jueves, 30 de diciembre de 2010

Zetas en Guatemala…Marina y Sedena, inoperantes

Jorge Alejandro Medellín
Jorge Alejandro Medellín

December 30, 2010

1.- El fracaso de la lucha antinarco en México tiene dos vertientes irrefutables; la interna, con una estrategia fantasma elaborada sobre las rodillas por asesores improvisados o por lo menos inadecuados en los gobiernos panistas (Vicente Fox y Felipe Calderón), intentando enfrentar casi a ciegas a un enemigo interno y externo tolerado y luego cobijado por la dictadura perfecta que amenaza con regresar, y la externa, con dictada desde Washington a Los Pinos a partir precisamente de escenarios construidos desde la corrupción, la complacencia, la ineficacia y la complicidad para atacar por lo menos a dicho fenómeno criminal.

Esta segunda vertiente es la más peligrosa ya que con ella se han avalado todas y cada una de las acciones de fondo en el combate al narco. Desde el Pentágono y la Casa Blanca, desde la CIA y la DEA se ha defendido en las últimas décadas el esquema de lucha antidrogas que antepone el uso de la fuerza por encima de otras estrategias –alternas o no– para controlar, prevenir o impulsar agendas colaterales del fenómeno, como las adicciones, la recuperación de pacientes, la atención a víctimas y familiares de deudos por la guerra de las drogas, programas educativos de amplio rango, cultivos alternativos, esquemas de legalización, reactivación económica regional, programas de reinserción social para excarcelados por siembra de enervantes, fiscalización financiera, políticas contra lavado de activos, etcétera.

2.- En lugar de esto, las estrategias Mexicana y Estadunidense se han enfocado -y muy mal- en atacar militarmente a un enemigo no militar, poseedor de mayores recursos financieros, de mejor armamento, de estrategia definida y moldeable cuando la situación lo requiere, y que cuenta con tácticas efectivas y sobre todo con una base social focalizada (Michoacán, Sinaloa, Chihuahua, Guerrero, Tamaulipas, Coahuila, Zacatecas, Durango, Chiapas y Oaxaca) que le ha dado movilidad y le ha garantizado permanencia operativa.

3.- El resultado ha terminado por dibujar un panorama disparejo y cada vez más complejo de entender y atacar en casi todo el territorio mexicano. La concentración de fuerzas, la explosividad de los escenarios violentos en el norte del país son reales y dramáticos, pero también han funcionado como una suerte de distractor muy apropiado para que las fuerzas federales, estatales y municipales en el sur de México (Chiapas, Oaxaca y Quintana Roo) mantengan desde hace décadas un esquema de vigilancia raquítico, limitado y sobre todo inmerso en una dinámica de corrupción que lo posibilita todo, dentro y fuera de los límites del país.

4.- Militares, marinos y policías de todas las corporaciones –comenzando por los agentes de Migración– han sacado provecho del control a modo de la frontera con Guatemala y Belice. Drogas, personas, armas, dinero, cartuchos, sustancias controladas, productos farmacéuticos, mercancía ilegal, comida y animales exóticos son transportados todos los días.

Esta es una doble vía que también ha servido para facilitar la expansión y el poder de los cárteles de la droga como el de los Zetas, cuya visión estratégica les permitió adelantarse a las dinámicas de otros grupos criminales para controlar el eje centroamericano a partir de campañas de penetración, de terror y ataque a bandas locales basándose en alianzas intermitentes con pandillas como la Mara Salvatrucha.

5.- Este escenario actual e irreversible en el corto plazo, es otro botón de muestra de que poco o nada han hecho en la frontera con Guatemala los despliegues militares y policiacos de México.

El número de efectivos de la Sedena en patrullajes fronterizos es ridículo y no llega a conformar una compañía (120 elementos aproximadamente) de manera permanente.

Esto ocurre en medio de contradicciones operativas que parecerían convenientes o al menos salpicadas de torpezas estratégicas, ya que la VII Región Militar, con sede en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas (la Región comprende cinco Zonas Militares, tres en Chiapas y dos en Tabasco) , concentraba hasta noviembre de 2007, a 12 mil 664 efectivos distribuidos de la siguiente forma: 30 Generales, 229 Jefes, 1,456 Oficiales y 10,949 de Tropa.

Aunque las cifras han variado debido al replanteamiento del despliegue antidrogas por parte de la Sedena, la VII Región Militar sigue siendo la segunda con más efectivos, después de la I Región Militar que concentra a más de 81 mil elementos en tres estados de la república más el Distrito Federal, sede del Cuartel General de la I RM.

