El Diario | 25-10-2010 | 00:51
Foto:Lucio Soria/El Diario,
Los cuerpos de dos pares de hermanos asesinados en la masacre de Horizontes del Sur llegaron en cuatro camionetas poco después de las nueve de la mañana de ayer domingo al exterior del templo del Señor de los Milagros, en Riberas del Bravo.
Las familias, amigos y vecinos de Ismael y Sotero Reyes Ricario, de 22 y 19 años, así como de Luis Alberto y Roberto Jacobo Vital Maximiano, de 17 y 14 años, los esperaban para la celebración de los servicios funerarios.
En otra parte de la ciudad, en su vivienda de Horizontes del Sur, la familia Figueroa García velaba los cuerpos de las hermanas Gabriela y Perla.
Este núcleo familiar sufrió como ningún otro el embate de la masacre. En la fiesta perdieron a sus dos hijas de 16 y 22 años, otra resultó lesionada y dos primos permanecen hospitalizados por las heridas que sufrieron en el ataque.
De las cuatro hermanas que asistieron a la reunión sólo una resultó ilesa.
Afuera de la iglesia de Riberas del Bravo, el empleado de la funeraria preguntó a sus compañeros: “Luis Alberto, ¿verdad?”, en cuanto salió el primer féretro de la Suburban en la que fueron trasladados desde el centro de Ciudad Juárez.
Como si fuera una línea de producción, y en medio del llanto y los lamentos de decenas de familiares y conocidos que aguardaban afuera del templo, la primera camioneta dejó el paso a una segunda que, en instantes, realizó el mismo procedimiento.
“Jacobo, ¿verdad?”, corroboró el empleado de la funeraria en cuanto abrió la puerta para que sus compañeros sacaran el segundo ataúd; éste con el cuerpo de Roberto Jacobo, el menor de los hermanos Vital Maximiano.
El silencio en el que habían transcurrido los primeros minutos se había roto con los lamentos que irrumpieron en cuanto empezaron a descender los cuerpos. Una mujer de corta estatura, cabello rubio teñido y chamarra gris se tapaba el rostro con las manos mientras lloraba profusamente. Estaba sola junto a la puerta de la iglesia. Era la tía de los hermanos Ismael y Sotero Reyes Ricario, que llegaron en las últimas dos camionetas.
“¡Sotero Reyes”, anunció el de la funeraria en cuanto bajó el tercer féretro.
Varias adolescentes con la vestimenta tradicional de los matachines también lloraban a grito abierto mientras veían el desfile de cuerpos. Otros presentes rezaban a coro el Padre Nuestro.
“¡Ismael Reyes”, confirmó el empleado funerario al concluir la entrega. Cuatro de sus compañeros trasladaron en peso los cuerpos hasta el interior de la iglesia.
Regresaban con una leve sonrisa en el rostro, como bromeando entre ellos, indiferentes al dolor común a todos los dolientes que ven cada día en su trabajo. Otros niños que miraban a la multitud curiosos también jugaban y reían entre ellos.
Una vez dentro de la iglesia, los empleados funerarios abrieron las cuatro cajas mortuorias y, a medida que mostraban cada cuerpo, las familias y los amigos se postraban contra los cristales y rompían en lamentos, intensos bramidos de dolor.
“¡Noooo”, gritaban alrededor del primer ataúd, donde Ismael Reyes yacía con camisa blanca a cuadros y barba de candado.
“¡Él me cambió la vida”, lloraba una joven junto al cuerpo de Luis Alberto, el catequista y coordinador de confirmaciones de la parroquia y quien ayer, a sus 17 años, yacía con una camisa blanca y corbata color vino en el extremo sur de la capilla. “¡Era mi único amor”, gritaba la adolescente, de blusa negra y rostro demacrado por el llanto.
Junto a ella, Vicente, el hermano mayor de los Vital Maximiano, se dejó caer junto al féretro de Roberto Jacobo, la menor de las víctimas. “¡Me dejaron solo”, gritaba.
