sábado, 18 de septiembre de 2010

Que siga la fiesta




Juan Gabriel Valencia



Demasiado recientes los festejos conmemorativos del Bicentenario para emitir un juicio concluyente. Tomó cien años que reconociéramos la previsión y la capacidad de realización del porfiriato para celebrar en 1910 el Centenario. En el estado que guarda la nación tomará otros cien años ponernos de acuerdo.

Resta que los encuestadores escudriñen el grado de compromiso con los festejos llevados a cabo hasta ahora y si el Presidente ganó, perdió algo o el resultado es indiferente al nivel de aceptación de la opinión pública hacia el gobierno, que días antes estaba en picada.

Regresamos poco a poco al calendario cívico-político normal, no sin sobresaltos que no pueden eludirse.

Mañana domingo, 19 de septiembre, no se olvida. Una fecha crucial y de inflexión en la historia del PRI sin la que sería inexplicable la colusión de intereses, el oportunismo político y el justificado rencor social que llevó a que el PRD gobierne desde hace 13 años la Ciudad de México. El sismo evidenció la fisura moral y el alejamiento de la gente de la clase política priista.

Viene el 22 de septiembre, centenario de la Universidad Nacional, 19 años después Autónoma, pero en esencia la misma, la única institución de una política pública de Estado en 100 años desde la Revolución mexicana. La ocasión no es menor. En el contraste con la conmemoración bicentenaria del gobierno panista se esperaría una celebración republicana y sobria, que sin pintar de azul el Palacio Nacional y sin carros alegóricos de contratistas australianos traiga la memoria de los hechos para convertirlo en un auténtico ejercicio de autocrítica. El rector José Narro, quien no tiene un pelo de tonto, pero a veces se pasa de vivo, enfrenta la oportunidad de enaltecer lo que la UNAM le ha aportado a México sin omitir las carencias de la trayectoria de esa institución trascendiendo el debate hasta peyorativo de los ninis, que es comprensible que Lujambio no lo entienda pero que el rector Narro por su biografía personal e institucional sabe que no pasa sólo por un problema coyuntural de presupuesto o de cifras estadísticamente correctas; que el tema está en la entraña del drama cultural y social de un México contemporáneo desgarrado y que, en tal virtud, la UNAM misma debe ser puesta a debate, no para alimentar los argumentos miopes de una derecha insulsa e ignorante, sino para retomar los sueños liberales de progreso y de grandeza nacional a partir de la Universidad que alentaron a la generación de Justo Sierra. Le falta mucho a nuestra Universidad Nacional, la mejor de América Latina.

Y luego, el 20 de noviembre. ¿Otra oportunidad desperdiciada para discutir el acervo del capital histórico del que se dispone para cambiar al país de manera democrática e inteligente? El panismo se siente muy incómodo celebrando a la Revolución. Se refugian en la figura ingenua y oportunista (lean la historia) de Francisco I. Madero. No, lo que importa de la Revolución es lo otro. La violencia social, el odio, el florecimiento de las ideas y la cultura mexicana del siglo XX, la consolidación constitucional de un Estado nacional, la construcción de una clase gobernante, el diseño institucional de un sistema de partidos y división de poderes, todo lo que odia el PAN y por lo que se supone llegó a erradicar de la escena política con Vicente Fox.

Es una oportunidad para el PRI que seguramente desaprovechará, porque salvo algunas voces aisladas, en el priista medio y no tan medio, al igual que en el PAN y en el PRD, que no es más que un priista paria, lo que cuenta es la próxima elección, la que sea, por lo que la revisión histórica en una autocrítica genuina, según ellos, pone en riesgo la unidad del partido. Así como los panistas se creen depositarios de la verdad en mayúsculas, así el PRI con la unidad, cuando sería ocasión de demostrarle al país y al mundo, en un examen intelectual riguroso, que los logros políticos alcanzados por México en el último siglo son obra del talento, de la vocación nacional, de la voluntad y el oficio de una clase política, priista, sin parangón en América Latina. Tan sólo por eso nunca hubo, en los 81 últimos años en la historia de México, un golpe de Estado. Si los panistas creen que eso es poco, es gracias a que los regímenes del PRI crearon condiciones que les hicieron ser posible gobierno y pensar que eso es poco. Faltan dos meses y todavía es tiempo para repensar qué le debemos a la Revolución.
valencia.juangabriel@gmail.com

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