Muchas son las leyendas sobre el enriquecimiento que privilegiados funcionarios públicos han obtenido por medio de Pemex. El robo sistemático organizado por el ingeniero Jaime J. Merino causó tal escándalo, que la información dio la vuelta al mundo. Luego, los absurdos abusos de ciertos líderes sindicales, que hoy todavía no cesan.
Este enriquecimiento ilícito tiene sacrificados emblemáticos además de la pérdida de patrimonio que perjudica a la sociedad entera. Me refiero al discreto y caballeroso Jorge Díaz Serrano, quien además de padecer la estulticia de José Andrés de Oteyza, fue víctima de sus propias convicciones y valores éticos y morales, pues en respeto a ellos fue a la cárcel para evitar a José López Portillo el bochorno de ver tras las rejas a su hermana Alicia y a algunos de sus sobrinos, porque fueron ellos los que se enriquecieron con el boom petrolero, en la compra de los barcos y en la venta de barriles en el mercado spot holandés.
Después de saberse las aventuras de Salvador Barragán Camacho, de verse las fotografías de los bienes muebles e inmuebles de Carlos Romero Deschamps, pudiera pensarse que sería harto difícil superar esos niveles de latrocinio, pero lo que hoy padece Pemex supera la imaginación y la realidad, porque parece hecho a propósito, con la idea o intención de evitar que esa riqueza sea utilizada en solucionar los problemas de México. Todo indica que sobre el robo administrativo se montó el saqueo de combustible, y sobre éste, lo que parece ser un sistemático y estudiado saqueo de todo tipo, patrocinado por la delincuencia organizada.
Los reporteros Noé Cruz e Ignacio Alvarado dan cuenta en El Universal, de que “en cinco años el crimen organizado pasó de ser un riesgo focalizado para la industria petrolera mexicana, a una amenaza para la seguridad energética nacional”, por las siguientes causas: tomas clandestinas en oleoductos y ductos; secuestro de carros-tanque; asalto a las pipas; extracción ilegal de materiales y equipo, lo que sumado y anualmente se significa en una pérdida para el patrimonio de los mexicanos, de 30 mil millones de pesos al año.
¿Cómo se puede desposeer a una empresa de esa cantidad, si no es con complicidades internas? ¿Existen sistemas de seguridad internos que faciliten la detección de este robo y, si no detener a los culpables, evitar que continúe el saqueo? ¿Se han perdido todos los valores, que poco importa el patrimonio nacional ante las necesidades de enriquecimiento ilícito de unos cuántos? ¿No ocurre con el velado propósito de destruir Pemex, para comprarlo barato?
Abundan los reporteros en su investigación y aportan a los lectores el conocimiento de que “expedientes confidenciales de la empresa reconocen que Pemex está atrapada en una inmensa red de corrupción en la que participan empleados de confianza, trabajadores sindicalizados y ahora el crimen organizado, que ha sabido sacar provecho de las debilidades y enormes vacíos de la empresa en materia de seguridad industrial… Los reportes de inteligencia precisan que durante casi 10 años, la estructura de complicidad dentro de la paraestatal entregó información confidencial sobre el funcionamiento de los sistemas de seguridad”.
Quizá la solución sea dividir una empresa enorme y tan rica, para establecer controles verticales en espacios menos grandes. La idea anterior es producto de buscar una salida a la inquietante investigación de El Universal, por la que nos enteramos de que “el asedio del crimen organizado ha tenido que ver efectivamente con el incremento de las pérdidas para Pemex, pero análisis internos han establecido que las debilidades en materia de seguridad hacen más amplias las posibilidades de éxito de los delincuentes”; problema que ya debiera estar en el escritorio de los miembros del gabinete de seguridad, en el de los líderes del Congreso y en el de todos los directivos de los medios, pues lo que se necesita es de una amplia campaña de denuncia del problema y de exigir respuesta adecuada por parte del gobierno, pues un buen número de los mexicanos en pobreza alimentaria podrían olvidarse de su hambre si la industria petrolera nacional fuera eficiente y sus empleados incorruptibles, pero es una utopía.
Releo Veneno y sombra y adiós, en la edición española; en las páginas 156-157 encuentro: “Sí, es increíble lo que la gente habla, lo que dice y cuenta y deja escrito, este es un fatigoso mundo de transmisión incesante, y así nacemos con la obra bien avanzada pero condenados a que nunca nada se acabe del todo, y llevamos acumuladas -retumban en nuestras cabezas, indistintas- las voces agotadoras de los incontables siglos, creyéndonos ilusoriamente que algunos pensamientos e historias son nuevos, jamás oídos ni leídos, cómo podrías ser…”
Exacto, cómo podría ser que dicho saqueo permaneciera ignorado por los directores de la empresa y también por los integrantes del Consejo de Administración y hasta de los últimos presidentes de la República, porque lo que hoy ocurre en Pemex no es nuevo, sucede hace mucho, sólo han cambiado los nombres de los ladrones, y éstos permanecen impunes.
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