viernes, 18 de febrero de 2011

¿Qué estamos comiendo?

José Sarukhán
El Universal

Mi pasada colaboración (04/02/11) trató del uso de antibióticos en la producción de carne para consumo humano y su efecto para generar resistencia a los antibióticos por parte de los microorganismos que producen enfermedades humanas, con los severos costos en salud y vidas que ello representa.

Hoy trataré del uso de cantidades importantes de diversas hormonas en la industria de producción animal con el fin de sincronizar los ciclos reproductivos o acelerar la producción de leche, la ganancia de peso y el crecimiento de los animales. Tres de las seis hormonas utilizadas ocurren naturalmente en la especie humana: estradiol, progesterona y testosterona; las otras tres son sintéticas, algunas producidas por medio de ADN recombinante.

La Unión Europea ha tenido particular preocupación a este respecto y estableció, hace 10 años, una comisión encargada de la revisión del caso, que realizó 17 estudios y, entre otros elementos, encontró de manera definitiva que la hormona estradiol-17â se comporta como un carcinógeno que estimula la formación y el crecimiento de tumores. Por este resultado y otros no concluyentes, Europa limitó la importación de carne de res de EU. Ciertamente, varias de estas hormonas y los antibióticos pueden perder su actividad con el procesamiento de los alimentos (por ejemplo, la pasteurización de la leche y el cocimiento de la carne) o en el proceso digestivo. Pero ¿todas las hormonas y hasta qué grado?

La información sobre los efectos de estas hormonas en los humanos es poco accesible o poco concluyente. Algunos estudios se han centrado más bien a su efecto carcinogénico —en sí muy importante— en poblaciones de Estados Unidos, que tienen características genéticas diferentes a otras poblaciones del mundo. Pero hay pocos datos en cuanto a los efectos en los cambios metabólicos en la gente, algo con lo que investigadores del Instituto de Nutrición Salvador Zubirán están de acuerdo (Larrea F, Chirinos M., Rev Invest Clin. 2007; 59(3):206-11). No hay estudios a escala adecuada de tipo epidemiológico para saber si la pubertad precoz, y otros desarreglos hormonales en niñas, están asociados con la ingestión de alimentos tratados con hormonas de crecimiento (carne, leche y derivados, huevo, etcétera). Tampoco sabemos qué tanto la propensión a la obesidad de los niños en México (en adición a las dietas muy inadecuadas y la falta casi total de ejercicio) se debe también a la ingestión de pequeñas dosis —pero de forma continuada— de alimentos que llevan trazas, especialmente de hormonas de crecimiento.

El propósito de haber tocado estos dos temas (el uso de antibióticos y hormonas) es: 1) llamar la atención de quienes somos consumidores de esos productos, para demandar información en los lugares en que los compramos (especialmente en los grandes supermercados), acerca de la forma en que esos alimentos han sido producidos, y de buscar productos que no han sido generados con el uso de esas sustancias, lo cual en general implica comprar productos orgánicos certificados, y 2) preguntar qué grado de vigilancia en la producción de alimentos tenemos en México, así como quién está realizando investigaciones epidemiológicas de carácter amplio sobre los efectos en los humanos, especialmente en los niños, las mujeres embarazadas y sus futuros hijos. Y en consecuencia, dónde está (si existe) la información a la ciudadanía de estos resultados. ¿O queremos mantenernos en la oscuridad en este asunto (como ocurre con otros) y esperar a que la alarma suene en otros países, mientras la población sigue sin saber cabalmente qué está comiendo?

Biólogo investigador de la UNAM


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