lunes, 14 de marzo de 2011

Tsunami



Bucareli

Jacobo Zabludovsky

Enviar por email

Reducir tamaño

Aumentar tamaño

Imprimir

14 de marzo de 2011
2 comentarios | 2,990 lecturas




En 1923 Japón sufrió un terremoto que destruyó siete octavas partes de Tokio y causó 143 mil muertos.

Cuarenta años después, cuando el presidente Adolfo López Mateos visitó la capital japonesa, el Hotel Imperial le fue mostrado como monumento a las medidas preventivas y a una arquitectura nueva que lo salvó de la destrucción en medio de aquella tragedia.

La leyenda del Imperial empieza en 1913, hace casi un siglo, cuando empresarios nipones se pusieron en contacto con Frank Lloyd Wright para que, en un país donde hay 5 mil temblores anuales en promedio, construyera un edificio a prueba de sismos. El arquitecto se trasladó a Japón para estudiar el encargo que aceptó en 1916 y terminó en 1922.

El genio norteamericano desarrolló un sistema antisísmico con cierta flexibilidad en la estructura, a base de voladizos, apoyada en cimientos que flotan sobre un lecho de barro y rodeada de espejos de agua de ornato y utilizables para apagar cualquier incendio. Lloyd Wright diseñó hasta el mínimo detalle, incluyendo las vajillas y los frisos de inspiración maya. Unos meses después de la inauguración, el 1 de septiembre de 1923, el hotel resistió el más devastador terremoto de la historia de Tokio y dio cobijo a centenares de personas guarecidas bajo su techo. El japonés Arata Endo le escribió un telegrama al arquitecto: “Qué gloria ver al Imperial erguido en medio de las cenizas de una ciudad entera. ¡Gloria para usted!”. Y su maestro, el mítico arquitecto Sullivan lo felicitó encabezando el aplauso mundial.


El hombre ha pagado caro el aprendizaje, pero ahora sabe que las medidas rigurosas de seguridad en las construcciones, los avisos previos a los habitantes cuando eso sea posible y el rastreo de las erupciones submarinas contribuyen a salvar miles de vidas. Sin la audacia y el talento de un arquitecto cuya enseñanza principal es que se debe construir considerando las condiciones del entorno, las víctimas del tsunami del viernes se habrían multiplicado.

López Mateos lo comentó aquella mañana en Tokio; recordó el temblor de 1957 en el Distrito Federal, la caída del Ángel, el derrumbe de algunos edificios mal hechos con ahorro de varillas y cemento, el número de muertos por esa causa y las reformas a las leyes de construcción en México. Gracias a eso la pérdida de vidas humanas en nuestro terremoto del 85, siendo tan elevada, hubiera sido incalculable. Algo debe haber aprendido de Lloyd Wright el ingeniero Leonardo Zeevaert, calculista de la Torre Latino Americana, entonces el edificio más alto de México, que, en el centro de la zona telúrica de nuestra capital, se mantuvo sin daños.


El ingeniero Zeevaert hincó en el subsuelo fangoso 361 pilotes especialmente diseñados, a una profundidad de 33 metros, y una cimentación de concreto en la que flota el edificio. Esta tecnología original, fue la primera en su tipo y sigue siendo utilizada en zonas de alto riesgo sísmico. Los expertos la consideran una maravilla, orgullo de la ingeniería mexicana. Ahora, en lo alto de la Torre un pequeño y excelente museo recuerda la escena y repite la narración radiofónica original de la tragedia, en el momento en que el periodista describe la verticalidad del edificio entre los escombros que lo rodeaban. La vida y la muerte.

Al escribir este Bucareli no se tienen las cifras, que al final de cuentas siempre son aproximadas, del recuento del desastre en la cuenca del Pacífico. Sin duda habrían sido mucho mayores si Japón y otros países no hubieran aplicado desde hace décadas medidas paulatinas de protección, prevención y seguridad. Lo novedoso en materia de cautela, a la sombra de lo ocurrido la semana pasada, es la necesidad de una alerta constante porque, por un lado, la naturaleza nunca termina de dar sorpresas y, por el otro, el hombre siempre debe estar preparado para lo peor.


Es no sólo oportuna sino indispensable una revisión de nuestros reglamentos de construcción. Los requisitos deben hacerse más estrictos y también las penas a funcionarios corruptos que no hagan caso de ellos. Hace algún tiempo se intentó un sistema de detección de temblores que avisaba (supuestamente) a tiempo para correr a un albergue. El sistema no funcionó, pero merece revisarse y, de todos modos, estudiar las ventajas de refugios cercanos a oficinas, fábricas y habitaciones, donde protegerse de fuegos y derrumbes.

El consejo no es deleznable porque, además de que ayuda a llegar a viejo, podría contemplar un riesgo que siempre engaña al parecer remoto y ajeno: el terrorismo.

Prefiero ser acusado de alarmista antes de que alguien me reproche no haber hablado a tiempo.

No hay comentarios: