sábado, 12 de febrero de 2011

Origen... y destino


Por: RENÉ DELGADO

Todo está en el origen y, como no se rectificó cuando se pudo, ahora el más minúsculo error degenera en crisis y la más mínima provocación obliga al gobierno a justificar su actuación. Ésa es la realidad del gobierno que, conforme se acerque a su término, afrontará dificultades mayores.

Aun hoy irrita recordar la falta de legitimidad con que arrancó su administración el presidente Felipe Calderón pero, más allá de la molestia, ahí está la clave de la avalancha de problemas. Ahí está la clave de por qué una pregunta se entiende como un ultraje, por qué el montaje de una captura desemboca en una crisis diplomática, por qué la falta de estrategia alarma del otro lado del Bravo, por qué el país está de cabeza viendo cómo se inflama de nuevo la polarización ciudadana.

Puede causar asombro cuanto acontece pero, en el fondo, no hay sorpresa: es el resultado lógico de una operación de gobierno mal hecha desde su origen. Es el laberinto donde se encuentra una administración incapaz, a lo largo de más de cuatro años, de constituirse en gobierno.

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Si alguien debió pedir el recuento voto por voto era Felipe Calderón, no Andrés Manuel López Obrador. Si el entonces candidato electo se hubiera empeñado en legitimar su triunfo sobre la base del recuento, sin duda no tendría por qué haberse echado en brazos de la cúpula sindical del magisterio y del principal monopolio televisivo, ni aventurarse en una guerra cuando ni siquiera sabía si tenía efectivos y parque para ella.

Si, en el origen, se hubiera hecho la rectificación necesaria, el mandatario no habría llegado atenazado por mil y un intereses a Los Pinos y, de seguro, hubiera tenido un mayor margen de maniobra para integrar un gabinete, quizá, menos leal pero mucho más eficaz y experimentado, menos sujeto a las cuotas reclamadas por los intereses extrapartido, por las corrientes de su partido y por los compromisos que el propio Calderón fue adquiriendo sin desearlo.

Se integró un gabinete como quien arma un desfile, donde curiosamente cada salida se justificaba y justifica a partir de un absurdo: se iban los buenos porque llegaban los mejores pero, aun hoy, es difícil retener el nombre de algunos secretarios que, aun cuando preservan el puesto, parece que no existen.

Cuatro secretarios de Gobernación, tres secretarios de Economía, tres de Comunicaciones, dos de Turismo, dos de Hacienda, dos de Energía, tres de Desarrollo Social, dos de la Función Pública, dos de Agricultura, dos procuradores, dos directores de Pemex. Eso sin mencionar los ajustes en el gabinete de Los Pinos: tres secretarios particulares, tres jefes de la Oficina, dos portavoces, dos consejeros jurídicos. Y, desde luego, la dirigencia de Acción Nacional que habla de partido movedizo: un dirigente de a tiro por año, cuatro en lo va del sexenio.

Con una mejor base y algo más de experiencia y talento, el calderonismo podría haber incidido muchísimo más en la elaboración, la diversificación y la fijación de la agenda nacional. Sin esa base y sin consolidar su liderazgo, la agenda le fue impuesta al mandatario por la oposición, por los poderes fácticos, por el crimen, e incluso por algunos de sus colaboradores. Tal incapacidad para establecer prioridades y fijar agenda hizo crecer desmesuradamente a actores formales e informales que, de a poco, desvanecieron el valor de la autoridad legal, legítima e institucional constituida.

El calderonismo confirmó algo anunciado por el foxismo: el panismo carece de un proyecto de nación.

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Los términos del debate de la reforma petrolera los impuso Andrés Manuel López Obrador. De la educación, Elba Esther Gordillo. De la reforma electoral, los partidos. Del presupuesto anual, el priismo. De las comunicaciones, los grandes concesionarios. De la reforma fiscal, Manlio Fabio Beltrones y Francisco Labastida. De la seguridad pública, el secretario Genaro García Luna. De la supuesta afición por la bebida, el provocador Gerardo Fernández Noroña. ¡Increíble! La excepción de la regla: la reforma a las pensiones del ISSSTE que ya es recuerdo.

En cada uno de esos temas, por fortuna, aparecieron organizaciones y voces civiles que se empeñaron en incidir en el debate de esos asuntos. Algunas de esas organizaciones y voces mantienen arriba su bandera, otras poco a poco se han visto cooptadas o seducidas por los intereses que supuestamente combaten. En relación con estas últimas, preocupa cómo algunas comienzan a confundir derechos con privilegios o, bien, justicia con venganza.

Como quiera, a todo lo largo del sexenio, la Presidencia de la República no pudo gobernar ni administrar la agenda nacional. En rigor, colocó un solo tema en el centro de la atención nacional: la guerra contra el narcotráfico que, después resultó que no era guerra sino lucha contra el crimen y que, en sus tropiezos, terminó confundiendo el fin con los medios hasta convertirse en un boomerang que no acaba de regresar. Sin embargo, aun hoy, el mandatario que alguna vez vistió quepí y casaca militar para presentarse como el comandante en jefe de esa guerra, todavía aparece montado a caballo como cadete o abordo, con casco de piloto, de un avión de combate.

Si esa pasión u obsesión la hubiera mostrado en algunos otros temas del interés nacional -combate a la pobreza, a la corrupción, a la impunidad...-, quizá no estaría en el laberinto en que se encuentra.

Incapaz de fijar temas en la agenda nacional, hoy el asunto de la inseguridad asfixia al presidente de la República... dentro y fuera del país.

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Dentro del país porque muchos de quienes aplaudían el valor y la bravura del mandatario contra el crimen comienzan a tomar distancia del resultado de esa guerra. Dentro porque muchos de los mandos que participan con lealtad, pero con duda del tino de la estrategia ven el saldo negro. Dentro porque los partes de guerra dan cifras sin resultado y, en cambio, los "daños colaterales" crecen y cuentan.

Fuera del país porque, en Estados Unidos, cada vez son más las voces oficiales que cuestionan la capacidad, la estrategia, la coordinación, la infiltración del crimen en las filas de quienes lo combaten, comienzan a plantear la idea de participar mucho más decididamente en el problema. Las palabras intervención u ocupación suenan más fuerte. Fuera porque algo tan simple como reponer un juicio para borrar dudas sobre el Estado de Derecho, se tuerce hasta provocar una crisis diplomática.

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Por lo anterior, es muy difícil creer que fue Carmen Aristegui quien dañó la institución presidencial. Todo está en el origen y, hoy, el calderonismo se encuentra en el centro del laberinto donde resolvió internarse. Es preciso conjurar el destino que lo aguarda.

Sobreaviso@latinmail.com

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