jueves, 21 de octubre de 2010

Recordando los pasos de Vicente Fox y sus secuaces por el Poder

Vicente Fox y el poder real

La larga marcha del Estado empresario al Estado empresarial

Carlos Fazio. (Primera parte)

Vicente Fox no estará solo en el poder. Forma parte de un grupo de banqueros y empresarios que decidieron asumir de manera directa las riendas del Estado. Su candidatura fue impulsada y financiada por grupos conservadores oligárquicos, y su victoria en las urnas ha desencadenado una ruptura con continuidad, que derivará en una recomposición de las fracciones que integran la elite dominante.

Su llegada al poder coincide con la consolidación de un proceso de concentración y oligopolización económica y centralización política en la toma de decisiones, y expresa que las formas anteriores de representación clientelar y corporativa fueron desplazadas por formas de representación directa que se habían venido manifestando de manera larvada. Asistimos al comienzo de un proceso de regresión neoligárquica, en el sentido de que los grupos propietarios ejercerán directamente la dominación –aunque lo hagan por medio del Estado–, remplazando a una parte de la alta burocracia gubernamental –esa hermandad tecnocrática que se ha venido reproduciendo en los gabinetes presidenciales— y eliminando a la antigua mediación conciliatoria representada por la “clase política” priísta.

Se dice que con Fox ya estamos en la democracia. Pero los que mandan poseen una visión del mundo que poco tiene que ver con las formas democráticas; la verticalidad de las corporaciones se asimila más con los usos totalitarios. Por otra parte, bajo la hegemonía estadounidense del libre mercado, la democracia bárbara latinoamericana ha sido desde un comienzo un asunto de elites. México no es una excepción. Tampoco Estados Unidos. Siempre ha sido así. Hace casi medio siglo, C. Wright Mills estudió la estructura del poder en la sociedad norteamericana, y definió que los miembros de la elite se conocen entre sí, y al tomar decisiones “se tienen en cuenta unos a otros”.[1] Harold Lasswell complementó la fórmula elitista de la política preguntando “quién obtiene qué, cómo y cuándo”.[2]

La historia está llena de respuestas a esa pregunta. Durante el gobierno de Richard Nixon, a raíz del escándalo de Watergate (1972) salieron a luz multimillonarias contribuciones ilegales a su campaña hechas por poderosas corporaciones como la Gulf Oil, ITT y American Airlines. Bajo nuevas formas hoy legalizadas, los grandes trusts siguen participando en la danza del dinero y la política y conforman una plutocracia. Como revelaron Jim Cason y David Brooks en La Jornada, en nuestros días diez corporaciones han donado más de un millón de dólares cada una al Partido Republicano.[3] Entre ellas figuran General Motors (primera en la lista de la revista Fortune), Phillip Morris (9), Kraft (subsidiaria de la anterior), la empresa bélica Locheed Martin, Daimler Chrysler, ATT (8), Amway Corporation, Motorola, McDonald’s y Microsoft.

Hoy, cuando globalización significa concentración (del capital), la política se ha privatizado. En México, la privatización de la política no es nueva. Hasta el gobierno de Carlos Salinas, la designación del sucesor era un acto privado del titular del Ejecutivo federal consensuado con la elite del poder. Pero existía de mucho antes. Sin embargo, se fue haciendo más visible a partir de 1987, cuando el prominente capitán de la “banca paralela” y líder del Consejo Coordinador Empresarial (CCE), Agustín Legorreta y los 300 propietarios del país “pactaron” con el presidente Miguel de la Madrid la imposición a todos los mexicanos de una serie de políticas económicas en defensa de sus intereses corporativos y de clase.

Se acentuaba así el ciclo perverso y nefasto de ‘privatizar las ganancias y socializar los costos’, iniciado según algunos especialistas por José López Portillo con la “nacionalización” de la banca, como se conoce el acto de prestidigitación mediante el cual el Estado mexicano “rescató” a los bancos quebrados para devolvérselos después “saneados” a una nueva oligarquía financiera. Para otros, como Roger Bartra, la expropiación de los banqueros fue la manifestación de “una crisis de hegemonía”; la coincidencia de la erosión del sistema financiero con el desgaste del sistema político en un momento de transición.

A partir de allí, esa “una cúpula de cúpulas” agrupada en el CCE, junto con el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios –que reúne a los 37 supergrandes y que como dijera C.W. Mills se conocen entre sí y se toman en cuenta al tomar las decisiones– asumieron la representación política del empresariado, en remplazo de la vieja alianza que operó hasta la nacionalización de la banca en 1982. Hasta entonces, ambas corporaciones de la derecha reaccionaria habían asumido una estatolatría vergonzante y no confesa del poder de la Iglesia y los empresarios, y sacrificado la autonomía de sus intereses clasistas e institucionales a su inserción negociada y relativamente pasiva en el sistema político; al que daban legitimidad.

Roto el bloque político hegemónico, fracciones representativas de los banqueros y del capital monopólico se sintieron “traicionadas” y redefinieron su estrategia. Se inició así un lento proceso de reacomodo, no exento de contradicciones, encarnado por la pugna entre dos corrientes agrupadas en el PAN –el partido más grande de la derecha mexicana–, que enfrentó a los seguidores de Manuel Gómez Morín y Efraín González Morfín que recogieron las antiguas tradiciones católicas conservadoras para adaptarlas al pensamiento de la Iglesia posconciliar, con la corriente liberal reaccionaria encabezada por José Angel Conchello y Pablo Emilio Madero. El conflicto asumió la forma de “abstencionistas” versus “electoralistas”.

