos; se ha exagerado en quitarle recursos a la paraestatal para cubrir el gasto público; no hemos sabido darle un régimen fiscal equilibrado que le permita reinvertir utilidades; su enorme riqueza genera codicias y corrupción; persiste la tensión entre dejar o no participar en ella al sector privado; no se ha consolidado la petroquímica básica y cada vez somos importadores netos de más productos refinados; el crimen organizado ya “tomó” algunas de sus instalaciones y ductos para su propio beneficio; no opera con criterios ambientales limpios.
Aun así, Pemex resiste. La naturaleza fue generosa con México y le proveyó de activos petroleros de gran valor, los cuales han sido el sostén de las finanzas públicas desde los años setenta. En momentos de crisis productiva la compensación ha venido por el lado de altos precios internacionales de hidrocarburos. Sin embargo, no podemos dejar todo a la suerte. Es tiempo de definiciones antes de que la paraestatal no dé más de sí y, al colapsarse, provoque una grave crisis financiera al país, que se ha vuelto dependiente de las remesas petroleras.
Si bien se debe pensar en el desarrollo en serio de energías alternas, limpias y renovables --las cuales sólo podrán ser opción real en el mediano y largo plazo-- urge manejar a Pemex con criterios de eficiencia, permitiéndole tener utilidades y reinvertirlas en proyectos productivos, más exploración y explotación, nuevas tecnologías y desarrollo de activos y pozos en aguas profundas o en tierra firme.
Esto implicaría, primero, detener el saqueo oficial de que es objeto, en vista de que sus recursos son codiciados, pedidos y exigidos por todos los órdenes de gobierno de la nación, sin que se trabaje para resarcirle en algo su contribución a la renta nacional.
Así como la clase política siempre ha estado dispuesta a servirse de los recursos generados por Pemex, así debe poner manos a la obra para salvarla, desde los tres niveles de gobierno y desde el Congreso de la Unión. Le urge un nuevo régimen fiscal y una reforma de fondo que sanee sus finanzas. Dejarla morir no es una opción.
Esta podría ser la última llamada para antes de la debacle petrolera definitiva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario