RODOLFO ECHEVERRÍA RUIZ
Un día como hoy, en 1929, nació el partido cuya idea democrática de lo público, cuyo concepto de lo estatal, cuya capacidad de operación política y cuyas vetas sociales han garantizado al país más de ocho décadas de paz y vigencia constitucional nunca interrumpidas. Y todo ello, a pesar de sus muchos errores y de sus reiteradas concesiones al neoliberalismo depredador.
Múltiple, integrado por innumerables grupos sociales, diversos movimientos campesinos y obreros, clases medias nuevas y tradicionales, corrientes disímbolas y no pocas personalidades muy definidas, el partido nunca ha enfrentado dificultades insalvables para comprender y asumir las variadas modalidades —regionales y políticas, culturales, ideológicas y religiosas— del progresivo pluralismo mexicano.
A la vista de los venideros procesos electorales de este año (Nayarit y Coahuila, Estado de México y Michoacán) y el entrante (relevo presidencial y renovación del Congreso; DF, Chiapas, Jalisco, Guanajuato y Morelos, amén de diversos comicios municipales y distritales locales a celebrarse en nueve entidades federativas), el PRI no puede permitirse el lujo de poner en riesgo el valor supremo de su unidad interna.
Más de una vez hemos visto a las bases militantes priístas, así como a diversos segmentos ciudadanos, negarle su voto cuando comprobaron la persistencia de nefastas maniobras cupulares —aunadas al olvido de los principios—, causantes de su alejamiento de la realidad social.
Negociar con los adversarios es inaplazable en esta hora de México, es verdad, pero el PRI no debe confundir los pactos decorosos, convenientes como son, con las claudicaciones oportunistas que, en nombre de un falso “realismo”, malversan sus principios y desfiguran su identidad. Ética y negociación no constituyen conceptos contradictorios. Son —deben ser— complementarios.
En la vida política puede y debe actuarse con sentido práctico. Mas no nos confundamos: un partido democrático sabe distinguir con nitidez entre el sentido práctico de las cosas y el pernicioso pragmatismo, antesala de cínicas renunciaciones. El pragmatismo puro no sólo está ayuno de ideas: los principios le estorban. Si actúa con fidelidad a sus ideales, el PRI no perderá el norte —ni tampoco las elecciones— ni enfrentará conflictos de conciencia. Ideas e ideales otorgan sentido a su acción política cotidiana y concreta.
No debe confundir el PRI el sentido práctico con el impúdico “pragmatismo”, objetado por Gramsci, pionero de la genuina izquierda democrática en el mundo. Distingamos entre los auténticos partidos políticos orgánicos y los grupúsculos deshonestos movidos por intereses coyunturales puramente pecuniarios.
El PRI debe mirar lejos, ir más allá del inmediato y engañoso presente y convencerse de lo esencial: su unidad interna, su capacidad para gestionar la acción heterogénea de sus militantes —sin excluir a ninguno—, su fidelidad a los principios, sus vetas populares (no confundirlas con el populismo) y, en suma, sus capacidades de reforma, son la clave de su posible ascenso electoral.
Mayoritario como es en las más de las zonas geográficas y económicas del país, debe comprometerse a proceder como ágil oposición política y a manifestarse con agudeza crítica, sin contemplaciones blandengues disfrazadas de hipócrita “madurez política”.
Por otro lado, ha de analizar, con helada objetividad, algunas encuestas halagüeñas cuya distraída lectura podría conducirlo, de nuevo, a la ingenua comisión de errores irreparables. Es peligroso tomar en serio a esos sondeos condescendientes y superoptimistas. En política la autocomplacencia es suicida.
Lea el PRI las encuestas al uso. Analícelas con cautela y archívelas. No vuelva a verlas. Ningún sondeo —así sea sincero y riguroso— puede sustituir al trabajo diario realizado sobre el terreno mismo del combate político y en busca del volátil e impredecible voto ciudadano. El PRI no debe olvidarlo.
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