A su vez, el a veces tortuoso amasiato entre fracciones del gran capital y los gobiernos autoritarios del partido de Estado se volvió más “transparente” a partir de 1988, el año del “gran acuerdo” del salinismo con los dueños de la industria, la agroindustria, el comercio, el servicio y el dinero. La crisis económica había provocado una acelerada rearticulación de los amos de México, y junto con la creación de emporios empresariales se dio una gran concentración de riqueza en un puñado de oligarcas. En forma paralela, distintos sectores de la gran burguesía atenuaron la feroz competencia económica desatada entre ellos y fueron homogeneizando sus planteos y su vínculo privilegiado con el poder estatal.

Fue entonces, también, cuando comenzaron a salir a luz los turbios enjuagues subterráneos y la tupida red de complicidades –muchas veces de tipo delicuencial– existentes en el seno del “capitalismo de cuates” practicado desde los tiempos de Miguel de la Madrid. Parte de la elite del poder, por ser hijo de un ex ministro que en su momento aspiró a la presidencia de la República, el candidato Carlos Salinas edificó su mandato con base en el amiguismo. Así, el 14 de marzo de 1988, menos de cuatro meses antes de la elección presidencial, Carlos Hank González, el “Rey Midas” de la política reunió en su casona de Lomas Virreyes al entonces candidato priísta Carlos Salinas con algunos de los hombres más ricos del país: Emilio Azcárraga, Carlos Abedrop, Miguel Alemán, Carlos Slim, Juan Sánchez Navarro, José Madariaga, Carlos Hank Rhon, Roberto Hernández, Enrique Hernández Pons, Jerónimo Arango, Agustín Legorreta y Claudio X. González.

Para corresponder a la generosidad de sus patrocinadores, durante su sexenio Salinas les ayudó a multiplicar sus capitales. Desde Los Pinos, él decidió quién ganaba y quién perdía. Así, procreó a 24 multimillonarios, que juntos podían pagar más de la tercera parte de la deuda externa de México. En forma paralela se fue gestando una recomposición de la elite, impulsada desde arriba por el nuevo Estado interventor y fue muy significativo que de los 30 empresarios que concentraron la compra de entidades públicas, menos de una docena sobresalieran por el número y la cuantía de sus operaciones: Pablo e Israel Brener, Carlos Abedrop, Carlos Slim, Iker y Eneko Belausteguigoitía, Enrique Rojas, José Serrano, Jorge Larrea, Enrique Molina, Bernardo Garza Sada, Adrián Sada, Antonio del Valle y Antonio Madero Bracho.

Para entonces, el proceso de negociación neocorporativo entre los empresarios y el gobierno, fincado en compromisos e intereses mutuos, se había vuelto costumbre. En marzo de 1993, tuvo lugar un banquete en la mansión de Antonio Ortiz Mena, el padre del “desarrollo estabilizador”, 18 años secretario de Hacienda, ex presidente del Banco Interamericano de Desarrollo y de Banamex. A la cena asistieron 29 magnates y el presidente de la República, Carlos Salinas. La lista incluyó a Jorge Martínez Güitrón, Raymundo Flores, Villa Corona, Alonso de Garay, Angel Lozada, José Madariaga, Carlos Hank Rohn, Claudio X. González, Carlos Slim, Eloy Vallina, Aurelio López Rocha, Carlos Abedrop, Jerónimo Arango, Emilio Azcárraga, Alberto Bailleres, Antonio del Valle, Manuel Espinosa Yglesias, Bernardo Garza Sada, Diego Gutiérrez Cortina, Jorge Larrea, Gilberto Borja, Roberto Hernández, Adrián Sada, Lorenzo Zambrano. A ellos se unieron el presidente del PRI, Genaro Borrego y el secretario de Finanzas del partido, Miguel Alemán. Faltó un representante de la familia Autrey.

Lo más graneado de la elite del poder –incluidos varios multimillonarios de la revista Forbes–, con sus monopolios, oligopolios, bancos, casas de bolsa y enclaves familiares: Grupo Carso (Telmex, Sanborns, Loreto y Peña Pobre), Televisa, Cemex, Banamex, Bancomer, Grupo Sidek, Peñoles, Desk, Vitro, Visa, Alfa, Kimberly Clark, ICA, Dina, Cydsa, FEMSA, Grupo Chihuahua, Grupo Cifra (Aurrerá, Suburbia, Vips, El Portón), Pepsi, Grupo Gigante, Banco Internacional, Imbursa, TMM, Aeroméxico, Mexicana de Aviación…

El anfitrión propuso crear un fideicomiso para financiar al PRI y a sugerencia de Emilio Azcárraga pidió a cada uno de los asistentes una “inversión” inicial de 25 mil dólares. En total se pensaban “recaudar” 750 millones de dólares. El gobierno le pasaba la factura a los beneficiarios de la venta de bancos y paraestatales –las famosas privatizaciones salinistas–, para promulgar la “independencia” del PRI del Estado. Aunque según dijo entonces Ortiz Mena, los poderosos de México harían cuantiosas aportaciones al PRI sin esperar nada concreto a cambio, sino simplemente para “tener la seguridad de sus inversiones”. Sin embargo, la proliferación de las “células empresariales” del PRI, ideadas por Ernesto Zedillo como coordinador de la campaña de Luis D. Colosio, fue un simple botón de muestra que exhibía la funcionalidad de la relación entre los hombres del dinero con los del poder político.

