JORGE CARLOS RAMÍREZ MARÍN
Hizo bien el secretario Cordero en corregir en sentido y forma el ya famoso comentario de los 6 mil pesos. Cuando se comete un error hay que dar la cara, cuando se mete la pata hay que sacarla. En esto se vio diferente a otros secretarios de Estado que no han sabido hacer frente a sus errores (recordemos el discurso del mito genial del desempleo); casi todos nos han dejado, al menos, una frase para la posteridad. Pero más allá del humorismo con el que los mexicanos inundaron las redes sociales y el espacio para la picardía que nos dejó a los políticos, la frase bien puede enmarcar una reflexión: millones de padres de familia enfrentan el desafío, las más de las veces imposible, de sobrevivir con 6 mil pesos.
Más allá de lo anecdótico que pueda parecer, la escena encierra muchísimos de los obstáculos que debe vencer la sociedad mexicana antes de presumir desarrollo social. Con esta declaración, el secretario se coloca en la posición del ciudadano promedio, enlista sus aspiraciones pero se equivoca al predecir su cumplimiento. Trascendiendo cifras y metodologías que pudieran señalar lo contrario, la gente sabe que hay obstáculos, más allá de su nivel de ingreso, que hacen imposible la afirmación del secretario Cordero. En la sabiduría popular de Chava Flores, “¿a qué le tiras cuando sueñas mexicano?”.
Primero: si una familia tiene un ingreso de 6 mil pesos mensuales —sin importar si están bien administrados, el historial crediticio o hábito de ahorro de los jefes de familia— todos los bancos le negarán un crédito automotriz. Independientemente a la capacidad real de pago de las personas, el sistema financiero mexicano —al obtener sus ganancias de cargos, comisiones y cuotas— no está interesado en créditos pequeños en monto (pero enormes en cuanto a felicidad de las personas). A nadie sorprende que, según estudio del Banco Mundial entre 21 economías emergentes, México sea la penúltima en crédito al sector privado. A los bancos no les interesa ni comparten las metas de desarrollo que, al menos en intención, se plantean en el gobierno.
Segundo: si adquirir un automóvil mediante un banco privado es difícil, las hipotecas son imposibles. Como alternativa están las opciones públicas como Infonavit y Fovissste, sin embargo, son sólo asequibles para la gente que tiene un empleo estable y seguridad social (sólo alrededor de 35% de la población económicamente activa). Según cifras de la Comisión Nacional de la Vivienda, para 2006 y 2012 se habrá generado una demanda por nuevas viviendas o mejoras en las mismas de más de 7 millones de casos, mientras que el Infonavit otorgará en el mismo periodo menos de 3 millones de créditos.
Tercero: se asume que a mayor nivel de ingreso, es preferible enviar a los hijos a escuelas privadas. Esto hace sentido al observar que en las evaluaciones generales —prueba ENLACE, PISA, entre otras— la educación particular siempre sale mejor evaluada que la pública. Lo preocupante, como afirma Manuel Gil Antón, es que la comparación obtiene resultados análogos cuando en lugar de educación privada y pública, se comparan las condiciones del contexto, y el origen social de los alumnos; es decir, la pobreza condena al bajo rendimiento escolar. Y si no —de nuevo Chava Flores— “pregúntale a tu abuela, que nunca fue a la escuela, si pudo separarse del fogón y la cazuela”. La educación en México favorece una sociedad donde vale más tener conocidos que conocimientos y aumenta —en lugar de disminuir— la desigualdad.
Cuarto: no podemos dejar de mencionar que el grave problema de la desigualdad en México quedó evidenciado una vez más. Lo que debería ser increíble es que en el país del hombre más rico del mundo, 20 millones de personas vivan con menos de dos dólares diarios, dos de cada tres trabajadores ganen menos de 5 mil 100 pesos al mes, y nueve de cada 10 ganen menos de 8 mil 500, que el 10% más rico tenga más dinero que el 60% más pobre y que sólo 7.4% tenga nivel socioeconómico “alto”; no que el grueso de la gente pueda acceder a casa propia, auto y educación de calidad. Desgraciadamente es al revés.
Lo que nos queda es reflexionar sobre lo lejos que estamos de tener una economía dinámica y que genere desarrollo para todos los mexicanos. Sobran tonos triunfalistas ante las pequeñas mejorías, que sólo se entienden desde el contexto del optimismo y las aspiraciones colectivas. Hay que ser exigentes y continuar con las medidas que nos acercan a una sociedad más equitativa y evitar las que no han dado resultados. Porque si no, último consejo de Chava Flores, “¿a qué le tiras mexicano, sin cumplir?”.
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