Se invirtieron los papeles. EU no es el único que da trato de parias a los gobernantes que no son de su agrado. El fin de semana ocurrió algo insólito. Invitado a dar un discurso en un evento de beneficencia en Ginebra, George W. Bush se vio obligado a cancelar su viaje por temor a enfrentar orden de arresto por tortura y el estallido de manifestaciones violentas. El Centro para los Derechos Constitucionales, ONG defensora de los derechos civiles, había informado que iba a presentar ante las cortes suizas una acusación contra Bush y atribuyó el cambio de planes a la posibilidad de que fuera detenido. En sus recientes memorias Decision Points (Crown, 2010) y en numerables entrevistas que concedió para promoverlas, Bush admitió haber autorizado el uso de la tortura, concretamente el simulacro de muerte por ahogamiento en los interrogatorios de sospechosos terroristas.
La tortura es una práctica prohibida por el derecho internacional y la Convención contra la Tortura de la ONU, ratificada por 147 países, incluido EU. En España, donde las cortes gozan de relativa autonomía, seis funcionarios del gobierno de Bush, incluido al ex procurador Alberto González, han sido acusados de redactar los llamados “memorandos de tortura”, que se constituyeron en el marco legal que justificó la asfixia simulada (waterboarding) de prisioneros en Guantánamo, entre los que había varios españoles.
Sin embargo, el caso contra los bushistas no ha prosperado por las presiones del gobierno de Obama que se opone a su enjuiciamiento para no agitar más al avispero derechista. Un cable de 2009, filtrado por WikiLeaks, revela que los diplomáticos de la administración Obama lograron que el gobierno español dejara fuera de la investigación al implacable juez Baltasar Garzón, “quien ha dicho públicamente que el presidente Bush debe ser sometido a juicio por crímenes de guerra”.
Otro cable informa que la Embajada de EU en Madrid advirtió al gobierno de Rodríguez Zapatero que las acusaciones contra las huestes de Bush, “no serían entendidas o aceptadas en EU y que tendrían un profundo impacto en la relación bilateral”. El viaje a Ginebra hubiera sido su primero al extranjero desde su confesión de tortura. Obama podrá evitar el enjuiciamiento de su antecesor, pero no el repudio del mundo.
LO VOLVERÍA HACER
En su amañada autobiografía, en la que omite mencionar el informe secreto de la CIA que recibió el 6 de agosto de 2001 (semanas antes de los ataques), titulado “Bin Laden determined to Strike in US”, Bush narra que en 2003, después de que el director de la CIA, George Tenet, le pidió permiso para torturar a Khalid Sheikh Mohammed, cerebro del 9/11, respondió: “¡Demonios que sí!”.
En entrevista con la NBC, Bush sostuvo que cuando le preguntó a su equipo jurídico si las “técnicas” de interrogación eran legales, dijeron que sí. “Úsenlas”, ordenó. Cuando se le preguntó por qué creía que el simulacro de muerte por ahogamiento era legal, respondió: “Porqué mis abogados dijeron que era legal”. Remató diciendo que lo volvería hacer, pues la información obtenida mediante la tortura “salvó vidas”.
La admisión de Bush no tiene precedente en la historia de EU. Desafía la mantra del sistema judicial estadounidense de que nadie está por encima de la ley, ni siquiera un ex presidente. En vista del vacío de impunidad creado por la negativa de la administración Obama, otros países tendrán que llenar esa brecha. Bush, mientras tanto, está condenado a pasar el resto de su vida podando arbustos, su pasatiempo favorito, en su rancho texano.
POIRÉ, MALINCHISTA
Alejandro Poiré, el vocero calderonista para temas de narco, visitó Washington para tratar de convencer que los cárteles están “más débiles que nunca” y que la violencia se limita a tres estados: Chihuahua, Sinaloa y Tamaulipas. Habló en la Universidad de Georgetown y se entrevistó con mexicanólogos. Para los medios, una dosis de malinchismo. A los estadounidenses les concedió entrevistas on the record, incluida una a The Washington Post que no dio nota; a los corresponsales nacionales nos invitó a un café off the record. No fui. Me gusta más el té on the record.
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