sábado, 20 de noviembre de 2010

La herencia, cien años después




Diego Petersen Farah


20 noviembre 2010
dpetersen@publico.com.mx

No hay revolución que dure cien años, ni pueblo que la aguante. ¿Qué queda de la revolución cien años después? A bote pronto diríamos que nada. Los principios que guiaron la Revolución se fueron perdiendo en el camino. El sufragio efectivo hubo que arrancárselo, casi 90 años después, al partido que se apropió e institucionalizó la revolución. La justicia en el campo y la libertad para los campesinos y los pueblos indígenas, ha sido una deuda eterna de los gobiernos revolucionarios, postrevolucionarios, revolucionarios institucionalizados y los que siguieron después de la transición. Las conquistas obreras se convirtieron en sindicatos con dueño, en una ley del trabajo intocable pero inoperante, y en obreros que hoy, en su mayoría, son contratados con el llamado out sourcing sin goce de derechos. Al igual que en el Porfiriato, hoy, un reducido número de familias tienen el control del país y diez por ciento de la población tiene el 40% de la riqueza nacional. Los ricos hacendados del Porfiriato, que perdieron sus tierras a manos de los gobiernos revolucionarios, hoy son nuevamente los terratenientes del campo y la ciudad.


Lo que sí creó la revolución fue una clase media importante y un sistema educativo y de salud que, durante muchos años, fueron los principales motores de la movilidad social de este país. El problema es que ese esquema de educación corporativa, creador del catecismo nacional, es hoy el lastre más importante del país, y el sistema de salud está más enfermo que sus pacientes: obeso, senil y con una arterioesclerosis que le impide moverse y pensarse.


¿Hubiese sido posible el México actual sin una revolución armada? La pregunta puede parecer ociosa pero es pertinente, simple y llanamente, para separar lo que fue revolución de lo que fue simple evolución. Esto es, le atribuimos a la Revolución Mexicana una serie atributos que muy probablemente México hubiera logrado por el desarrollo de la propia economía.


¿Qué es, entonces, lo esencialmente revolucionario, lo digno de festejar hoy? Más allá de los ya mencionados y maltrechos sistemas de educación y salud, la gran herencia de la gesta de 1910 es la cultura. Lo que nos dio la Revolución fue un sentido de identidad y un lugar en el mundo que, con todas sus virtudes y defectos, hace que los mexicanos tengamos hoy una visión más o menos compartida de lo que somos. Lo que realmente revolucionó “la bola” fue la forma de vernos a nosotros mismos. De José Vasconcelos a Octavio Paz, pasando por Diego Rivera, José Clemente Orozco, Samuel Ramos, Jaime Torres Bodet, Salvador Novo, Rufino Tamayo y todos los etcéteras que le queramos poner a la lista. Son ellos los héroes que nos dieron identidad, los que le dieron sentido y permanencia a una guerra civil amorfa. Esa es la herencia, lo que no hubiera podido ser sin una revolución como la nuestra.

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