Dos meses antes de los comicios de 1994, como candidato sustituto, Zedillo se reunió con los grandes empresarios de Nuevo León en la casa de Loerenzo Zambrano (Cemex). Allí estuvieron Eugenio Clarión (Imsa), Bernardo Garza (Alfa), Julio C. Villarreal (Grupo Villacero), Alfonso Romo (Pulsar), Roberto González Barrera (Maseca), Eugenio Garza Lagüera (Vitro), Jorge Lankenau (Grupo Abaco-Confía), Adrián Sada (Banca Serfín), Gregorio Ramírez (Grupo Industrial Ramírez), Humberto Lobo (Protexa) y Alberto Santos (Grupo Desarrollo Inmobiliario). Un mes antes de la elección los empresarios entregaron a Zedillo un cheque por 21.8 millones de dólares. El candidato del PRI todavía se dio tiempo para reunirse furtivamente con varios de los supermillonarios de Forbes y un par de nuevos ricos del salinismo, entre ellos Roberto Hernández (Banamex), Raúl Salinas Pliego (Televisión Azteca), Gilberto Borja Navarrete (ICA), Carlos Cabal Peniche (Grupo Unión) y Carlos Peralta (IUSA).

Fox, el heredero de El Maquío

Carlos Fazio (Segunda Parte)

Durante el sexenio de Ernesto Zedillo la concentración del dinero en unas pocas manos siguió multiplicándose. Pero emergieron también, con mayor nitidez, las complicidades de los hombres del gran capital con el poder político. No sin escándalo, comenzaron a descubrirse una serie de financiamientos ilegales para las campañas del Partido Revolucionario Institucional, a través de fideicomisos fantasmas e instituciones bancarias como Banamex (Roberto Hernández, Alfredo Harp Helú), Banca Unión (Carlos Cabal Peniche), Banca Cremi (Raúl Bailleres, Cabal Peniche, Raymundo Gómez), Banca Confía (Jorge Lankenau), Banpaís (Angel Isidoro Rodríguez, “El Divino”) y Serfín (Adrián Sada, Guillermo Ballesteros).

Al menos 30 millones de dólares de la “lavandería electoral” del PRI en 1994 fueron después a parar a la “panza” del Fobaproa, la estafa del siglo. Algunos grandes empresarios como Gerardo de Prevoisin, el ex “zar” de la aviación (Aeroméxico) y Carlos Peralta (IUSA) quedaron atrapados en la intrincada maraña de intereses, y hasta la sombra del narcotráfico planeó sobre la campaña zedillista, cuando se divulgó que a mediados de 1994 el cártel colombiano de Cali envió a México 40 millones de dólares “para inversiones o para garantizar una posición favorable en el nuevo gobierno”.

La hebra de la colusión entre los banqueros y las campañas priístas de 1994, sumada al Fobaproa, el narcotráfico y la violencia incontrolada del crimen organizado fue dibujando sobre México la imagen de un narcoestado o Estado mafioso. La idea de un país dirigido por una cleptocracia; un gobierno de ladrones.

Es en ese escenario que habría que ubicar la construcción y el lanzamiento de la figura de Vicente Fox, desde mediados del salinismo, como una alternativa de fracciones de la elite en el poder a presidenciables surgidos de las filas del partido de Estado. Con una variable: el director general del Grupo Fox (un conjunto de compañías familiares dedicadas a la ganadería, agricultura y manufactura de botas) y ex presidente de la transnacional Coca-Cola Inc. en México y Centroamérica, conjugaría su posición económica con la política, y asumiría la representación directa de los hombres del dinero en la cima del poder presidencial, sin mediaciones.

En sí, el fenómeno no era totalmente nuevo. La vieja forma de representación neocorporativa había ido cediendo paso a la representación directa de los empresarios en funciones de gobierno. Durante los sexenios del ajuste estructural, los primeros atisbos de la llegada del empresariado al poder se dieron cuando Carlos Hank González, cabeza del poderoso Grupo Hermes, asumió la Secretaría de Agricultura; Miguel Alemán (Televisa, TMM, Almex, Seguros América y muy ligado al Grupo Atlacomulco) fue nombrado Embajador Especial para Asuntos Internacionales, y Claudio X. González, ex presidente del CCE y principal accionista del Grupo Kimberly Clark en México, se convirtió en el asesor de Salinas en materia de inversiones extranjeras.

Los antecedentes del foxismo

Hijo de madre española, Fox externó sus aspiraciones a contender por la presidencia de la República desde 1993, cuando pugnó por la modificación del artículo 82 constitucional que exigía como requisito ser “mexicano por nacimiento e hijo de padres mexicanos por nacimiento”. La reforma prosperó en el Congreso, con un transitorio que pospuso su vigencia hasta el año 2000. Fox volvió a la carga en 1994, luego de su “huelga política” contra Salinas. Y apenas ganó la gubernatura de Guanajuato, en 1995, enfiló rumbo a Los Pinos.

Su temprana “auto-nominación” el 7 de julio de 1997 –al otro día de la victoria de Cuauhtémoc Cárdenas en el Distrito Federal–, fue reveladora de que la fracción de los empresarios liberales conservadores, que había irrumpido más orgánicamente a la política una década atrás bajo el liderazgo carismático de Manuel J. Clouthier, volvía a la pelea por el poder.

