martes, 22 de febrero de 2011

Don Pepe


Guadalupe Loaeza

Soñé con don José Iturriaga; soñé que lo recibían dos ángeles cuyas alas eran enormes. Ambos le decían formando una sola voz: "Siempre fuiste un hombre sumamente honesto, un funcionario incorruptible. 'Si son honestos, habrá un pillo menos en el mundo', solías decirles a tus alumnos. Gracias a tu generosidad formaste varias generaciones. Las formaste en el amor y en el servicio a su patria. Si Juárez fue tu modelo, fue porque te parecía muy importante la historia en general, para ti representaba todo lo que es un pueblo. 'Seamos ateos y que nuestra religión sea nuestra patria', afirmabas como un gran juarista. Fuiste uno de los precursores del concepto Patrimonio de la Humanidad, adoptado por la UNESCO, por añadidura fuiste autor de una expresión que adoptaría muy pronto el mundo: Centro Histórico. Como tú mismo dijiste en uno de tus discursos: 'Desde hace media centuria y durante varios años, luché con tenacidad y en muchos frentes para convencer a mis interlocutores de salvar lo rescatable de una ciudad que hace cuatro siglos y medio fue el mayor asiento de la cultura occidental en este continente. Cuando la capital de la Nueva España ya tenía en una sola calle la primera universidad, la primera imprenta y la primera Academia de Bellas Artes del continente americano, todavía los búfalos pastaban con desenfado en Manhattan'. Como nadie, amaste al Centro Histórico de la Ciudad de México, la misma que vio nacer la primera imprenta, la primera universidad del continente y la primera academia de artes. Por eso te obsesionaste en rescatarla. Juntaste a tus amigos: Jaime Torres Bodet, José Rojas Garcidueñas, Eduardo Villaseñor, Antonio Martínez Báez, José Campillo Sáinz, Pedro Ramírez Vázquez, Eusebio Dávalos Hurtado, José Lorenzo Cossío, Enrique de la Mora, Juan Sánchez Navarro y Daniel B. Bello. Y los convenciste. El 17 de mayo de 1964, apareció en el suplemento México en la Cultura un texto tuyo con el título: 'Un centro cultural y turístico sin igual en el mundo'. Seguiste trabajando incansablemente en el proyecto de la restauración del Centro Histórico, hasta que el 11 de abril de 1980, bajo el régimen de José López Portillo, por decreto presidencial fue publicado en el Diario Oficial el nuevo nombre de la Ciudad de México, Centro Histórico. Desde entonces, tus compatriotas aman más la Ciudad de México, porque gracias a ti se ha rehabilitado".

En mi sueño, veía a don Pepe muy conmovido por todo lo que escuchaba decir a los ángeles. Era evidente que los dos se habían informado acerca de la vida de su nuevo huésped y que gracias a ello habían llegado a la conclusión de que don Pepe debía irse al cielo. Seguí escuchando el monólogo de estos seres celestiales.

"Siempre pregonaste la máxima de que somos lo que hacemos: 'uno no es lo que tiene ni lo que sabe, sino lo que hace', decías convencido. Fuiste un gran luchador social y aunque eras autodidacta, te doctoraste en la universidad de la vida y muy pronto te convertiste en un referente intelectual de tu país. Entendiste, igualmente, que para poder hacer algo por él había que incorporarse en donde estaban los medios de producción, por eso fuiste uno de los fundadores de Nacional Financiera. Como director adjunto, creaste muchas empresas públicas, siempre fuiste un partidario muy activo de la rectoría del Estado en la economía.

"'Voy a vivir 100 o 101 años, para tener una gran fiesta', repetías en tus últimos días. Tus amigos te escuchaban enternecidos, especialmente Rodolfo Echeverría, quien al despedirse de ti mientras te velaban en Bellas Artes dijo: 'Quiero decirle a don Pepe, mistagogo como fue usted que siempre nos desentrañó los misterios, que regrese y que nos diga si allá del otro lado está la luz o la nada'. Agnóstico como siempre fuiste, Rodolfo no escuchó tu respuesta. Pero no le importó, porque ya te había oído muchas, muchas veces. Ayudaste a muchos jóvenes a entender México. Para ellos, eras como un Sócrates moderno. Se sentían seducidos por tus múltiples intereses y talentos. Les enseñaste la lingüística. Eras un gran conocedor del lenguaje del castellano. Tenías un vocabulario riquísimo. Decías que la sintaxis era una facultad del alma. Para muchos has sido el fundador de la sociología moderna mexicana. Empezaste a analizar los problemas sociales de tu país, con números duros, no con discursos retóricos".

Don Pepe escuchaba a los ángeles muy plácidamente. Se hubiera dicho que estaba muy orgulloso por todo lo que decían, pero lo que más le gustó fue lo que dijeron en seguida:

"Sin lugar a dudas, eras un enamorado de la vida y de las mujeres. Eras un hombre hirviente de vida, lo mismo te sentabas a comer en el restaurante más sofisticado de París, que te comías unos tacos de buche y nenepil en Bucareli o en La Merced. Lo disfrutabas igual. Entre todas tus virtudes, también eras un muy buen padre y abuelo, y un excelente amigo de tus amigos, a quienes les cocinabas platillos suculentos. Amaste el teatro y el cine. Fuiste amigo del poeta Octavio Paz, de pintor Rufino Tamayo, del escritor Andrés Henestrosa. Una de las razones más importantes por las que estás en el cielo es que fuiste un hombre muy dotado para el afecto. Nunca fuiste un intelectual petulante. Sabías abrazar y dar la mano con calidez. No tienes sucesores. Por eso dejas a los mexicanos en una gran orfandad...".

Al escuchar lo anterior por boca de este par de ángeles, se me hizo un nudo en la garganta y con él me desperté, tristísima.

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