Por minutos fue imposible distinguir quiénes eran las madres de los jóvenes. En el interior de la humilde iglesia, decenas de mujeres lloraban profusamente, se abrazaban a diferentes cuerpos. La madre de los Vital Maximiano se acercó entonces a ver los cuerpos de los otros dos jovencitos masacrados que eran velados junto a sus dos hijos.
“Tengo mucho coraje con el que le quitó la vida a mis hijos”, dijo en breve entrevista Austreberta Vital, de 47 años y madre de Luis Alberto y de Roberto Jacobo.
“Quiero justicia, que hagan algo con esos animales. Mis hijos eran buenos niños, no merecen que se acaben así, no merecen el sufrimiento que pasaron, porque ni salían ni nada, más que andaban aquí. Yo quiero justicia”, agregó la mujer, bajita, empleada de una maquiladora y quien llegó a Juárez hace 15 años procedente de Morelia, Michoacán.
Los hermanos Vital Maximiano y los Reyes Ricario, así como otras dos de las 14 víctimas asesinadas el viernes 22 en una casa de Horizontes del Sur, vivían en Riberas del Bravo, un enorme fraccionamiento ubicado en el bordo del río internacional, varios kilómetros al noreste de donde ocurrieron los crímenes.
“Me dijeron que ahorita venían, y el mayor fue a la otra iglesia. Entonces el más chico me dijo: ‘ahorita vengo, mamá’, y ya ve que los otros vecinos se fueron a una fiesta, ya ahí fue que pasó eso”, agregó Austreberta Vital, vestida con sudadera color rosa.
La mujer, que por momentos mantenía compostura, sucumbió de nuevo ante el llanto al recordar cómo se enteró de lo que había pasado en la casa 2069 de la calle Félix Candela, de Horizontes del Sur: “Como a las 12, un muchachillo que tiene un hermano que también ahí andaba, que también falleció, él me tocó la puerta: ‘Señora, señora’, me dijo. ‘¿Qué pasó, hijo?’, ¿Qué no sabe qué es lo que pasó: mataron a mi hermano, mataron a tus hijos...”, narró la mujer entre lágrimas.
Vicente, el único hijo que le queda a Austreberta, lloraba y literalmente se retorcía frente a los cuerpos de sus dos hermanos. “¡Cómo quisiera que el gobierno lo sintiera, que hicieran algo por lo menos ¡Que sientan lo que estamos sintiendo ahorita, que lo sientan ellos también”, decía el joven entre llanto.
En el interior de la iglesia, los cantos del coro se mezclaban con los gemidos y gritos de dolor de las decenas de deudos.
“¡Eran geniales, eran nuestros amigos”, dijo entre llantos Jennifer, una joven de 16 años, estudiante del Bachilleres Seis y vecina de la colonia. “Siempre tenemos miedo, por lo que está pasando, pero nunca nos imaginamos que nos iba a tocar tan cerca”, agregó la joven entre sollozos.
El padre Roberto Ramos, de 37 años, explicó a los medios que los jóvenes eran integrantes de la parroquia y del grupo de matachines que participa en las fiestas patronales.
“Son muchachos buenos, estuvieron en la circunstancia no debida”, comentó el sacerdote. “Alberto era coordinador de confirmaciones, era un muchachito con miras a convertirse en sacerdote. El plan era que el próximo año entrara al seminario. Y los otros eran jovencitos entregados a la danza, asistían a los grupos de renovación”, agregó Ramos.
Graciela Ricario, de 42 años y madre de los hermanos Reyes, esperaba en una banca ya más tranquila el inicio de la misa cuando explicó que, antes de irse a la fiesta de Horizontes del Sur, sus hijos y varios amigos más estaban platicando en el exterior de su casa, en la calle Riberas de Miramar, donde vivían cinco de las 14 víctimas.
Empleada en una maquiladora, Graciela Ricario contó brevemente que le quedan otros tres hijos menores -de 13, 14 y 20 años- y que con todos llegó a Juárez hace ocho años procedente de Durango, Durango, en búsqueda de una mejor vida.
“Pero no fue así”, dijo la mujer, que agregó recordar cómo había lamentado la pérdida de adolescentes en la masacre de Villas de Salvárcar, registrada el 31 de enero, muy cerca de Horizontes del Sur.