6.- Al despliegue militar en Chiapas, Tabasco y Quintana Roo se sumó en 2008 el de otros mil elementos de la Armada de México a desplegarse en nueve Bases de Avanzada en la frontera con Guatemala y Belice, distribuyéndolas en los ríos Hondo y Suchiate.

De acuerdo con al proyecto de la Marina, las bases tienen la finalidad de reforzar la vigilancia en la zona sur del país para “cortar algunas de las decenas de rutas clandestinas del crimen organizado que cruzan de Centroamérica a México.”

Queda claro que la vigilancia de la Marina en la zona mencionada ha fracasado. La de la Sedena y de la Policía Federal, con 152 elementos destacados allí, más la del Instituto nacional de Migración, la de la Policía Fiscal, la de las policías estatales y municipales y la del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN), son también un fraude monumental.

7.- Wikileaks reveló hace unos días la preocupación de Washington por la inseguridad, la falta de capacidad del gobierno mexicano para vigilar la región y sobre todo la desatención de Guatemala y del propio Estados Unidos (en 2009 el presidente Obama advirtió que las nuevas prioridades en materia de seguridad hemisférica para su gobierno estarían en la frontera sur de México, principalmente por razones de agenda antiterrorista) para apoyar el seguimiento a la expansión del crimen organizado en Centroamérica.

8.- Hoy, los gobiernos de Guatemala y El Salvador lanzan alertas por la presencia de los Zetas en su territorio, anunciando de manera implícita la maniobra envolvente de ese cártel desde el sur para garantizar su dominio de rutas terrestres en el trasiego de drogas, armas, dinero y gente (el nuevo y altamente lucrativo negocio del narco), dejando a los otros grupos paulatinamente las rutas marítimas y aéreas, menos seguras, más vulnerables por medios tecnológicos y más costosas.

9.- Las amenazas de los Zetas en Guatemala y El Salvador para que las fuerzas de seguridad no interfieran sus operaciones, son reales y han llegado hasta la Casa Blanca en donde se evalúan los escenarios inmediatos para asistir a ambos países en el combate al narco.

Si Estados Unidos decide iniciar un despliegue militar en apoyo a alguno de estos gobiernos, lo hará no solo como apoyo a la guerra contra las drogas, sino como una forma de establecer una cabeza de playa contra el terrorismo, una muralla para intentar contener manifestaciones de esta naturaleza.

10.- Esto le daría vida una doble pinza que crearía presión sobre las fuerzas armadas mexicanas –en especial el Ejército– a fin de que se sumara a estrategias de despliegue rápido acordes a las necesidades y a la visión de los Estados Unidos sobre la vulnerabilidad de la frontera sur mexicana.

Hay que recordar que en la agenda hemisférica de seguridad de la Casa Blanca, el tema del crecimiento de las Maras se hay convertido en asunto central y forma parte de las discusiones y preocupaciones del Pentágono sobre cómo abordar el tema y de qué manera combatirlo a partir de una idea central: las Maras pueden ser un conducto ideal para la infiltración de terroristas en los Estados Unidos.

11.- En tiempos del exiliado Eduardo Medina Mora al frente del CISEN, dicha instancia señalaba en sus estimaciones la presencia de unas 200 o 300 pandillas de Maras tan sólo en Chiapas. De esto hace ya más de cinco años. Los números crecieron en forma alarmante en México (se habla de más de dos mil organizaciones de este tipo en el sureste mexicano) al igual que la incapacidad del gobierno mexicano para atacar el fenómeno en su territorio.

Ahora el fantasma del narco mexicano se ha apoderado de una parte de Guatemala (el Departamento de Alta Verapaz, en donde se ha decretado el Estado de Excepción para comenzar a hacerle frente a los Zetas) y está por hacer lo mismo en El Salvador.

¿Cuál va a ser la respuesta de México ante estos escenarios si en los hechos sus fuerzas armadas y federales no han sido capaces de erradicar a los cárteles de la droga?

¿Cómo va a enfrentar Felipe Calderón su último tramo de gobierno con un nuevo foco rojo al sur del país?

A lo anterior hay que sumar la posibilidad de que la desorientada diplomacia mexicana entre en juego para tratar de encarar roces y reclamos de Guatemala, Belice y El Salvador por la expansión de un fenómeno que el gobierno panista fue incapaz de manejar.

¿Y los Estados Unidos?

A la espera del escenario más conveniente para sus intereses geoestratégicos en la zona y con las fuerzas armadas mexicanas saturadas de misiones, con menos recursos económicos, sufriendo deserciones e inmersas en un clima de inestabilidad perfectamente ubicado por regiones en nuestro país.

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