Gerardo Fernández Casanova
“Que el fraude electoral jamás se olvide”
Disculpen el sentimentalismo pero en estas fechas no puedo sino registrar una profunda nostalgia, no sólo en añoranza de los tiempos felices de la infancia sino de la cultura perdida en el atropello de la “modernidad”. Recuerdos de las fiestas simples, con la Posada, con los niños rompiendo piñatas para disfrutar de frutas y confites sin marcas comerciales; con los adultos compartiendo en familia en cenas sencillas de tamales y ponches caseros. Las casas y las calles adornadas con motivos navideños de papel picado y ramas engalanadas con listones de vivos colores. Pastorelas y nacimientos en que todos participaban; las jovencitas se esforzaban por hacer el papel de la Virgen y algunos lo hacíamos para ser el diablo. Cohetes y chinampinas que con su estruendo daban cuenta de la celebración por todo el barrio. No había mayor gasto; todo salía de la cooperación y el aporte de todos; el guajolote criado en el patio y las frutas de la temporada y del lugar. ¡Que hermosa temporada que nos duraba hasta el Año Nuevo y el día de Reyes!
Luego vino un anciano gordo y barbón, todo vestido de rojo y con un gorro terminado en una borla blanca, conduciendo un trineo tirado por unos como venados llamados renos, que sólo existen en otros lugares en que el frío y la nieve son lo natural. La tienda Sears de la Ciudad de México colocaba en el aparador principal de la esquina un muñeco enorme con movimiento mecánico que lanzaba sonoras carcajadas e invitaba a los niños a admirar las maravillas de juguetes que el dicho gordo les podría regalar si eran bien portados y le escribían una carta pidiéndolos; él se colaría en la noche de Navidad por la chimenea (que no teníamos) para dejar los regalos al pie de un árbol de lejanas tierras adornado con esferas y luces alusivas a la nieve y el frío. Ahí comenzó todo: los niños se convirtieron en el blanco de la publicidad de juguetes fabricados por la industria y los padres a verse obligados a satisfacer el reclamo, aunque el beneficiario de los agradecimientos sería el gordo del gorrito. La cena ya no sería del guajolote engordado en patio, sino de pavo de doble pechuga criado por los granjeros gringos o sus sucursales locales. La fiesta navideña devino en feria del consumo y la felicidad familiar en angustia de padres; la convivencia convirtiose en francachela y los basureros en destino final de los juguetes, esos de usar y tirar.
Me duele comprobar que es en estos días en los que el Indice Nacional de Encabronamiento (INE por sus siglas en castellano) alcanza sus más altos valores durante el año. Se desata una brutal competencia de comerciantes por capturar el mayor porcentaje posible del exiguo aguinaldo y del crédito para lo que haga falta para satisfacer la locura de consumo provocada. Lo más grave del caso es que toda la angustia y el encabronamiento se quedan guardadas en lo más íntimo para no contrariar el espíritu navideño de plástico y de propaganda televisiva. Así las cosas, me sucede que me cuesta trabajo expresar las consabidas felicitaciones propias de la temporada; temo, incluso, que sean tomadas a burla por sus receptores. Hace ya mucho tiempo que no mando las acostumbradas tarjetas de felicitación y buenos deseos. Ayer me saludaron con un ¡Feliz realidad y próximo Año Nuevo!
A cambio del sentimiento de frustración por la angustia y el sufrimiento, me alegro de registrar y compartir el profundo deseo de felicidad para todos y para todo tiempo que mueve a un cada vez más numeroso sector de la sociedad; que lo enarbola como bandera de una lucha afirmativa ajena a toda suerte de odio; que aspira a recuperar los valores de la naturalidad, la sencillez y, principalmente, del amor como nutrientes de la verdadera felicidad. Una sociedad que procura, por sí misma y por el estado que la representa, la mayor felicidad posible para toda la población y no solamente para quienes tengan el dinero para intentar comprarla. Es una lucha porque es necesario vencer poderosos obstáculos para lograr su resultado de bienestar, principalmente los que oponen quienes se ven beneficiados por el negocio de la enajenación, muchos de ellos sin ser conscientes de la infelicidad que su actuar produce; pero es una lucha que hay que dar y darla sin cuartel, a menos que se acepte la fatalidad de que la pobreza y la miseria son el boleto para después ir a un cielo desconocido y que tan provechosa ha sido para los que han preferido enriquecerse en esta vida y gozar de sus privilegios ahora.
El Proyecto Alternativo de Nación no significa otra cosa que el instrumento del movimiento social para cumplir el anhelo de felicidad para todos. Cito textual: “Impulsaremos una forma de vida donde cada hombre y cada mujer –sin importar condición social, étnica, creencias o preferencias sexuales- valga por su trabajo, sus acciones solidarias y sus aportes al bienestar de la sociedad; una sociedad en la que prevalezcan la dignidad, el honor, la ética y la búsqueda de la felicidad. Un país donde la virtud sea el hábito de hacer el bien, en el que la mayor satisfacción de cada uno sea el bienestar de todos y donde se recupere el espíritu de servicio a la comunidad”.
Por ello les deseo a todos mis amigos y a mi prójimo una feliz realidad y próspera vida para hoy y para siempre.
Correo electrónico: gerdez999@yahoo.com.mx
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