viernes, 5 de noviembre de 2010

Narcotráfico: rivalidades y sospechas (IV y último)

Martha Anaya
Martha Anaya

November 5, 2010

Corrían las primeras semanas del gobierno de Vicente Fox, el primer Presidente de la República emanado de las filas del PAN, y Adolfo Aguilar Zínser se estrenaba como coordinador de Seguridad Nacional con la encomienda explícita de obligar a las distintas fuerzas policiacas y a las Fuerzas Armadas a colaborar entre sí para combatir el narcotráfico.

Se trataba, diría Fox, de “una guerra sin cuartel”. Aguilar Zínser puso manos a la obra. Convocó a una junta a los principales encargados de la seguridad en México y a sus contrapartes estadounidenses en el país.

La reunión tuvo lugar en la sala de guerra de la Secretaría de la Defensa. De un lado de la mesa se encontraban los titulares de la Sedena, Marina, Gobernación, el Procurador General de la República y el director del Cisen. Del otro lado, el Embajador (Jeffrey Davidow), el ministro consejero y los directores de las oficinas del FBI, la DEA, Aduanas y la CIA.

Según Davidow, estaba dispuesto a participar porque quería mejorar la relación bilateral: “Había demasiado oportunismo y movimiento ‘por la libre’ en operación. Por ejemplo, si la DEA encontraba que era imposible trabajar con la PGR en algún caso específico, llevaba el asunto a la Marina o alguna otra oficina. Los mexicanos hacían lo mismo, usualmente en su búsqueda de equipo, información o apoyos presupuestarios. Lo que no podían obtener de la DEA lo conseguían del FBI o de Aduanas.”

Comenzó el encuentro con la presentación de los funcionarios estadounidenses por parte del Embajador. Explicó la estructura de sus oficinas, sus recursos humanos, sus responsabilidades legales, cómo operaban dentro de la embajada, las líneas de mando y sus contactos dentro del sistema mexicano.

“Era probablemente más información de la que cualquiera de los presentes, especialmente Aguilar Zínser, había recibido jamás de la embajada. Alcé la cortina del secreto para transmitir la confianza que teníamos en nuestra nueva relación con el gobierno de Fox”, registró Davidow en sus memorias publicadas en 2003, El Oso y el Puercoespín.

Concluidas las exposiciones por el lado americano, Aguilar Zínser pidió a la parte mexicana que tomaran la palabra. Nadie respondió. Cuenta Davidow:

“La habitación se mantenía a una temperatura demasiado baja, pero mientras el aire acondicionado zumbaba, el clima al interior pareció descender todavía más. Nadie tenía nada que decir. El silencio era absoluto y humillante para Aguilar Zínser. Durante otra media hora siguió luchando, manteniendo una forzada conversación conmigo y con mi equipo, pero la reunión fue un fracaso total. Ninguno de los miembros de su equipo tenía la menor intención de colaborar con él ni quería discutir con sus colegas los asuntos que frecuentemente abordaban con los funcionarios estadounidenses que me acompañaban.”

El 19 de enero del 2001, “El Chapo” Guzmán escapaba tranquilamente del penal de máxima seguridad de Puente Grande.

En mayo del 2001, el procurador general de Estados Unidos, John Ashcroft, hizo una visita a México y se reunió la mayoría de los que habían estado presentes en la “desastrosa junta”. Todos lo recibieron cordialmente –cuenta Davidow–, “pero uno de ellos pidió a todo su equipo que se retirara y procedió a decirnos que no debíamos confiar en nadie salvo en él dentro del gobierno mexicano. Sugirió específicamente que Estados Unidos no tratara con las otras organizaciones, aunque tuvo que admitir que incluso la suya tenía problemas de corrupción. Ashcroft salió de ahí perplejo, y ambos estuvimos de acuerdo en que lo mejor era ignorar la conversación que acabábamos de tener.”

Poco tiempo después, Aguilar Zínser dejó el cargo de coordinador de Seguridad Nacional. Pero el recelo y las rivalidades continuaron.

En medio de ese ambiente se llevaba a cabo el combate al narcotráfico. Fox había declarado “la guerra” al narco en distintos momentos –una vez en Tijuana, otra en Culiacán—y algunos peces gordos cayeron durante su sexenio, como Benjamín Arellano y el jefe del cártel del Golfo, Osiel Cárdenas Guillén. La violencia se extendió en el país.

Para cuando Fox dejó la Presidencia, el número de muertes relacionadas con el narcotráfico llegaba a 9 mil.

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