“Yo lo sentí mucho, por las mamás que estaban destrozadas por esos casos, y nunca pensé que me fuera a pasar a mí, y aquí estamos, sintiendo lo mismo que las mamás sintieron”, dijo la mujer.
Otra familia enfrenta la tragedia
En la masacre del viernes, la familia Figueroa García perdió a sus dos hijas de 16 y 22 años, otra resultó lesionada y dos primos están hospitalizados por las heridas que sufrieron en el ataque.
De las cuatro hermanas que asistieron a la reunión sólo una resultó ilesa, quien ahora cuenta lo sucedido en “automático”, con voz baja, muy despacio y con la mirada pérdida.
Las víctimas mortales Gabriela y Perla, fueron veladas desde ayer en su domicilio, cercano al lugar de los hechos. Ahí, desde la calle se alcanzaban a ver los dos ataúdes que ocupan buena parte de la sala-comedor de la pequeña vivienda, y donde desde el interior emergía el llanto estremecedor de la madre.
“Mi mamá está inconsolable”, aseguró el hermano de las jovencitas, situación que era evidente con tan sólo escuchar llorar a la mujer.
De las hermanas Figueroa García, dos eran cuatas y tenían 16 años, de ellas una murió y la otra quedó herida, otra tenía 22 años, quien también falleció y la que quedó ilesa es de 17 años.
Las dos cuatas y la de 17 años venían de Wichita, Kansas, en donde residieron cerca de un año con su hermana mayor y estudiaban High School.
La de 22 años vivía aquí, estaba separada de su pareja y dejó a dos hijos de 6 y un año.
Las cuatro asistieron el viernes en la tarde a la fiesta de Horizontes del Sur, fueron invitadas por la madre del festejado, quien anteriormente era su vecina.
Aunque casi no salían de su casa porque su mamá no se los permitía, en esta ocasión acudieron porque dos de sus primos iban a estar ahí. Ellos salieron heridos y están hospitalizados.
La jovencita de 17 años contó que a ella no le pasó nada porque en el momento que llegaron los sicarios estaba en el interior de la vivienda, y cuando escuchó los disparos corrió al patio de la casa, y junto con otros invitados se subió al techo.
“Gritaban y gritaban y corrimos y nos brincamos los techos, nos tiramos, nos acostamos en unos más lejos, cuando dejamos de oír ruidos nos bajamos y ya estaban todos muertos”, relató.
Una de sus hermanas quedó tendida en el patio frontal de la casa, junto a la entrada de la reja, y la otra cerca de la puerta de la casa, “como que quiso correr a la puerta y allá la alcanzaron”.
“A la otra la hirieron, pero de todas yo fui la que alcancé a correr”, contó la menor, quien solicitó no publicar su nombre.
Las tres hermanas menores vivieron en Wichita durante un año aproximadamente, pero regresaron hace tres semanas a Juárez, porque “queríamos venirnos para acá, aquí está toda nuestra familia”, dijo la de 17 años.
Estando aquí casi no iban a divertirse porque su mamá no las dejaba, aparte de que les daba miedo salir por la inseguridad, e incluso una de ellas ya quería regresarse a Estados Unidos.
Ahora la jovencita que salió ilesa de la masacre aseguró que no se va a ir de Juárez.
“No, porque aquí se van a quedar ellas, mis hermanas las dos que fallecieron”, afirmó sin pensarlo.
El hermano de las víctimas dijo que hasta ayer a mediodía ninguna autoridad había ido con la familia, pero igualmente no era algo que le preocupaba mucho.
“¿Qué se puede hacer?”, cuestionó escéptico.
Su hermana de 17 años dijo que tampoco le interesa pedir justicia. “¿Para qué justicia?, ya no nos las van a devolver”.
La menor recordó que una de sus hermanas murió en el momento de la balacera y a la otra se aferró para salvarla.
“Dicen que ella estaba viva, pero los policías dijeron que no, yo la agarré y la subí a un carro, pero cuando llegó al hospital dijeron que acababa de morir”, agregó.
En medio del funeral de las jóvenes Figueroa García, su hermano anheló que las cosas cambien en la ciudad.
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