El barón de Clouthier, como le llamaba Manuel Buendía por su apellido afrancesado, fue un rico agricultor de Sinaloa que se lanzó a la política bajo el padrinazgo de los hermanos Rogelio Sada Zambrano (cabeza del “holding” Fomento de Industria y Comercio que monopoliza el mercado del vidrio, ex dirigente de Concamín, promotor del Concejo Coordinador Empresarial) y Andrés Marcelo Sada Zambrano (Cydsa y uno de los ideólogos del Grupo Monterrey). Fue a su amparo que creció como empresario y político bronco, y que se convirtió primero en presidente de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex) y luego dirigió el Consejo Coordinador Empresarial.

Los Sada Zambrano forman parte de la llamada “Fracción del Norte”,[4] el grupo financiero del estado de Nuevo León más conocido como “Grupo Monterrey” (Visa, Vitro, Cydsa, Alfa), constituido en torno al clan de los Garza-Sada. Esa fracción de oligarcas regiomontanos, cuyo capital se remonta al porfiriato y que tiene influencia en Puebla, Jalisco y otros estados de la República, se caracterizó por haber guardado una posición de mayor independencia frente al Estado y por no formar parte del bloque gobernante, aunque también se haya beneficiado por sus vínculos con el poder político. Es la fracción que ha impulsado la creación de los sindicatos patronales (Coparmex, CCE) y profesa desde siempre una militante vocación anticomunista.

La “gran familia” de los Garza-Sada (Isacc Garza y Francisco Sada fundaron la Cervecería Cuauhtémoc en 1890 y sus capitales se ramificaron a través de su descendencia, hijos, primos, sobrinos y se entrelazaron con los de otras familias regias de prosapia), aprendió a actuar en política a través del Partido Acción Nacional y tuvo en Clouthier, ex dirigente del Movimiento Familiar Cristiano y consejero honorario de la Cámara Americana de Comercio, uno de sus mejores operadores. En 1975, unos años antes de ser nombrado presidente de la Coparmex, “Maquío” había dicho que “si (Augusto) Gómez Villanueva es el nuevo presidente (de la República), de plano tomamos las armas”.[5] En 1983, ya como presidente del CCE, Clouthier viajó a Salt Lake City, Utah, acompañado del embajador norteamericano John Gavin a informar sobre la situación de México a un grupo selecto de observadores de Estados Unidos. Les “vendió” la idea a sus anfitriones de que el PAN era el “el favorito de las derechas anticomunistas” y aseguró que “otros grupos de mexicanos”, entre los que incluyó “entidades religiosas”, estaban listos para participar en la lucha por el poder.

En 1988, cuando fue candidato a la presidencia de la República por el PAN, “Maquío” identificó motu proprio a su facción como “los bárbaros del norte”. Surgía así el neopanismo, “ala pragmática” del PAN como expresión inédita de lo que para algunos analistas configuraba ya el perfil de la nueva derecha mexicana. Precursor y maestro de Vicente Fox, cuatro días después de haber sido elegido como candidato Clouthier realizó un mitin en la catedral de Culiacán y confió su suerte electoral a Dios. Durante su campaña solía repetir que “la empresa es el mejor invento del hombre”. Con su humor sarcástico, Manuel Buendía dio en llamar al resultado de la alianza entre el Grupo Monterrey, dignatarios eclesiásticos y la Embajada de Estados Unidos, todos bajo el escudo del PAN, la “república de Clouthier”.

La derrota electoral y su prematura muerte en 1989 –en un sospecho accidente– contribuyeron a un cierto impasse en el protagonismo de la fracción conservadora norteña, que cedió en beligerancia. Aunque también contribuyó otro hecho: la irrupción del movimiento cardenista como tercera fuerza, catalizó la unidad entre las fracciones del “Norte” y la “tecnocrática” y con el gobierno salinista.

Sin embargo, la “corriente electoralista” que expresaba los intereses de los empresarios adentro del PAN no arrió del todo sus banderas. El pragmatismo de Conchello fue construyendo un fuerte grupo de presión, que dio cobijo a sectores de clase media urbana, cuando salió en defensa de los pequeños abarroteros y de los que llamó “changarreros”. Como señala Bartra, detrás de la “ideología del changarrito” –que define como potencialmente “fascista”— se escondían los agresivos apetitos de una parte de la gran burguesía de Monterrey, descontenta por el “populismo” oficial. Durante su campaña electoral, Fox no ocultó su adhesión a la “ideología del changarrito”.

En forma paralela, poco a poco los hombres de empresa fueron dejando atrás sus oficinas de ejecutivos y se lanzaron a la lucha por posiciones políticas en los partidos, involucrándose en contiendas electorales para ocupar gubernaturas, senadurías, diputaciones y presidencias municipales. En general, sus plataformas de lanzamiento fueron los sindicatos empresariales: CCE, Concanaco, Coparmex, Concamin, Canacintra y el Consejo Mexicano de Hombres de Negocio.

Los tres primeros gobernadores de oposición en la historia moderna de México provienen de las filas de la iniciativa privada: Ernesto Ruffo, en Baja California; Carlos Medina Plascencia, en Guanajuato, Francisco Barrio, en Chihuahua. En 1997, con la victoria del neopanista Fernando Canales Clariond en Nuevo León –el estado símbolo de la pujanza empresarial–, la elite industrial-financiera del Grupo Monterrey vio coronado un viejo sueño. Aquel que había amasado en los años 30 el fundador del PAN, Manuel Gómez Morín (entonces asesor del Grupo Cuauhtémoc), con los dueños del conglomerado regiomontano, Francisco Sada, Roberto Garza Sada y, sobre todo, con Eugenio Garza Sada, el “patriarca de los industriales”.

