jueves, 30 de diciembre de 2010

Diego el guadalupano

Javier Arcadia Galaviz

December 30, 2010

El secuestro es un acto abominable, perverso, cruel y deleznable, que ni al peor enemigo se le pudiera desear. Hoy, esta pandemia ha invadido al país entero, porque sería arriesgado asegurar que exista un lugar dentro del territorio nacional, por recóndito que sea, en que no se haya cometido esta modalidad criminal.

Es una amenaza latente, oculta y silenciosa, que no respecta edades, posición social o económica, que a todos por igual nos mantiene en suspenso, con el nudo en la garganta, posiblemente tragando saliva cuando se hace consciencia de la gravedad del asunto. Vaya, es algo que no se le encuentra parangón.

Se comete desde el secuestro exprés, hasta el que se prolonga por meses, o quizá por años. En el primero, la victima rápido es liberada por unos cuentos miles de pesos, y se suscita en contra de cualquier persona, ya sea en el taxi, en la calle, en el coche o en el transporte público. En el segundo caso, es más complicado, y la liberación ocurre después de que ha trascurrido un considerable tiempo, a cambio de fuertes cantidades de dinero. Obvio que el trauma sicológico para quien llega a pasar por un trance de este género, habrá de quedar bien marcado, con huellas emocionales para siempre, difíciles de borrar.

Cuando se conoce que Diego Fernández de Ceballos había sido secuestrado, fue causa de conmoción social, de desconcierto y sobresalto generalizado porque se comprobaba que para el crimen organizado, en esta faceta delictiva, no había distinciones ni intocables, ello representaba ser un caso de importancia especial, toda vez que no se trataba de un ciudadano común, sino de un connotado y hábil político, invariablemente encumbrado en los más altos niveles de la esfera política, un abogado litigante de grandes éxitos, que le han permitido acumular enormes riquezas, aunque acusado de ser marrullero y de ejercer el tráfico de influencias en el trámite de sus asuntos legales.

Todo un personaje caracterizado por entrón, muy polémico, porque lo que hace o deja de hacer, siempre es motivo de que se le sitúa en el ojo del huracán, en el filo de la discusión y en los extremos, ya que, mientras que para unos es ciegamente admirado, para otros es totalmente rechazado.

Seis largos meses de cautiverio, que se dicen fácil, pero que seguro para Diego le han de haber significado una eternidad, un verdadero infierno, al estar sometido bajo el designio absoluto de criminales desalmados, con la incertidumbre de que al final (habrá pensado) qué harían con él, qué le depararía su destino.

Sólo él sabe como lo trataron y de que manera fueron las negociaciones para que lo dejaran libre, sano y salvo, sin ninguna lesión aparente, con la única variante de sus visibles barbas muy crecidas, que por cierto ya le gustó esa nueva imagen, porque han trascurrido varios días se su reaparición pública ante los medios de comunicación y no se las ha recortado, o lo mejor se las deja como para mostrar el símbolo de haber salido vencedor una vez más, muy echado para delante, como él lo declaró.

No obstante su prolongada ausencia, hay muchos mal pensados, que dudan de que en verdad haya estado secuestrado. Se comenta que su secuestro pudo haber sido tan solo algo fingido, una farsa muy bien montada. Si hubiese sido así, ¿cuál sería la finalidad? ¿Lograr concentrar toda la atención nacional? Pues si fuera así, sobradamente se le cumplió su primer objetivo. ¿Para qué? ¿Victimizarse, y con ello atraer todo el respaldo para una eventual candidatura presidencial? Si esta fuera la hipótesis, como para provocar el efecto de que al unísono se diga “todos somos Diego”, como muestra de solidaridad absoluta hacia él y de repudio a la delincuencia organizada que, supuestamente, lo secuestró, creo que el montaje y el método escogido serían del todo aventurados y equivocados, porque se tiene que tener presente que las mentiras tarde o temprano caen por su propio peso, una por una. Es decir, al tiempo afloraría la verdad, y todo se le revertiría, como bumerán.

Habrá de entenderse que no es una suspicacia infundada, ni tampoco que se sea incrédulo del todo, pero es que a Diego se le conoce como se las gasta, y no siempre nos ha dicho verdad, además que con anterioridad nos ha mostrado sus grades capacidades histriónicas. Por ende, no todo se le puede creer.

Es así que, a propósito, viene a la memoria aquel pasaje de 1994, cuando Diego Fernández de Ceballos, siendo candidato a la Presidencia de la República por el PAN, sostuvo un espectacular debate con Ernesto Zedillo, candidato del PRI, y con Cuauhtémoc Cárdenas, del PRD, evento histórico en el que indiscutiblemente los avasalló con su discurso efectista y demoledor, lo que le permitió salir triunfante y en hombros de ese encuentro, como los grandes toreros, con todos los reflectores encima, convirtiéndose a partir de ahí, en la gran figura sensacional.

Pero luego, ¿qué pasó? Ah, pues nada, que se hizo el perdidizo, porque cuando todo mundo estaba expectante para verlo al día siguiente con el acelerar puesto rumbo al cierre de su campaña, con posibilidades reales de que llegara a ganar la Presidencia de la República, gracias a la ventaja que a sus dos adversarios les había tomado por haberles ganado el debate, decepcionantemente no fue así. Se desapareció de la campaña política por más de diez días sin que de él se supiera qué le había pasado. Esto facilitó para que Zedillo recuperara el terreno perdido y así ganara las elecciones presidenciales. Aquí Diego engañó a todo mundo, le mintió a sus seguidores, porque cuando las condiciones le favorecían, deliberadamente se dejó alcanzar por Zedillo, para facilitarle el triunfo. A cambio de qué negociaciones, sólo Diego lo sabe.

Esta es tan sólo una mentira que abona las dudas que se tienen respecto de su secuestro, aunque conmocinado por el msuceso, públicamente haya prometido que irá a la Villa a arrodillarse para darle las gracias a la Virgen de Guadalupe por haberlo regresado sano y salvo. ¿O acaso será capaz también de mentirle a la guadalupana?

Pálida tinta: Otra vez Protección Civil del Distrito Federal llorando a los cuatro vientos por lo del presupuesto. Sí, su titular Elías Miguel Moreno Brizuela, se manifestó inconforme dizque por el raquítico presupuesto que los diputados de la Asamblea Legislativa le autorizaron. No toma en consideración que los legisladores locales no es que no se lo hayan querido ampliar, lo que sucede es que, como siempre, no presenta proyectos convincentes que justifiquen sus peticiones, ya que sus requerimientos presupuestales por lo regular los basa en simples generalidades, en manifestaciones alarmistas concernientes a múltiples riesgos, a pesar de que, en efecto, protección civil es uno de los rubros más importantes que el Gobierno de la Ciudad de México tiene que dedicar especial atención. Pero, en todo caso, la ampliación presupuestal será para el próximo ejercicio, cuando eventualmente le concedan el monto que desea, si es que presenta un plan técnico integral de trabajo viable, con el que persuada al órgano legislativo local, y si es que continúa en esa área, porque los tiempos de los cambios cada día se acortan más.

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