Me gustaría conocer al médico del titular de la Secretaría de Seguridad Pública Federal. El interés es sencillo: saber qué le receta para permanecer tranquilo, no amilanarse ante el desbordamiento de la violencia aparentemente incontrolable; indagar también cómo le propicia el sueño, la paz oscura y reparadora de al menos seis horas diarias de olvido. O cómo le facilita el desparpajo con el cual culpa a los demás de su propio fracaso, cómo, sin pudor alguno, deja a su jefe, Felipe Calderón, la responsabilidad de no haber cumplido con su oferta de campaña de convertirse en presidente del empleo.
No, no es invento ni impostura de mi parte. Sería incapaz de imaginar cualquier cosa que afecte el enorme prestigio de Genaro García Luna, impoluto funcionario público que ni el índice flamígero de sus más descocados detractores puede mancillar. No, mi observación está sustentada en el informe dado por la Secretaría que él preside a la Auditoría Superior de la Federación.
Para responder a las interrogantes de los auditores, la Secretaría de Seguridad Pública Federal sostiene que el aumento de la delincuencia organizada y de la violencia que deja muertos y desaparecidos por buena parte del territorio nacional, se debe a <
La dependencia diseñada para garantizar la seguridad pública y terminar con el narcotráfico, dice a los auditores de la Auditoría Superior de la Federación, que < < ¡Vaya con el aserto! ¿Durante cuántos años han pretendido que creamos lo contrario, que la economía va viento en popa, la creación de empleos insuperable, y la paz social muy lejos de la paz de los sepulcros? ¿Qué motivos tiene Genaro García Luna para dar la espalda a las tesis de gobierno de su patrón? ¿Sabe de algo que no ha dicho al presidente constitucional de todos los mexicanos? En sus respuestas o aclaraciones a la auditoría, enviadas por escrito el 13 de enero último, la Policía Federal admite que Chihuahua es < Conocido lo anterior quedo sorprendido, porque la conducta del titular de Seguridad Pública Federal siempre ha ido en sentido contrario, nada quiere informar, poco necesita decir, para él no existe la transparencia, porque como el personaje de Javier Marías, está seguro que “hoy nadie quiere enterarse de lo que ve ni de lo que pasa ni de lo que en el fondo sabe, de lo que ya se intuye que será inestable y movible o será incluso nada, o en un sentido no habrá sido. Nadie está dispuesto por tanto a saber con certeza nada, porque las certezas se han abolido, como si estuvieran apestadas. Y así nos va, y así va el mundo”. Pero no es cierto, lo confirman los rostros de Sara Salazar y Josefina Reyes. Nadie quiere enterarse, pero todo mundo lo sabe, se puede morir por cualquier cosa. De cualquier manera poco o nada importa, pues lo que ya está en juego es la administración del poder.
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