Seguirían Ignacio Loyola en Querétaro y Vicente Fox en Guanajuato. Pero el fenómeno no sería exclusivo del PAN. Varios empresarios se convertirían en gobernadores de la mano del PRI: Rogelio Montemayor en Coahuila; Miguel Alemán Velasco en Veracruz; Jorge Salomón Azar en Campeche, y Tomás Yarrington en Tamaulipas. A su vez, la legislatura que termina incluye a 12 empresarios en la Cámara Alta y 35 en la de Diputados.

Signo de los tiempos, con la privatización de la política los empresarios llegaban para quedarse. Quedaban dos pendientes: los ministerios y la presidencia de la República.

La “coca-calaficación” de la política

Carlos Fazio (Parte Tres)

La llegada de Vicente Fox a la Presidencia marca el fin de un ciclo. Fox había formado parte del “gabinete alternativo” instalado por Manuel Clouthier en febrero de 1989, en el área de “política agropecuaria”. Era uno de los hombres de su entorno. En una entrevista imaginaria con el espíritu de Clouthier, cuando su hijo Ricardo le preguntó quien sería el candidato del PAN a la Presidencia en el año 2000, Clouthier nombró a Fox, Carlos Medina Plascencia, Ernesto Ruffo y Francisco Barrio. “De todos, me gustaría que el candidato presidencial fuese Vicente Fox”.[6]

Y la ficción se convirtió en realidad. Fox, un empresario agrícola que se sentía llamado a “salvar” a México de un régimen autoritario, consiguió finalmente su propósito: sacar al PRI de Los Pinos. Durante el siglo XX, México tuvo tres tipos de presidentes: militares, abogados y economistas. A partir del 1 de diciembre, Fox se convertirá en el primer Presidente empresario de México.

Fox encarna el arquetipo del hombre providencial. Según Enrique Krauze “fue, la suya, una búsqueda directa, inmediata, empresarial del poder. Vinos de nueva mercadotecnia en viejos odres de caudillismo”. Fox entró a la política en 1988, seducido por la reflexión turbadora del entonces líder del PAN Manuel J. Clouthier. Desde entonces se inscribió en el ala neopanista, la de los “pragmáticos”, opuesta a la doctrina y la ortodoxia tradicional. Ese año fue electo diputado y fue construyendo su candidatura para la gubernatura de Guanajuato –que perdió en una concertacesión del PAN con el salinismo en 1991, pero que alcanzó finalmente en 1995–, catapulta a su vez para “la grande” del 2000.

Vivió de niño en un rancho vecino a la ciudad de León, al pie del Cristo del Cubilete y una de las capitales del México cristero y sinarquista. Estudió con los jesuitas, se sumergió en la lectura de las vidas ejemplares, en las biografías de santos, y a punto estuvo de abrazar el sacerdocio. A los 22 años ingresó a la Coca-Cola y fue ascendiendo posiciones hasta llegar a la gerencia en 1974. En la transnacional refresquera lo apodaban “Marshall Dillon”. Regresó después a su rancho de San Cristóbal para atender, junto con sus hermanos, los negocios familiares: la hacienda del Cerrito, Congelados San José (brócoli, papa, chícharo, coliflor) y Botas Fox. Durante los últimos doce años ha combinado los negocios con la política.

Su tipología ideal clásica, en el sentido de Max Weber, lo ubica como representante potencial de la dominación carismática. Enrique Krauze ha advertido sobre la veta “populista” de Fox –“¿echeverrismo de signo contrario?”— y el riesgo de que haga un abuso autoritario e intolerante de su carisma. Ha dicho que el liderazgo de Fox podría degradarse “en un caudillismo plebiscitario con ribetes mesiánicos, muy peligroso en un país al que le costó mucho la separación entre la Iglesia y el Estado”.[7]

Cuando se decidió a buscar la presidencia de la República, los asesores de Fox organizaron su campaña mercadotécnica en torno a la contradicción régimen-antirégimen. Diseñaron un plebiscito sobre el cambio. La campaña fue efectiva y finalmente fue coronada con el éxito. Pero, ¿quién fabricó a Fox? ¿Quién o quiénes pagaron la factura del “producto Fox”? ¿Quién está detrás de Fox? Ese es el secreto mejor guardado por este bocazas mal hablado y majadero, cuyo rostro se vuelve hosco cuando le preguntan quiénes son los empresarios que financiaron su campaña.

El panista contó con los servicios en asesoría política y de imagen del estadounidense Dick Morris, el “perro de ataque” que consiguió la reelección de William Clinton a Casa Blanca en 1996 y que llevó a la victoria al opositor Fernando de la Rúa en Argentina. El superasesor Morris –que contendió con otro peso pesado norteamericano, James Carville, otro genio electoral de Clinton y estratega de imagen de Francisco Labastida– demostró su capacidad: Fox también ganó en México. ¿Pero quién pagó su factura? ¿Los Amigos de Fox? Según informaciones periodísticas de Israel y Argentina, Morris está cotizado en más de un millón de dólares.

