lunes, 6 de septiembre de 2010

Calderón pide superar diferencias: ¿cuáles?

Gregorio Ortega Molina

September 6, 2010

Inquietantes resultan las palabras y la imagen del presidente constitucional, Felipe Calderón. Muestra hartazgo, hace patente su impaciencia; sus propuestas, demandas y/o exigencias no son claras. Durante su mensaje a la nación del último jueves, pide superar las diferencias para resolver los problemas que agobian a los mexicanos, pero en ningún momento señala cuáles son las que han de superarse.

Los medios y los analistas dan por sentado que su demanda está dirigida a los institutos políticos y al Congreso, que las diferencias ideológicas y de procedimiento han de quedar atrás, para que puedan aprobarse las reformas que Acción Nacional supone se necesitan para superar la crisis producida por el impasse en el que está inmersa la transición y rehacer económica, política y judicialmente a la República. No estoy de acuerdo. Sin las diferencias existentes la nación no hubiese avanzado hasta donde ha llegado. Al contrario, han de profundizarse. Lo que debe superarse son los enconos, los rencores, el conflicto social, el menosprecio a la experiencia, la intransigencia, la exclusión, pues los panistas que hoy gobiernan consideran que quienes no comulgan con sus convicciones religiosas, políticas y sociales no merecen la oportunidad de participar en la conducción del destino de la patria. Mientras el PRI, el PRD, el PT y Convergencia son incluyentes, el PAN no procede así, sino como los partidos de extrema derecha que requieren de sus simpatizantes y dirigentes pureza ideológica y de sangre.

Mi aserto no es gratuito, y además muestra el desconocimiento que se tiene del ejercicio del poder y del oficio político. Creen -al menos así lo muestran de dientes para afuera-, los que hoy toman las decisiones, que la política es una ciencia y ha de seguirse según el manual, los textos, las leyes y la Constitución, pero su proceder y comportamiento demuestran lo contrario.

Puede decirse, sin temor a caer en el error, que la política es también o sobre todo un estado de ánimo, porque los proyectos, planes y decisiones se asumen en un pronto que por razones de poder quiere, necesita imponerse sobre la razón ideológica, económica, política, social y hasta de procedimiento del contrario. Proceden por arrebato, sin convocar a la oposición al diálogo -responderán de inmediato que la convocatoria presidencial a los Diálogos por la Seguridad se quedó sin respuesta- para, ante todo, conciliar el procedimiento, y después aproximarse paso a paso a lograr que prevalezcan los intereses de la sociedad y nunca los de los partidos, pues para eso existe el Congreso.

Quienes conocen de la conciliación política, saben que ésta no se hace en la plaza pública, pero sí se anuncia como resultado del trabajo político, del zurcido invisible que se obtiene con el diálogo constante y el respeto a la diferencia, porque de lo contrario el quehacer político se degrada y quienes lo ejercen aspiran, quieren, necesitan de la imposición y la dictadura, y a México imposición y dictadura costaron ya muchos años de atraso, pero sobre todo mucha sangre.

Lo cierto es que los oficiantes políticos de Acción Nacional no saben cómo hacerlo, tampoco quieren darse cuenta de que carecen de los instrumentos políticos y legales para hacerlo, pues las instituciones que fueron diseñadas para dirimir las diferencias y lograr diálogo y consensos, fueran vaciadas de ese poder constitucional y metaconstitucional que fue característico del presidencialismo mexicano, hoy inexistente.

¿Por qué lo digo? Por las facciones que presionan, ejercen influencia en la institución presidencial, pues los subordinados del Presidente de la República no pueden o no quieren prescindir de los servicios de María Guadalupe Cecilia Romero Rincón como comisionada del Instituto Nacional de Migración, a quien se le mancharon las manos de sangre con la ejecución de 72, 74 ó 76 -han sido incapaces de determinar la cifra exacta al momento de redactar este texto- indocumentados centro y sudamericanos, lo que sólo deja claro una cosa: ella, la comisionada, no obedece a la institución presidencial, sino que su lealtad está con el Yunque, y eso es inadmisible en una democracia, aunque claro, no hay democracia perfecta.

Las opiniones políticas de Jorge Luis Borges no son apreciadas. Es considerado un diletante en la materia, por no decir acomodaticio, pero también aporta luz en ciertos temas, cuando menos como reflexión de sus lecturas. Ayer me encontré lo siguiente: “El autor empieza por observar que los hechos políticos proceden de especulaciones muy anteriores y que suele mediar mucho tiempo entre la divulgación de una doctrina y su aplicación. Así es: la <>, que nos exaspera o exalta y que con alguna frecuencia nos aniquila, no es otra cosa que una reverberación imperfecta de viejas discusiones. Hitler, horrendo en públicos ejércitos y secretos espías, es un pleonasmo de Carlyle (1795-1881) y aun de J. G. Fichte (1762-1814); Lenin, una transcripción de Karl Marx. De ahí que el verdadero intelectual rehuya los debates contemporáneos: la realidad es siempre anacrónica… Carlyle, en 1843, escribió que la democracia es la desesperación de no encontrar héroes que nos dirijan. En 1870 aclamó la victoria de la <> sobre la <

La democracia no es perfecta. Hoy, lo que tenemos es un imperfecto sistema de partidos que no acierta a encausar la transición y modificar el sistema político, porque las instituciones encargadas de la búsqueda de consensos y la conducción política fueron vaciadas de su poder hacer, o a lo peor es lo que escribe Borges, carecemos de héroes.

Claro que lo anterior carece de importancia ante las verdaderas, sustanciales, importantes y lacerantes diferencias, esas a las que nunca o casi nunca se refiere Felipe Calderón Hinojosa, presidente Constitucional de este aterido país. Me refiero al abismo abierto entre los pocos, muy pocos que lo tienen todo y en exceso, y aquellos cuya única posesión es haber quedado etiquetados como pobres de solemnidad o, como establecieron hoy los sociólogos, pobres alimentarios. Si son estas las diferencias que deben superarse para hacerlas racionales, aceptables y dignas, México estaría en el optimismo de que su gobierno pudiera empezar a poner orden.

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