Mañana comienza la tercera y última parte del sexenio de Felipe Calderón. Y todo indica que serán también los últimos dos años del panismo como gobierno en este país.
No hay en el horizonte ningún signo alentador y sí en cambio señales preocupantes y hasta alertas rojas. No vamos a vivir mejor, no creceremos más que en el año que termina, no generaremos los empleos que necesitamos y nuestro dinero no valdrá más. Pero eso sí, habrá otros ocho mil muertos por la guerra contra el narco, nuevos pueblos fantasmas, terror e incertidumbre en las calles, cada vez más pobreza y un encono creciente por las pugnas electorales. Aunque lo más alarmante de todo es la amenaza del rompimiento del pacto social, el hambre que puede transformarse en alzamientos y violencia, así como el incremento en las delincuencias común y organizada.
Y no crea que se requiere de una lente especial para mirar la oscuridad de los años que vendrán. Como en todo afán de prospectiva hay que considerar los años recientes: con decrecimientos de seis y crecimientos de uno traemos un dos de promedio que está lejos del siete que requerimos para darle viabilidad a la república; en estos 10 años tiramos a la basura 100 mil millones de dólares extras de petróleo y el extraordinario bono demográfico; lo más decepcionante es que no hubo cambios significativos en el rumbo de la nación. Fox, que ganó por poco más de la mitad, tenía el 85 por ciento de aceptación al asumir la presidencia y lo dilapidó con una administración aldeana en la que también mandaba Martita y con un régimen marcado por la ignorancia, la ineficiencia y el abuso, hasta llegar al extremo de querer imponer sucesora o sucesor y provocar el extraño fallo del Trife de reconocer que tuvo una grave injerencia en el proceso de 2006, pero que eso no fue suficiente para reponer la elección o contar voto por voto.
Con esa gravísima herencia, Calderón equivocó la estrategia. En lugar de convocar, curar y proponer, decidió sacar al Ejército a la calle para demostrar quién manda. Y así estos cuatro años quedarán marcados por la sangre y la muerte de miles de inocentes en un daño colateral inaceptable.
Pero tal vez lo más grave sea su festivo discurso de antier: “México no se merece quedar varado a la mitad del cambio democrático… y mucho menos la tragedia de regresar a lo antiguo, a lo autoritario, a lo irresponsable”. O sea: ya estoy en campaña, el único que sabe lo que al país conviene soy yo, la verdad soy yo.
Cuidado. Eso se parece mucho al autoritarismo. |
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