La chispa de la vida

La importación del know how electoral de Estados Unidos, vía Morris y Carville, llevó a lo que Carlos Monsiváis definió al diario Los Angeles Times como una “coca-colaficación de la política” en México. Otra variable de “la democracia como un negociazo”, según Rick Ridder. Pero la expresión de Monsiváis tenía, además, otro asidero en la realidad. De acuerdo con Carlos Navarrete, miembro de la dirección del PRD, desde un comienzo la Coca-Cola (Femsa, consorcio que incluye la embotelladora Coca-Cola) estuvo detrás de la candidatura de Fox. En abril de 1998 Navarrete afirmó que la transnacional “tiene a un grupo de publicistas asignados de tiempo completo a Fox. Se encargan de estudios de opinión, encuestas y del desarrollo de su imagen”.[8] Dijo incluso que la Coca-Cola aportó 6.5 millones de pesos para completar los 10 millones que le costaron al ex gobernador de Guanajuato traer a México al ex presidente de Polonia, Lech Walesa.

Para los adversarios de Fox, sus nexos con Coca-Cola son evidentes. Dicen que de allí nacieron los “Amigos de Fox” y quienes fueron sus principales operadores en términos de recursos, Lino Korrodi y José Luis González, el publicista oficial de la transnacional refresquera en México, sustituido después por Francisco Ortiz, que salió de Televisa. De esa relación surgió un nombre que fue mencionado en el Congreso por el senador priísta Salvador Rocha Díaz, el 1 de junio, cuando subió a tribuna a denunciar la penetración de empresas extranjeras en la campaña de Fox: Burton Grossman.

Grossman, un hombre muy rico que murió en Texas en noviembre pasado, fue yerno de Harry Fleishman, operador de la Standar Oil en la Huasteca y representante de la familia Rockefeller en México en la época de la expropiación petrolera y un implacable enemigo del cardenismo.[9] A raíz de la expropiación, ese grupo empresarial trasladó sus actividades del petróleo a la industria refresquera, comprando la primera planta embotelladora de Coca-Cola en Tampico; la empresa Contal, cuyo primer gerente fue Grossman. Se dice que a mediados de los años 70, Fox tomó contacto con Grossman y allí consolidó su amistad con Korrodi y otros empresarios que con el tiempo se convertirían en miembros prominentes de los Amigos de Fox; según denuncias priístas no comprobadas plenamente, esa agrupación recibió fuerte financiamiento de Grossman en San Antonio y Atlanta.

Pero la Coca-Cola remite también a viejos vínculos del presidente electo con un grupo de magnates regiomontanos, de cuando Fox fue directivo de la transnacional. Entre ellos figuran Alfonso Romo (Grupos Pulsar y Savia, con actividades en más de 120 países); Federico Sada González (Grupo Vitro) y José Antonio Fernández (Coca-Cola/Femsa). Los tres están emparentados demodo directo con el clan de los Garza-Sada, y junto con Lorenzo Zambrano (Cemex, Tecnológico de Monterrey) fueron identificados por la revista Proceso como patrocinadores de Fox. “Por acuerdo de las partes, los montos aportados por los magnates de Monterrey –y otras regiones— a la campaña de Fox se mantienen en secreto. Las consecuencias de esos vínculos, sin embargo, son cada vez más públicas”.[10] Romo y Sada fueron incorporados al equipo internacional de transición de Fox, junto con otro empresario, Valentín Díez Morodo, vicepresidente del Grupo Modelo, cuyo dueño, Juan Sánchez Navarro, a menudo señalado como el “ideólogo” de la vieja iniciativa privada, ha sido uno de los principales impulsores del “cambio a la Fox”. En ese contexto, no parece ser ninguna casualidad que Luis Ernesto Derbez, el “zar” económico del equipo de transición de Fox, ex funcionario del Banco Mundial, haya sido asesor de varias empresas del Grupo Monterrey, entre ellas Alfa, Vitro, Visa y la Cervecería Cuauhtémoc.

Fox, ¿administrador de la república de Clouthier?

Carlos Fazio (Cuarta parte)

La relación de Fox con la corporación estadounidense Amway, especializada en las llamadas ventas personalizadas –un esquema de multiniveles conocido popularmente como “pirámide”–, fue hecha pública el 9 de junio de 1999, cuando el candidato de la Alianza por el Cambio anunció en el Hotel Fiesta Americana del DF que adaptaría ese esquema de organización a los Amigos de Fox. La idea de construir una red estilo Amway (Red Fox 2000) había surgido después de un viaje a Washington, en mayo del año pasado, donde se reunió con altos directivos de la transnacional que ha hecho millonarias aportaciones a la campaña del candidato republicano George Bush Jr. La corporación Amway siempre ha participado activamente en política. Y aunque no existen pruebas de que dinero de esa empresa haya fluido a la campaña de Fox, el celo con el que él protege a sus patrocinadores deja abierta la duda.

Las denuncias sobre aportaciones ilegales de empresas extranjeras a la campaña de Fox arreciaron en los meses previos a los comicios. Pero no eran nuevas. El 28 enero de 1998, el senador priísta guanajuatense José de Jesús Padilla propuso en la sede de Xicoténcatl 9 que se investigara si Fox estaba recibiendo fondos de la transnacional petrolera Exxon. El 21 de junio de 2000, el diputado del PRI Enrique Jackson denunció en tribuna que Fox había recibido 300 mil dólares de financiamiento ilícito del exterior. El legislador habló de una “truculenta cadena de transferencias” a empresas “fantasmas” propiedad de Lino Korrodi, encargado de las finanzas del panista, a través de bancos en Estados Unidos. Según Jackson, la “ilegal” red financiera utilizaba una “contabilidad doble y paralela”, llena de “laberintos” y triangulaciones similares a las usadas por los narcotraficantes en sus operaciones de “lavado de dinero”. Dijo también que los “Amigos de Fox” eran una “tapadera” para encubrir “recursos sucios”.

