domingo, 19 de diciembre de 2010

Origen de la posada


Por David Guerrero Flores*

Una combinación de cultos paganos y católicos dieron fruto a una de las celebraciones navideñas más importantes de la actualidad.


Olvera, Tiren confites y canelones para los muchachos que son muy tragones.
Imagen tomada del libro: Gustavo Casasola, Seis siglos de historia gráfica de México, 1325-1976, tomo 3, México, Editorial Gustavo Casasola, 1978, p. 955.

La celebración de la Navidad proviene de la combinación de cultos antiguos.

El solsticio de invierno, en torno al 21 de diciembre, era clave en la adoración de Helios, Apolo y Mitra. Del 17 al 23 de diciembre, los romanos celebraban las Saturnales, con abundancia de vino y banquetes, en honor a Saturno, dios de la agricultura. A mediados del siglo IV, San Juan Crisóstomo y San Gregorio de Nacianceno lograron que fuese reconocido el 25 de diciembre como día del nacimiento de Jesús de Nazaret. Con la cristianización de la Europa germana, la Navidad absorbió los ritos de adornar y prender fuego a troncos y leños como tributo para el renacimiento del Sol.


Cargando a los peregrinos, ca. 1930.
Archivo Gráfico de El Nacional, Fondo Temático, sobre 349-I, Navidad, Pastorelas, INEHRM.


En México, las posadas se celebran del 16 al 24 de diciembre. Son nueve días que aluden a los meses de gestación y al alumbramiento del niño Jesús, referido en los evangelios de San Mateo y San Lucas. Es la segunda fiesta más importante después de la Pascua de Resurrección y rememora el peregrinaje del carpintero José y de su mujer María para cumplir con el edicto que los obligaba a inscribirse en el censo de Belén.

Durante la conquista espiritual del siglo XVI en México, los dioses prehispánicos fenecieron y sus ritos fueron sustituidos o fusionados con los ritos católicos. En 1587, el agustino Diego Soria, de la congregación de Acolman, obtuvo el permiso para oficiar nueve misas a cielo abierto en los días previos a la Natividad. Con ello alentó la celebración del nacimiento de Jesús. A las misas pronto se agregaron las representaciones teatrales, la verbena, el reparto de los aguinaldos y el solaz pedagógico de las piñatas.

Para niños y adultos, la parte más divertida de las posadas corresponde a la piñata. Compuesta por una olla de barro o de cartón, su versión simbólica tiene siete picos, que representan los pecados capitales: envidia, ira, gula, pereza, lujuria, soberbia y vanidad. El hecho de romperla implica una lección de moral cristiana, pues con los ojos vendados y guiados por la fe, se abate al demonio y sus tentaciones.


Posada en una humilde vecindad, ca. 1963. Archivo Gráfico de El Nacional, Fondo Temático, sobre 349-J, Navidad, Piñatas, INEHRM.

Las piñatas son un primor de papel crepe, de china y oropel, verdaderas artesanías de color e ingenio. En principio, el centro era una olla de barro, pero a partir de la segunda mitad del siglo XIX, se hizo común la decoración y el refuerzo del barro mediante papel adherido con engrudo. La piñata de siete picos convive ahora con la economía de piñatas de tres picos y la exuberancia de ejemplares con una docena de picos multicolores.

Desde hace décadas, la imaginación popular ha generado piñatas de todos los estilos. El relleno es una delicia compuesta por fruta de temporada: mandarinas, jícaras, cañas de azúcar, naranjas, tejocotes, cacahuates. Una vez quebrada, no falta el puré de jícama, la naranja herida, los tejocotes magullados, los cacahuates como pepitas de oro entre el papel y los tejos abandonados.




*Investigador del INEHRM
Fuente: Boletin Finsemaneando

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