Sebastián Piñera, presidente de Chile celebrado por el rescate de los 33 mineros, acaba de cometer una pifia que confirma un rasgo de la época: la ignorancia del político.
En su viaje por Alemania, recibió el libro de visitantes distinguidos y preguntó a su embajador: "¿Cómo se escribe Deutschland über alles?". Seguramente pensó que se trataba de un grito de júbilo equivalente a "¡Viva México!" o "Forza Italia!". Ignoraba que es un lema del nacionalsocialismo. El embajador chileno tuvo una oportunidad de prevenir a su Presidente, pero comenzó a deletrear la consigna nazi. Fueron los anfitriones quienes prefirieron que la firma se hiciera después, para evitar un desaguisado mayor. De cualquier forma, la noticia se filtró y la revista chilena The Clinic se sirvió del photoshop para poner en su portada a un Piñera disfrazado de Führer.
"Mi presidente sólo sabe hacer una cosa: dinero", me dijo hace unos días Antonio Skármeta. En los mezquinos tiempos que corren la frase se puede entender de la siguiente manera: "lo único que sabe es tener éxito".
Un multimillonario (ex dueño de la compañía de aviación LAN) gobierna Chile con buena aceptación y nula cultura. La combinación, extraña en tiempos de Churchill, resulta cada vez más común. La ignorancia no parece ser un impedimento, sino un prerrequisito para gobernar en la era mediática.
A principios de los años ochenta fui testigo de otro dislate relacionado con Alemania. Trabajaba como agregado cultural en la RDA. Me encargaron recibir al ex presidente Echeverría en el aeropuerto de Berlín Oriental para llevarlo a Berlín Occidental, donde debía tomar otro avión.
Como Piñera, Echeverría era un caso de carisma e incultura. Tenía una memoria prodigiosa para los nombres, pensaba en tres cosas a la vez, miraba con inquietud a todas partes y se dirigía a su interlocutor con agradable confianza. Me atenazó el brazo y dijo:
-Estás muy flaco. ¿Hace cuánto que no juegas tenis?
-No sé jugar, licenciado.
-El tenis fortalece el carácter y crea tono muscular. ¡Juega tenis!
-Sí, licenciado.
-¿Dónde están mis maletas? Vengo de la Conferencia de la UNESCO. Querían premiar al Rey de España. ¡No dejé que el último de los Borbones se saliera con la suya! ¿Y las maletas? ¡Compartirá el premio con Yasser Arafat, hermano del alma! Tienes una juventud pujante: ¡juega tenis! ¿Alguien vio mi maleta?
Durante un par de horas lo oí monologar en desorden. Los destinos del país habían dependido de esa mente que parecía incapaz de la concentración o el reposo.
Hicimos la travesía a Berlín Occidental. Cruzamos el Muro mientras él hablaba del tercer mundo. En el aeropuerto de Tegel comió un sándwich enorme. Aun así, dominó la conversación. En su caso, una pausa resultaba sonora. Volvió a tomarme del brazo:
-¿Me puedes decir dónde está Berlín Occidental?
Con gran sentido de la geopolítica contesté:
-Aquí, licenciado.
-En el mapa, quiero decir -me tendió una servilleta.
Dibujé las dos alemanias y un círculo dentro en la RDA, divido en dos.
-¿Estás implicando que Berlín Occi- dental es una isla dentro de Alemania Oriental?
-No lo implico yo, lo implica la geografía -dije, para descargarme de la responsabilidad social de desplazar una ciudad.
-¿Berlín no está en la frontera entre los dos países? -Echeverría se limpió la boca con la servilleta. El mapa alemán se embarró de mostaza.
En ese momento me escandalizó la ignorancia de un ex jefe de Estado. Hoy pienso que eso le conviene.
Estuve en Colombia durante las pasadas elecciones a la Presidencia. Uno de los problemas del candidato Antanas Mockus es que estudió filosofía y matemáticas. Cuando le preguntan algo no concede una respuesta, sino que ofrece una reflexión. Eso lo perjudicó seriamente.
La dramaturga Yasmina Reza, autora de Arte, acompañó a Nicolas Sarkozy en su campaña a la Presidencia. El resultado fue el libro El alba, la tarde o la noche. ¿Qué aprendió de los políticos? "No son hombres fuertes, como los empresarios, los médicos o los generales", comenta: "Buscan serlo, pero no lo son. Se parecen más a los actores que buscan la gloria... Además, necesitan estar todo el tiempo en movimiento. No viven una vida de verdad, no perciben el tiempo: huyen de él".
En la sociedad del espectáculo los vendedores de verdades son simuladores. La política es un simulacro donde la mentira cambia de signo al repetirse. Cuatro palabras falaces justificaron una guerra que aún no termina: "armas de destrucción masiva".
Ningún país está a salvo del síndrome. En Italia, Berlusconi piensa que la restauración no tiene que ver con los edificios renacentistas, sino con sus visitas al cirujano plástico.
Los actores deben preparase para entrar en personaje. En cambio, a los presidentes les conviene actuar sin saber. Así ignoran que se contradicen.
Si eres fotogénico, tienes suficientes "amigos" en Facebook y un buen escritor fantasma en Twitter, sabes enfrentar un problema con la emoción apropiada y evitas caer en pecado de congruencia, estás listo para gobernar.
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