| Emilio Álvarez Icaza L. |
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14 enero 2011 | |
A la memoria de Susana Chávez y Marisela Escobedo El fin del año pasado y el inicio de éste han sido particularmente estremecedores. Sin reponernos de la muerte de Marisela Escobedo sucedida hace tres semanas, nos enteramos de que también murió asesinada, el pasado 6 de enero, Susana Chávez Castillo en su natal Ciudad Juárez, Chihuahua. Susana nació en la ciudad fronteriza en 1974 y estudió psicología en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ). Desde los espacios culturales procuró incorporarse a la lucha por la defensa de los derechos de las mujeres, en particular, en su muy golpeada ciudad de origen. Junto con organizaciones de mujeres, víctimas, madres y artistas, elevó la voz para denunciar los atroces crímenes en contra de las mujeres en esa parte de México. A Susana se le da la maternidad de la consigna, eslogan, reclamo “Ni una muerta más”, que se convirtió en mensaje y síntesis emblemática del reclamo al Estado mexicano por la muerte violenta de cientos, si no es que miles de mujeres en esa ciudad fronteriza y el país entero. Qué tristeza… Como consecuencia de la desatención, la impunidad y el fracaso de la política de seguridad implementada por el Estado mexicano en sus diferentes niveles de gobierno, ella es ahora una víctima más de la violencia en contra de las mujeres. Los primeros reportes de la autoridad en el estado de Chihuahua indican que fue asesinada por tres jóvenes y que para intentar desviar las investigaciones aparentaron una ejecución atribuible a la delincuencia organizada, llegaron al extremo de cercenar la mano izquierda del cuerpo de Susana con un serrucho. Al informar sobre lo acontecido, Carlos Manuel Salas, fiscal general de Justicia del estado de Chihuahua, descartó que el delito esté relacionado con la labor activista de Susana Chávez, ya que “es un tema de descomposición social entre jóvenes que toman, que se drogan”. Estas declaraciones han generado ya una fuerte discusión. Hay indicios, incluso, para suponer que la autoridad actuó con celeridad en este caso, pero también se puede afirmar que no lo hace de la manera más sensible o siquiera adecuada, pues si bien es importante saber si existió la intención específica de asesinar a Susana por su activismo, no se debe perder de vista que el solo hecho de su muerte y la forma de la misma ponen de manifiesto el feminicidio que se sufre en esa entidad y otras, como el estado de México, aunque se nieguen las investigaciones conducentes. La Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia establece en su artículo 21 que la violencia feminicida es la forma extrema de violencia de género contra las mujeres, producto de la violación de sus derechos humanos en los ámbitos públicos y privados, conformada por el conjunto de conductas misóginas que pueden conllevar impunidad social y del Estado, y pueden culminar en homicidio y otras formas de muerte violenta de mujeres. Las muertes de Susana y Marisela son ejemplo de violencia feminicida y se suman a las de Rubí (la hija de Marisela) y de una larga, vergonzosa y dolorosa lista de mujeres que han muerto por esta misma causa, ponen de manifiesto que después de alrededor de 15 años de discusión sobre las mujeres asesinadas en Juárez, de marchas, de reclamos, de documentales, películas, testimonios y obras de teatro, de leyes, de intervención de todo tipo de organismos locales, nacionales e internacionales de derechos humanos, e incluso de recomendaciones y sentencias internacionales en contra del Estado mexicano, que no es capaz de, o no quiere, proteger y defender a sus mujeres, a sus hijas. Estos hechos, sumados tristemente a muchos otros, provocan que México duela, que la realidad de nuestro país duela profundamente. El dolor se hace más grande cuando vemos que gobiernos van y vienen y las cosas no cambian, que los servidores públicos (en Chihuahua, en el estado de México, entre otras entidades) repiten las mismas equivocaciones de hace años y contribuyen activa o pasivamente a la violencia contra las mujeres. Esta realidad obliga, aún más, a luchar por la justicia y el respeto a los derechos humanos de mujeres, jóvenes y niñas. Lo peor que puede pasar es inmovilizarnos, todo lo contrario, que su memoria sea fuente de esperanza y energía. Que esta “sangre clara y definida, sangre fértil y semilla”, como escribió Susana, contribuya a hacer realidad un México digno, justo y libre, donde las mujeres puedan salir a la calle a la hora que les plazca y estar con quien quieran sin tener miedo a morir o a ser calificadas como las que “se colocan en riesgo” a pesar de ser las víctimas. Defensor de los Derechos Humanos |
Testimoniar el día a día en todos los ámbitos de la vida nacional de México y el mundo ...
viernes, 14 de enero de 2011
México duele
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