Uno de los documentos exhibía una transferencia de 200 mil dólares de la empresa belga Dehydration Tecnologies Belgium al Instituto Internacional de Finanzas, en Puebla, presidido por Miguel Hakim Simón. Hakim, nombrado después miembro del equipo de transición económica de Fox, admitió la transferencia pero alegó que fue para cubrir la liquidación de los empleados de la compañía Productos del Trópico, que está en Honduras.

Una semana después, el diputado del PRI Miguel Quiroz ofreció supuestas pruebas de transferencias de la sociedad mercantil “Frugosa”, filial de la empresa juguera Jumex, a la empresa K Beta, SA de CV, cuyo director es Lino Korrodi. En una entrevista con El Universal (23 de junio de 2000), Korrodi, quien se autodefine como un “hombre clave” en la carrera política de Fox, admitió que en la “precampaña” (7 de julio de 1997/15 de enero de 2000) recibió aportaciones de “muchas empresas y de muchos, muchos empresarios”, que se gastaron este año en la publicidad de la campaña. El ex jefe de Vicente Fox en la Coca-Cola argumentó que el Cofipe no contempla ninguna sanción en caso de recursos económicos de particulares, nacionales y extranjeros, en el periodo de precampaña de los candidatos. Según Korrodi, él y Fox construyeron juntos “los andamiajes con el empresariado a todos los niveles”.

La sombra de Dublín

Tras la victoria foxista, una figura clave en la recomposición de las alianzas en la elite del poder es, sin duda, el ex presidente autoexiliado en Dublín, Carlos Salinas de Gortari y su amplia red de prestanombres.

El 14 de junio, públicamente desde la tribuna del Congreso de la Unión, Salinas fue señalado como uno de los principales financiadores de la campaña de Vicente Fox. El senador perredista Mario Saucedo reveló que “hay versiones serias de que Francisco de Paula entregaba a Salinas de Gortari informes y antecedentes sobre los análisis de la situación que guardaba el país, y ahora integra el equipo del candidato presidencial de la Alianza por el Cambio”, en lo que es “uno de los casos de incorporación interesada como amigo foxista o podemos pensar que es uno de los rostros visibles de los nexos de Salinas con Fox”.

Saucedo repitió la teoría de que “Fox podría ser el candidato de Salinas”. Habló de una pugna por el poder al interior de los “sectores dominantes” y dijo que era allí donde se podían unir los proyectos de Salinas y de Fox. El legislador del PRD aseguró que De Paula, quien estuvo al frente del World Trade Center, “es un prestanombres de Salinas” y pidió que se investigara si a la campaña de Fox estaban llegando recursos de Irlanda. Es decir, de Salinas.

Esa teoría fue alimentada por información del PRI en el sentido de que Fox había recibido más de 90 millones de dólares de Carlos Salinas a través de diversas transacciones por medio de la compañía transnacional Jefferson Smurfit, con casa matriz en Dublín, Irlanda.

El presidente de la compañía, Michael J. Smurfit estableció una sólida relación con el ex presidente Salinas, y al terminar su gobierno le ofreció su hospitalidad en Dublín. Según Emilio Lomas, durante 1999 el grupo Amigos de Fox (Lino Korrodi y José Luis González) recibió sendos envíos de recursos por 26.7 y 64.5 millones de dólares provenientes de las oficinas de Smurfit para América Latina en Miami, Florida, dirigida por Alan Smurfit, hermano de Michael. La ruta seguida por los presuntos montos para Fox habría partido de la casa matriz de Smurfit en Beach Hill, Dublín, a Miami y de allí fueron transferidos a la empresa Smurfit Cartón y Papel de México, dirigida por Carlos Sacal y Sergio Rico.[11] Sacal, presidente y director general de Smurfit en México, protestó de manera enérgica por la información y negó que a través de la compañía se hayan canalizado recursos para la campaña de Fox así como cualquier tipo de vínculos con el ex presidente Salinas.

Al servicio de la plutocracia

Si alguien se ha movido como pez en las sinuosas aguas de las relaciones entre el poder económico y el político, ese es Roberto Hernández, presidente del grupo financiero Banamex-Accival y uno de los hombres más ricos del mundo. Por eso, es otro de los amos de México que no podía quedar afuera en el rejuego de la transición.

Amigo y compañero de buceo del presidente Zedillo en los arrecifes del Caribe y de la costa yucateca, terrateniente y empresario de la lista Forbes, asiduo contribuyente en las veladas “con pase de charola” del PRI, durante la última Convención Nacional Bancaria, celebrada en Acapulco, Hernández fue acusado por Cuauhtémoc Cárdenas de ser “el prestanombres más conspicuo” de Carlos Salinas y uno de los principales “beneficiarios de la política de corrupción” del salinato.

Compañero de generación de Vicente Fox en la carrera de administración de empresas en la Universidad Iberoamericana, la amistad entre ambos volvió a renacer con bríos tras la victoria del panista y quiso ser exhibida a la opinión pública cuando el 18 de julio ambos abandonaron, juntos, la reunión del Consejo Mexicano de Hombres de Negocios, celebrada en el Club de Banqueros. Ese día, Fox ocupó el asiento de copiloto en el Mercedes Benz azul marino, blindado, conducido por Roberto Hernández. El principal banquero del país, “epítome” de los nuevos ricos mexicanos según la revista Business Week, hizo de chofer del próximo jefe del Ejecutivo, y lo trasladó hasta la residencia que él mismo le prestó para la transición, en Paseo de la Reforma 607.

