Calderón, Marcelo, Andrés Manuel… Cada uno su propio festejo, cada uno sus propios invitados, cada uno con sus héroes y una visión distinta de la Revolución Mexicana.
El gobierno federal, aferrado como tabla salvadora –del significado de fondo del movimiento revolucionario– a la imagen de Francisco I. Madero, plantó su escultura a unos pasos de Bellas Artes y echó mano del Ejército para ofrecer un desfile que a pocos interesó.
La ceremonia que encabezó el Presidente de la República fue cobijada por miembros de su gabinete y representantes de los poderes legislativo y judicial: El presidente del Senado, Manlio Fabio Beltrones, el presidente de la Cámara de Diputados, Jorge Carlos Ramírez Marín y presidente de la Suprema Corte, Guillermo Ortiz Mayagoitia.
El discurso de Felipe Calderón giró en torno a Madero –ante el cual subliminalmente volvió a compararse, como ha hecho en otras ocasiones–, y a la democracia. Su frase más destacada fue precisamente sobre la democracia: “Que nadie ni nada pueda nunca limitarla, amenazarla, chantajearla, manipularla.”
Poco que recordar de la parte en el poder en torno a esta conmemoración. Más bien, la notoriedad de sus evasiones y las dificultades para mirar de frente esta fecha histórica.
Marcelo Ebrard se llevó las imágenes del día: el Monumento a la Revolución restaurado –a pesar del elevador transparente–, la plaza de la República revivida con fuentes y luces, el entorno de los cientos de alcaldes que le acompañaban en el marco de la cumbre de líderes locales.
En las fotografías se destaca además aquellas figuras emblemáticas que le acompañaban: el fundador del PRD, Cuauhtémoc Cárdenas; el rector de la Universidad Nacional, José Narro; y el escritor Carlos Fuentes.
El jefe de gobierno del Distrito Federal llamó a realizar una nueva revolución en el país, por la vía pacífica, “que retome los ideales” de la lucha armada de 1910 por mayor justicia social. “Es el momento de cambiar el país”, dijo; y evocó los mayores logros revolucionarios: la separación Iglesia-Estado, la defensa de los bienes de la nación y la educación laica.
Fue lo más espectacular, a pesar de la rechifla para que se dejaran de discursos y comenzara la fiesta.
Andrés Manuel López Obrador hubo de conformarse con el hemiciclo a Juárez. Este 20 de noviembre no sólo celebraba el inicio de la lucha revolucionaria sino su cuarto año de “gobierno legítimo”. Rosario Ibarra de Piedra y Porfirio Muñoz Ledo le acompañaban en esta fecha.
Él sí echó mano de la historia ampliamente. En su discurso recordó el por qué del movimiento revolucionario, las causas que lo motivaron, aquellos que lo apoyaron y encabezaron y la presidencia que encabezó Francisco I Madero.
Nombres y anécdotas de los hermanos Enrique y Flores Magón y de Manuel Sarabia salieron a relucir, al igual que los nombres de Camilo Arriaga, Librado Rivera, Praxedis Guerrero, Federico y Gabriel Pérez Fernández, Santiago de la Hoz, Benjamín Millán, Evaristo Guillén, Antonio Díaz Soto y Gama, Rosalío Bustamante.
Pero lo más importante sería su evaluación a cien años de distancia. Si bien tuvo logros sociales, dijo, “no produjo cambio sustanciales en lo político”. A diferencia de lo expuesto por Calderón, el tabasqueño sostuvo que “nunca se ha podido aplicar efectivamente el lema de Madero: sufragio efectivo. La democracia sigue siendo una asignatura pendiente.”
Hoy, afirmaría, podríamos escribir con pena, dolor y coraje: “La contrarrevolución ha triunfado”.
El de López Obrador sería el acto más deslucido de los tres en apariencia. Su discurso, el más cercano al motivo de la fecha… y a la realidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario