Ni el ex gobernador de Michoacán, Lázaro Cárdenas, “ni los milagros de cualquier santo” serían capaces de conciliar los intereses alrededor del PRD, dice el tres veces candidato presidencial por ese partido, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. Sabe lo que dice. Pocos como él tienen la autoridad moral para hablar del perredismo.
Sus palabras tendrán que preocupar a los militantes del partido del sol azteca, pero debieran también ser un llamado de atención al resto de la sociedad, porque en realidad a nadie conviene un PRD débil, como tampoco sirve de mucho al país que vayan mal el PAN, PRI, PT, PVEM, Convergencia y los partidos en general. Mientras más desunidas y antidemocráticas se encuentren las organizaciones políticas, menor fortaleza tendrá la democracia en México.
El PRD ha sido conducto institucional de las inconformidades sociales que en otros tiempos devinieron en protestas callejeras o incluso en grupos subversivos. Es el estandarte de la izquierda mexicana desde el 5 de mayo de 1989, cuando varios partidos y organizaciones acordaron superar sus diferencias y se unieron en torno a un mismo proyecto político.
Hoy, 22 años después, el partido se muestra como una fusión que nunca terminó de cuajar. Su heterogeneidad, considerada al principio la base de su fortaleza, se convirtió en su talón de Aquiles. Al PRD le cuesta trabajo conciliar las pugnas entre sus “corrientes”, que representan intereses distintos a pesar de autodenominarse, todas ellas, de izquierda. La muestra más clara de esa atávica división suele alcanzar su clímax en las elecciones de su dirigencia, que por lo general acaban con pleitos y graves acusaciones.
México necesita partidos fuertes de representación nacional que tengan solidez territorial, ideológica y democrática. El PRD no ha tenido cohesión en ninguno de esos tres ámbitos. México necesita una izquierda fuerte que lleve por la vía pacífica e institucional los reclamos de justicia social que en esencia enarbola la izquierda. En tiempos de dificultad económica, de desencanto democrático, urge más que nunca una opción social que ofrezca alternativas viables de gobierno al electorado.
Por naturaleza, todos los partidos políticos se caracterizan por su fuerte y apasionado debate interno, pero después de eso han de ofrecer un proyecto de nación homogéneo y consistente. Hacia allá debe ir el perredismo, dentro de la unidad. Se tiene que escuchar la autorizada voz del ingeniero Cárdenas.
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