Las luchas entre las fracciones del gran capital ya han comenzado a salir a luz; la más visible es la pugna entre dos viejos socios: Carlos Slim y Roberto Hernández. Sin duda, seguirán otras. Al mismo tiempo, los bloques de poder comienzan a amarrar alianzas. En la nueva constelación del firmamento foxista estarán los “químicamente puros” Alfonso Romo (Pulsar), Lorenzo Zambrano (Cemex), Juan Sánchez Navarro (Grupo Modelo), Antonio Madero Bracho (San Luis Corp., Fundación Harvard), Federico Sada González (Grupo Vitro), José Antonio Fernández (Coca-Cola Femsa) y varios “reciclados” como Emilio Azcárraga III (Televisa), Ricardo Salinas Pliego (Televisión Azteca), Roberto Hernández (Banamex), Isaac Saba (Kosa), Alfredo Harp (Banamex), familia Servitje (Bimbo), Raúl Bailleres (Puerto de Liverpool), Claudio X. González (Kimberly, actual presidente del CCE), Gastón Luken (GE Financial Services).[12]

En un mundo de ganadores y perdedores, unos suben y otros bajan. Por eso, en la “lista de espera” de los hombres del dinero estarán muchos salinistas de “hueso colorado” como Roberto González Barreda (Maseca), Carlos Slim (Telmex, a menudo señalado como “prestanombres” de Salinas), Carlos Gómez y Gómez (Serfín), Eugenio Garza Lagüera (Bancomer), Antonio del Valle (Bital), Germán Larrea (Minera México) y José Madariaga (ex de BBV-Probursa y compañero de estudios de Fox en la Ibero). Entre los “apestados” del próximo sexenio aparecen Raymundo Gómez (Dina, Minsa), Eduardo Bours (el charolero de Francisco Labastida), Carlos Hank Rhon (Interacciones), David Peñaloza (Tribasa), Joaquín Vargas (MVS Multivisión), hermanos Autrey (Satmex) y Carlos Peralta (IUSA).

¿En qué grupo quedará Carlos Salinas? Quién sabe. De lo que no hay duda, es que luego de la larga marcha desde “Estado empresario” al “Estado de los empresarios”, la nueva plutocracia en curso se prepara para ejercer directamente su cuota de poder. Ha puesto al frente del negocio a uno de los suyos, Vicente Fox, quien se dedicará a administrar el orden existente y se acomodará ante las fuerzas compulsivas de los hechos y de las circunstancias según soplen los vientos. De acuerdo con la moda –y de los cánones que rigen al partido virtual de la unidad–, Fox dijo en Santiago de Chile que encabezará un gobierno “de izquierda y de derecha”. Rara hazaña. Pero serán los hechos los que hablen.

Por lo pronto, algo que dice mucho sobre el carácter del nuevo gobierno: otro empresario, el poblano Jorge Ocejo, el “entrón” ex presidente de la Coparmex y representante del panismo duro llegó a la secretaría general de Acción Nacional. El 8 de noviembre de 1975, frente al Consejo Nacional del partido, su presidente Efraín González Morfín había alertado sobre la existencia de un PAN “paralelo”. Denunció entonces que un grupo “con ideología, organización, jerarquía y lealtades” al margen del partido oficial, estaba siendo mantenido y financiado en contra “del PAN legítimo y estatutario”. Fue el primer aviso sobre los riesgos de que el blanquiazul se convirtiera en un instrumento al servicio de los empresarios. De la mano de los magnates de Monterrey, vía los Amigos de Fox, un cuarto de siglo después la profecía está a punto de cumplirse. El siglo XXI en México arranca con un nuevo paradigma: el de los presidentes empresarios.


[1] C. Wright Mills, La elite del poder, Fondo de Cultura Económica, 1957.

[2] En Peter Smith, Politics: WhoGets What, When and How, Nueva York, 1950.

[3] Jim Cason y David Brooks, “Filadelfia, la disputa por el poder”, La Jornada, 31 de julio de 2000.

[4] Juan Manuel Fragoso, Elvira Concheiro, Antonio Gutiérrez, El poder de la gran burguesía, ERA, 1979.

[5] Manuel Buendía, Los empresarios, Océano, 1984.

[6] Enrique Nanti, El Maquío Clouthier. La biografía. Editorial Planeta, México, 1998.

[7] Enrique Krauze, “Labastida y Fox: vidas divergentes”, Reforma, 24 de mayo de 2000.

[8] José Gerardo Mejía, “Fox es un autoritario: PRD”, Reforma, 6 de abril de 1998.

[9] Jorge Fernández Menéndez, “Los dineros de las campañas”, revista Milenio, junio 5 de 2000.

[10] Carlos Acosta y Antonio Jáquez, “Los magnates regiomontanos empiezan a obtener su recompensa”, Proceso, 6 de agosto de 2000.

[11] Emilio Lomas, “Carlos Salinas, el mejor amigo de Fox”, Parábola, La Jornada, 17 de julio de 2000.

[12] Enrique Galván Ochoa, columna “Dinero”, La Jornada, 3 de agosto de 2000.

No hay comentarios: