miércoles, 11 de agosto de 2010

Sobre el actuar de la Policía Federal

Un principio elemental de lógica, y de investigación social, es decir de periodismo, ordena no generalizar a partir de datos aislados. Sólo hasta que un fenómeno se repite frecuentemente y es posible establecer patrones y determinar sus causas y secuelas, es posible enunciar una regla general. Dicho de otro modo, conforme al refrán popular, una golondrina no hace verano.

Pero observar los casos aislados produce conclusiones pertinentes por lo menos respecto de esos casos. Y por eso es posible, y necesario, abordar lo ocurrido en la Policía Federal el sábado y el lunes, que pueden ser sintomáticos de problemas de mayor amplitud que el indicado por los sucesos de estos días de agosto. El día 7 se amotinaron en Ciudad Juárez miembros de esa corporación, en denuncia del comportamiento de algunos de sus jefes inmediatos, que cometían la avilantez de perpetrar delitos en un lugar urgido -y merecedor- de seguridades y respeto a la ley. Y el lunes 9, en aplicación de los principios escenográficos de su jefe remoto, el secretario de Seguridad Pública Genaro García Luna, jefes y agentes montaron en el poniente de la Ciudad de México un espectáculo que no produjo resultado alguno, como no fuera asustar a la población circundante y generar graves congestionamientos de tránsito. Dado el despliegue armado de que se hizo ostentación, pudo también generar consecuencias que más vale no imaginar.

Se trata de un episodio de corrupción y otro de ineficacia disfrazada. No son excepcionales, pero no necesariamente autorizan a concluir que la Policía Federal es corrupta e ineficaz. Pero los hechos tienen valor por sí mismos, y por sus secuelas. Y por eso hay que poner los ojos en ellos, sobre todo cuando no son insólitos, para que no se nos depare sorpresas dañinas y desagradables.

En Ciudad Juárez agentes rasos acusaron a sus jefes, entre ellos uno apodado El Chamán, mote que remite a la época en que los agentes policiacos se reclutaban en lo que los prejuicios sociales llamaban "los bajos fondos", y no eran parte de una corporación "modelo", como se presume que lo es la PF de García Luna. Ante la denuncia, la unidad de Asuntos Internos de la SSP barrió parejo: trasladó a acusadores y acusados a la Ciudad de México; todavía no resuelve qué hacer con los jefes, pero ya decidió separar de sus funciones en Ciudad Juárez a los denunciantes. Tal vez sea un procedimiento adecuado conforme a las reglas disciplinarias, pero muestra una tendencia hacia la protección de quienes obran mal en esa Policía: quien revela secretos de esa corporación no debe ser felicitado y ascendido por su contribución a la mejoría policiaca. Al contrario, debe ser castigado para que no florezca la propensión a delatar a los mandos que aprovechan su cargo para lucrar. Ejemplifica esa deleznable inclinación el caso del comandante Javier Herrera Valle, preso y no premiado por haber puesto al descubierto las lacras de la SSP federal.

El lunes se creó en la lujosa colonia Bosques de las Lomas de la Ciudad de México un ambiente de guerra. Agentes fuertemente armados que viajaban en decenas de vehículos y tenían el apoyo de una tanqueta artillada y un helicóptero ingresaron a un edificio y al parecer a varios departamentos. No explicaron a nadie qué hacían. Lo hizo, impropiamente, el presidente Calderón que en su cuenta de twitter avisó que se perseguía a "un criminal muy importante". Se trata del tipo de información que no debe divulgarse respecto de una operación en curso, porque se alerta al perseguido, al que de todas maneras no se halló en el lugar. Para disfrazar el fracaso de la operación, pasadas las diez de la noche la SSP disminuyó su alcance. Dijo que se trataba sólo de "revisar ubicaciones probablemente relacionadas con el narcotráfico y con blancos específicos de detención". Por la tarde el jefe de las fuerzas federales de la PF, Rafael Avilés, había dicho que "en su momento" se darían "a conocer los resultados, si es que los hubiera". Y como diría Perogrullo, ya que no los hubo, no fueron dados a conocer.

Ningún desconocedor de las técnicas policiacas puede atreverse (por lo menos yo no lo hago) a enmendar la plana a los operadores que, según trascendió después, buscaban a Édgar Valdez Villarreal, apodado "La Barbie". Pero el sentido común permite suponer que, si no hubo una filtración que alertara al delincuente buscado sobre la operación en su contra, el despliegue de la misma habría generado ese efecto. La indiscreta manera de aproximarse a su blanco probablemente provocó el fracaso de la maniobra, eso en el entendido de que la información "de inteligencia" (como la llaman paradójicamente) lo hubiera ubicado como insinúa el reporte oficial.

No sólo no fue localizado Valdez Villarreal, sino tampoco la tropa que probablemente lo escolta y frente a cuya reacción posible se organizó una movilización desproporcionada. Agentes enmascarados, con armas de alto poder, no deberían formar parte de la táctica de búsqueda cuando ésta se realiza en un conjunto de edificios muy poblados por residentes y visitantes, en horas de su mayor afluencia demográfica.

Dio la impresión -me la dio a mí, al menos- que la Policía Federal obró de esa manera deseando obtener lauros semejantes a los de la Marina cuando en diciembre mató a Arturo Beltrán Leyva o los del Ejército cuando en julio privó de la vida a Ignacio Coronel.

Se precisa mejorar la gestión de la PF, encargando de ella a alguien que tenga distancia respecto del secretario García Luna.

PLAZA PÚBLICA
Fuente: Periodico El Siglo de Torreon

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