domingo, 21 de noviembre de 2010

Revolución: celebrar la guerra, ¿síntoma o paradigma?




Alán Arias Marín


21 noviembre 2010
alan.arias@usa.net

1. Se celebran las victorias y se recuerdan las derrotas. Gloria ufana a los héroes vencedores, nostalgia resentida para los vencidos. Fiesta o rabia. La conmemoración de los cien años del inicio de la Revolución mexicana, en manos de un gobierno reticente emocional e intelectualmente a la rebelión de las masas campesinas e indígenas que fueron el magma revolucionario y contrariado históricamente en sus intereses e ideología por las instituciones y políticas que legitimaron a los gobiernos posrevolucionarios (de 1920 a 2000), el gobierno de Calderón no ha alcanzado a configurar verosímilmente ni celebración ni memoria.

Mal híbrido. La conmemoración no ha podido ocultar la intención de un uso político pragmático y cortoplacista —vía espectáculo y propaganda mediática— de impotentes y confusos significados. El mensaje meridianamente visible ha sido —de nuevo— el nuevo desfile militar; las fuerzas armadas como recurso ordinario, ajonjolí de casi todos los moles. (Lo de Bellas Artes es aleatorio, mero pastel amerengado, postrecito de ocasión; era obligado remozarlo, la sala daba grima, una lastimosa decadencia que rumiaba artificiosa grandeza malograda). Confusión mental y sentimental entre las urgencias legitimatorias del gobierno y su sino —la guerra al narcotráfico como rúbrica de la administración— con el sentido de la conformación, con rango histórico, del Estado mexicano contemporáneo.

Como alarido de escasa solvencia intelectual y vana cultura política, la Revolución mexicana ha sido reducida a su dimensión primaria y violenta; la única manera posible de hacer historia es mediante la armas (el tamaño del estadista vinculado a la versatilidad del cuarto de los juegos de guerra…). Para el pensamiento político contemporáneo —Hannah Arendt— el concepto de revolución no se asimila a la ruptura violenta, la quiebra de la continuidad del proceso, a la rebelión de masas o la conspiración de élites, al momento (siempre atroz) de la guerra y las batallas, ajusticiamientos, violaciones y saqueos (recordemos, un millón de muertos —10% de la población— y otro tanto emigrados y/o desplazados); el concepto de revolución moderno (incluso en Marx y su noción de revolución comunista) refiere a sus momentos y fases constructivas, creatividad institucional, imaginación del futuro y rediseño de los mundos de vida. Para el alto mando político la revolución son los soldados. Agobio de una violencia que sacude al país y se traslapa en el pathos que domina el pensamiento y la acción del gobierno. Seña de identidad no del pasado sino de una oprobiosa actualidad. La celebración de la guerra y las armas como lo esencial de la Revolución mexicana no refiere a su auténtico paradigma y su fecundo y controversial papel en la historia de México; es tan sólo un síntoma preocupante del gobierno presente.

2. El dato del desplazamiento de aproximadamente 40 familias del pequeño poblado de Cd. Mier constituye, más allá de la justificada polémica periodística y la genuina preocupación por una consecuencia perversa inusitada del conflicto armado inducido por el narcotráfico (de nuevo tipo: posguerra Fría, globalizado y en condiciones de un Estado en descomposición), un desafío al pensamiento político-social. ¿Constituye un paradigma teórico? ¿Una nueva variable característica del proceso violento que vive el país? ¿Es ejemplo (lo que significa paradigma en su origen griego) de un fenómeno particular que habrá de servir para todos los posibles casos del mismo género?

De ser así, el caso de los desplazados de Cd. Mier podría adquirir la capacidad de construir un conjunto problemático más vasto (referencias clásicas son el “Panóptico” estudiado como paradigma por Foucault o el atentado terrorista del 11 de septiembre en NYC como muestra límite de la contemporánea contraposición multicultural y plurirreligiosa). Un paradigma, entonces, es útil para el entendimiento, pues genera la apertura de un nuevo horizonte de investigación histórico-social, que la sustrae de referentes cuantitativos (número o proporción), metonímicos (Tamaulipas) o cronológicos (la “guerra” mexicana del 2006).

Pensar mediante paradigmas puede ser útil para una epistemología de los conflictos sociales (armados) contemporáneos; remite a una lógica de campos de fuerza y no sustantiva; permite transitar de las antinomias irresolubles de las dicotomías bipolares (violencia-crimen/coerción-ley) a bipolaridades en un campo de tensiones con plausibles vías de salida.

El fenómeno del desplazamiento de personas de Cd. Mier no parece ser un paradigma; es efectivamente un síntoma, una implicación alarmante (como lo fue Acteal; un evento casuístico de desplazados por el quebranto de los monopolios religioso-católico y político-priista en el contexto de la intervención armada del EZLN).

FCPyS-UNAM. Cenadeh.

alan.arias@usa.net

No hay comentarios: