Todavía azora lo que ocurre en México, porque la sociedad no ha perdido el concepto de identidad, porque desea renovar el contrato de esperanza como en cada elección presidencial, y porque a pesar de la globalización en los mexicanos anida una idea idílica, o quizá mítica, de la patria. Hay anomia, es innegable, pero eso no significa que hayan perdido el deseo de irse al monte o a la selva, como en los setenta o en los noventa. Es característica del estado de ánimo de la nación: acá, a todos, la calavera les pela los dientes, de allí el sincretismo con el culto a la muerte.
Alarma entonces la fuga de 89 internos del penal de Reynosa, del que dos guardias fueron reportados como desaparecidos. Las cifras y los hechos fueron informados por Antonio Garza García, titular de la Secretaría de Seguridad Pública del estado; por su parte, la Secretaría de la Defensa Nacional informó en la ciudad de México que desplegó 700 efectivos como parte de los operativos de revisión y búsqueda de los internos. Se cree que la fuga pudo haber sido planeada por el cártel del Golfo como parte del reclutamiento de sicarios para combatir al cártel de Los Zetas.
Guadalupe Reyes Ortega, director del penal, y otros 43 trabajadores entre custodios, personal de mantenimiento y enfermería, fueron detenidos por elementos de la Policía Federal que llegaron a las siete de la mañana para tomar el control del reclusorio, cuya capacidad es de mil 400 internos y alberga a casi 2 mil. Estos fugitivos se suman a los 12 del 5 de abril y a los 12 del 7 de julio. En Matamoros también ocurrió la fuga de 41 de sus internos el 26 de marzo.
Es tiempo de que las autoridades federales y estatales informen el por qué los reos pueden evadirse de las cárceles, como ocurre desde que Joaquín “El Chapo” Guzmán huyó sin mayor contratiempo de Puente Grande; que informen también por qué además de evadirse pueden usar una cárcel, como ocurrió en Coahuila -¿o fue en Durango?-, de casa de seguridad, de la cual pueden salir por las noches a cumplir su tarea de sicarios para ejecutar a quienes fueron señalados por el dedo flamígero de sus patrones; que nos informen por qué en una cárcel sucede lo que era considerado ficción por los teleadictos de Capadocia -la serie que regresa el próximo domingo-, y la directora de un penal puede sacar a uno de los reos, llevarlo a su casa para satisfacer sus necesidades sexuales y emocionales, y al día siguiente regresarlo a su celda, como si nada.
Algo ocurre en el caletre de quienes tienen a su cargo ciertas responsabilidades de administración pública, de quienes han de cumplir un mandato constitucional, porque las cárceles dejaron de serlo, las ejecuciones parecen crecer geométricamente, los secuestros repuntan, las inversiones languidecen o se cambian de país, y porque los daños colaterales afectan hasta la fe, nada más hay que escuchar lo deslenguado que andan los prelados y hasta los curas de sayal.
La respuesta de lo que sucede en México parece tenerla a la mano el presidente constitucional, Felipe Calderón, pues está cierto, seguro de que la reforma constitucional penal no solucionará la violencia, y además admitió que la “abrumadora” suma de ejecutados rebasa con mucho el ámbito de la justicia.
Aceptó el presidente Calderón que las confesiones de los capos ante las autoridades federales carecen de cualquier valor probatorio, debido a que no las ratifican ante el juez; dijo que el nuevo sistema de justicia penal no resolverá por sí sólo el problema de la violencia que vive el país, ya que la cifra de casi 30 mil ejecuciones en lo va del sexenio resulta tan “abrumadora que rebasa con mucho la mera problemática de la justicia”.
Si el presidente sabe cuál es la verdadera situación de la seguridad nacional, por qué rasgarse las vestiduras cuando la secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, sostiene que en México la amenaza del narcotráfico se está transformando en algo semejante a una “insurgencia”, en la cual los capos “controlan ciertas partes del país”, lo que hace que nuestra nación se parezca cada vez más a la Colombia de hace 20 años.
“Enfrentamos –consideró- la creciente amenaza de una red bien organizada, una amenaza del narcotráfico que, en algunos casos, se está transformando en, o haciendo causa común, con lo que nosotros consideraríamos una insurgencia en México y en Centroamérica.”
En su apreciación muy personal -y adecuadamente institucional por el carácter con el que emite sus opiniones- sobre lo que ocurre en el país, Clinton dijo que para enfrentar ese problema se requiere de una capacidad gubernamental y seguridad pública mejorada, y, “donde sea apropiado, apoyo militar para esa seguridad pública”, junto con voluntad política. Insistió en que México “tiene capacidad”, y aunque las autoridades del país desean hacer lo más que pueden por sí solas, están “muy dispuestas a aceptar consejos”.
Mientras lo dicho por la señora Clinton provocaba reacciones exageradas por parte del gobierno, de particulares y de intelectuales, por haber usado la palabra insurrección, y mientras el presidente Barack Obama descalificaba a su secretaria de Estado, la entrega completa de los fondos para hacer operativa la Iniciativa Mérida, fue condicionada y fraccionada, con la idea de demostrar que son la DEA, la CIA y el Departamento de Estado los que tienen razón, y el huésped de la Casa Blanca el que se equivoca.
Han sido reiteradamente documentados los focos de insurrección en México, por lo que no resultaría extraño que se dieran idénticas sinergias a las que se dieron en Colombia, y a esto es a lo que se refiere Hillary Clinton, por favor, no le busquen chichis a las culebras y explicaciones a donde no las hay.
México es similar a Colombia de hace 20 años, por las condiciones de inseguridad que se están replicando en este país, no por la política, ni la corrupción, ni la guerrilla, no, simple y llanamente por la inseguridad, porque casi suman 30 mil muertos y porque los daños colaterales pueden empezar a dar al traste con el proyecto económico de México, surgido del TLCAN y la globalización.
Si continúan dramatizando en lugar de avocarse a resolver los problemas, más pronto de lo que se imaginan no sólo vamos a replicar a Colombia, vamos a estar peor que ese país hermano.
Puede ser peor. Que Hillary Clinton piense del país lo que en su momento pensó Malcolm Lowry, en su carta dirigida a David Markson el 20 de mayo de 1954: “México es el lugar más endiabladamente siniestro del mundo para estar en él bajo cualquier forma de zozobra; es una especia de Moloch que se atiborra de almas sufrientes… En todo caso es un buen lugar para estar lejos de él…”; argumentarán que Lowry, como Victoriano Huerta, era dipsómano, pero a diferencia del dictador, el escritor dejó al mundo Bajo el volcán.
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